“Yo tengo dos frases. Una: «Yo soy lo que la Facultad de Humanidades hizo de mí». Dos: «Los decanos pasan, el cafetero queda». En algún momento me van a hacer ir, seguro que con el nuevo edificio pondrán un bar. No sé qué va a pasar conmigo hasta dentro de dos años. Pero yo sigo trabajando, hasta que el cuerpo me dé”. Todos conocen a Marcelo, el cafetero de Humanidades. Los estudiantes y amigos que pasaron por la casa de estudios ubicada en Entre Ríos y Córdoba y dependiente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). “¿Qué, ustedes no tienen cafetero?”, es una pregunta recurrente cuando un alumno de Humanidades se encuentra con otro de alguna de las restantes casas de estudio. Él es el personaje que reparte café todas las tardes en la facultad de Humanidades y Artes desde hace 25 años, que sabe tanto que acota en las clases, avisa cuando hay paro, pone música en las fiestas.
Marcelo es grandote. Dice que cultivó su “panza chopera” cuando todavía era soltero y se iba a tomar cervezas con un grupito de gente de Bellas Artes, después de servir café. Le gusta el café, pero no tanto. No se cansó aunque tampoco suele sentarse en un bar a tomarlo. Tiene el pelo negro, rulos, usa camisa y anda con un bolso que le llega a las rodillas y fue diseñado por él mismo. “Llevo 5 termos: uno de leche, dos de café dulce, dos de café amargo, crema, edulcorante, Chocolino, Toddy (ambos marcas de polvo de cacao) y azúcar. Son, más o menos, ocho kilos y medio. El bolso fue inventado por mí, llega hasta las rodillas, puedo estirar el brazo y agarro todo. Además, así se distribuye mejor el peso, se reparte sobre el centro del cuerpo. Ley física”, se jacta. Marcelo dice que la facultad “lo cultivó”, aunque lo suyo sea la electrónica. “No podría vender café en Ingeniería, porque me quedaría escuchando las clases”, advierte.
El cafetero de Humanidades trabaja de lunes a sábados. Durante la semana cada día a las 13.15 deja a uno de sus hijos en el colegio y se toma un taxi, directo para la facultad. Antes de las 14.15 prepara el café y arranca: trabaja de corrido hasta las diez y deja la facultad una hora más tarde. “Voy aula por aula, recorriendo todas las clases. Después de las 18 horas dejo el sector de Bellas Artes y lo cubre mi cuñada, que hasta ese momento trabaja en la cocina. Antes iba de calle Corrientes a calle Entre Ríos, de arriba para abajo. Ahora estoy más grande”, explica. Por día, Marcelo sirve como mínimo 40 litros de café. Recuerda que un invierno muy crudo llegó a vender 65 litros por día. “Fue el récord. Vaciaba una tanda cada 20 minutos. Pero yo tenía 22 años”, cuenta.
En Humanidades se puede tomar café con azúcar, con edulcorante o amargo; lágrima, cortado, café con leche, capuchino, café con crema, café con whisky, café irlandés. Y también se dispone de un café inventado por él. Su infusión lleva chocolate, café, Toddy, crema, leche y Chocolino sobre la espuma. Como es propio de la facultad, la bebida fue denominada de diferentes maneras, según la carrera. En Antropología, se llama “entropía”, en Filosofía, se llama “frónesis”; en Letras, “metonimia”, en Bellas Artes, “abstracción”, en Ciencias de la Educación, “súper yo”, en el profesorado de portugués, se llama “mistura”, en el postítulo de Educación Física se llama “bomba”, y si le ponen whisky le dicen “bomba con mecha”. En la escuela de Historia, su bebida tiene dos nombres: Moctezuma y Leticia. “Leticia es una docente que dejó la chocolatada por este café. Ella tenía una compañera que me pedía de tomar «lo de Leticia». De ahí deviene el nombre. Leticia me pide un «yo»”, narra Marcelo.
El papá de Marcelo era personal no docente de la universidad (empleados administrativos y de mantenimiento de las casas de estudio). Primero en la facultad de Odontología, luego en Humanidades. En 1987, su padre falleció tras un ACV, y él, el primer varón de cuatro hijos, tuvo que comenzar a trabajar. Tenía 16 años, iba a una escuela técnica y desde entonces sabía que lo suyo era la electrónica. Pidió permiso y empezó a trabajar. De eso, hace 25 años. En todo ese tiempo, Marcelo no terminó la secundaria, pero se casó con una estudiante de Letras, tuvo tres hijos. La última, una beba llamada Brisa, que constituye su “último aporte a la población mundial y a la genética humana”, tal como se jacta.
“¡Qué no he sido en la vida!”, exclama Marcelo y corrobora el rumor que corre por el cuerpo estudiantil sobre su faceta de disc jockey en las fiestas de Humanidades. “También soy el chamán musical del Rito Antropológico. Soy el disk jockey de la facultad. Cuando era soltero ponía música casi todos los viernes, pero no trabajaba los sábados. Ahora, cuando pongo música no tomo alcohol porque me quedo dormido frente a los equipos. Pero Humanidades no está haciendo tantas fiestas, aunque anualmente se hace el Rito”, cuenta orgulloso. El cafetero dice que es políticamente “incorrecto” y que únicamente militó en el cristianismo, esto es, fue monaguillo de joven. “Pero cuando empecé en Humanidades, dije: «Bueno, la religión, allá»”. Dice también que es canalla de nacimiento, aunque por varios años “se vendió” a River. “Mi madre me hizo canalla. Fui un hincha de River a préstamo. Dios dice «si te arrepientes, hijo mío, yo te espero con los brazos abiertos». El canalla me esperó con los brazos abiertos”, resume.