Siempre atenta a desafiar los supuestos límites del cuerpo, el gran paradigma de este tiempo, y corrida de las poéticas habituales a las que suelen recurrir las artes escénicas, en la producción artística de la bailarina, coreógrafa y directora local, de proyección internacional, Paula Manaker, conviven una saludable y necesaria cuota de incorreción política, con otra de desmesura. También aparece en su obra otra cuota de una curiosidad y capacidad de experimentación, ambas infrecuentes, y una cuarta de un nivel de intuición que siempre es bueno que acompañe saberes o conocimientos, porque en definitiva son la sensibilidad y la intuición las que siempre hacen la diferencia de cualquier artista que se arriesga por aquello en lo que cree y confía.
Interesada por el poder de la tierra, la naturaleza en su concepto primario y determinante, y con una visión del ser humano desafiado y desconcertado frente a ella y a la finitud de la vida, mixturado todo eso con algo de lo monstruoso o inexplicable que siempre aparece en sus trabajos, Manaker está de regreso con Hombre enterrado, montaje realizado en coproducción entre el Centro Cultural Parque de España de Rosario (CCPE) y el Centro Cultural de España Juan de Salazar de Asunción del Paraguay (donde se estrenó en junio), una experiencia escénica de un poder hipnótico, por momentos de una belleza y una poética atrapantes, que la creadora estrenó al frente de un gran equipo artístico el pasado fin de semana y que éste ofrece sus últimas funciones (al menos por el momento) en el CCPE.
La fábula es simple, basal: hay un hombre que huye, ha robado y la tierra lo devora. Son los tiempos de la Colonia pero también podría pasar hoy: Carlos, un europeo que escapa, cae en una ciénaga, se hunde de a poco en el barro mientras pide auxilio, suplica pero nadie parece oírlo. En esa espesura, literal y metafórica, mientras teme y delira, evoca de manera afiebrada a sus fantasmas: su madre, el deseo oculto por otro hombre, la ferocidad de la selva, los mundos que existen y habitan en éste, aparecen y se funden ante sus súplicas.
En ese hombre, en otro de los planos, se pone en tensión el valor de lo material frente a la muerte, el verdadero sentido de la vida y el poder de la naturaleza sobre el hombre, una crítica que, aunque de manera elíptica, está muy ligada con el presente: ese hombre va a morir tapado de barro, y todo pasa lentamente, en un tiempo donde la contemplación se vuelve una irresistible invitación para las y los espectadores.
Esa primera idea o concepto del hombre que empieza a desaparecer atrapado por la tierra se redimensiona en muchas otras capas en la multiplicidad de un espacio escénico de una profusión de planos de detalle por momentos inabarcable que, más allá de sus complejidades y diferencias (incluso en sus formas de montaje, texturas, materialidades y hasta en sus ideas o formas de movimiento), adquieren un sentido unívoco que borra todos los posibles bordes que podrían volverse distractivos.
El actor y performer Federico Tomé es el conquistador y el que aporta un registro de actuación cercano al realismo, en un plano escénico donde ese realismo de balbuceos se diluye porque está impregnado por lo fantástico, en un territorio donde conviven, más allá del cuento que sirvió como disparador, imaginarios como los de Rafael Barret (ya transitados por la misma creadora en Un dios que se va) y hasta los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga, en un saludable ejercicio que rompe con el concepto de antropocentrismo, abriendo, desde la fábula, la idea de un planeta (una selva) poderoso, inabarcable y con la decisión final en sus manos.
La cosmovisión borrosa, afiebrada y final de un hombre que es devorado por el barro y la selva
En ese devenir, Hombre enterrado, pieza escénica que surgió a partir de un cuento escrito por el talentoso y renacentista artista rosarino Carlos Masinger, también a cargo de la elaborada y bella construcción escenográfica y de la música original, todo el tiempo en diálogo con un sugestivo universo sonoro que remite a los interiores de la selva, adquiere otro de sus planos de relato en el arte del dibujante francés Ange Potier, todo el tiempo desde una serie de animaciones que son el soporte dramático para lo que se ve, pero sobre todo para lo que no se ve en escena.
De regreso al plano de lo vivo, conviven en esa espesura una serie de criaturas a cargo de Marcelo Díaz, Yanina Silva, María Cecilia Mastria y Mauro Lemaire, todos de enorme presencia escénica, partiendo del cuerpo como paradigma y de una idea de desnudez que potencia y da sentido (desde lo simbólico en la madre, más literal en los demás personajes) al relato, a lo que se suma el siempre elocuente vestuario y los efectos de maquillaje y caracterización del insuperable Ramiro Sorrequieta y como colofón, el diseño lumínico de Diego López, otro de los hallazgos de esta pieza, dado que la luz tiene un efecto en los planos de narración que se vuelve multiplicador al tiempo que potencia bellamente cada instancia de lo dramático.
Por lo demás, Hombre enterrado se abre a una dimensión final donde el poder es de la ritualidad, aquella de los pueblos originarios del Paraguay conectados con la tierra que de algún modo, desde sus imaginarios, movilizaron uno de los disparadores de todo el trabajo: la contemplación de la muerte, la única certeza de la que se valen los seres humanos, redimensiona todo el montaje en su lógica de una totalidad casi operística, donde la conciencia de finitud en el espectador, en esos momentos es, al mismo tiempo, un mensaje poético pero también político.
Para agendar
Hombre enterrado se presenta en Rosario por estos días con cinco únicas funciones, las últimas serán este viernes, sábado y domingo, a las 20.30, en el Teatro Príncipe de Asturias de Centro Cultural Parque de España, de Sarmiento y el río. Las entradas, a 800 pesos, se pueden comprar en la boletería del CCPE o bien a través del sitio 1000tickets.com.ar. La obra está dirigida a mayores de 18 años.