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Igual que en “Cuatro bodas y un funeral”: fiestas y desdichas en el mar de la vida

Mientras los portales periodísticos logran encender pequeñas luces en el camino gracias a algunas noticias alentadoras en relación a la pandemia, la reciente e inesperada muerte de Juan Forn, con su carga de incrédulo vaticinio, vino a empañar la sonrisa

Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

 

La vida, esa suma incierta de acontecimientos fugaces y aleatorios, esta semana superó sus habituales marcas de petulante desconcierto porque, en el momento en que los portales periodísticos lograban encender algunas luces en el camino, que aportan al anhelo profundo de cada habitante del planeta para llegar al final de esta pesadilla de la que aún no despertamos, la fugaz sonrisa se vio empañada por la inesperada muerte de Juan Forn, a quien comencé a disfrutar tardíamente a través de las contratapas de Página 12. Su escritura, sencilla e ilustrada al mismo tiempo, me fascinó enseguida, porque en sus historias todo es fácil de seguir y altamente adictivo, exponentes de esa cualidad que le exijo a cada situación de lectura: por favor, por favor, no me sueltes. Forn escribía con la certeza de que la simplicidad, en lugar de disminuir la valía de la producción literaria, la engrosaba. Quizás por eso lo sentía accesible, cercano… y quizás también por eso su fallecimiento resulta un hecho cruel e innecesario.

A pesar de todo, el repaso por los hechos vinculados a la pandemia de coronavirus por fin logró desarmar el gesto tensionado que habitualmente me acompaña mientras desovillo el despliegue de malas noticias que se acumulan entre una y otra crónica, y sumó datos que auguran un pronto amanecer. En primer lugar, durante los últimos siete días los números bajaron y el promedio de nuevos casos diarios de covid-19 descendió un 20%, pasando de una media diaria de 23.424 a 18.845, el descenso más importante registrado durante la segunda ola, y esto tiene su correlato con el aumento del ritmo de vacunación. De acuerdo a los datos del Monitor Público (el registro online del Ministerio de Salud que muestra en tiempo real el operativo de inmunización en todo el país), ya se aplicaron más de 18 millones de dosis, y el plan se consolida con la llegada de otras 4 millones durante los próximos días. “Es la campaña de vacunación más grande de nuestra historia”, aseguró el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, destacando el ritmo que la inoculación adquirió en las últimas semanas. “Se viene escalando con mucha velocidad en todo el territorio nacional y eso es lo que necesitamos para terminar con la pesadilla de la pandemia”, sostuvo.

Por otro lado, recientes investigaciones desarman los temores de la población en torno a los efectos adversos de las vacunas, ya que desde el inicio de la campaña sólo se reportaron en el país 0,53% de molestias post inoculación, como fiebre, cefalea, mialgias, artralgias, reacciones locales, diarrea, vómitos y náuseas. En este sentido, hace unos días cobró repercusión un tuit del científico del Conicet Fabricio Ballarini, quien no dudó en afirmar en esa red social que hay “muchas más probabilidades de morir por un accidente doméstico o por accidente de tránsito o por covid-19 que tener un efecto secundario severo” por una vacuna. “Y, dependiendo de la edad, casi las mismas chances de que te parta un rayo”. A esto se suma la reciente publicación en la prestigiosa revista científica The Lancet de una investigación realizada en nuestro país sobre la eficacia de la Ivermectina, un antiparasitario de origen veterinario, en el tratamiento de pacientes contagiados con covid-19. La Ivermectina es de venta habitual en las farmacias argentinas y, a pesar de no estar aprobada por la Anmat como tratamiento para el covid-19, su uso está bastante extendido debido al boca a boca que difunde sus beneficios. El reciente estudio logró comprobar que la administración del fármaco a dosis de 0,6 miligramos por kilo de peso, el triple de lo usado habitualmente, “produce la eliminación más rápida y profunda del virus cuando se inicia el tratamiento en etapas tempranas de la infección”. No obstante la advertencia de los investigadores sobre la necesidad de ulteriores ensayos para determinar su utilidad clínica ante covid-19, el artículo representa un hecho esperanzador en la lucha contra la enfermedad.

También en esta semana representantes de gobiernos nacionales, regionales, trabajadores sanitarios, sindicalistas y laboratorios de 20 países se reunieron de forma virtual con el objetivo de coordinar una estrategia para revertir el acaparamiento de dosis por parte de los países más poderosos del planeta. Hasta el momento el inequitativo acceso de los inmunizantes provocó que el 85% de ellos se administrara en naciones de renta alta y media-alta, y sólo el 0,3% fuera usado en las de bajos ingresos. “El acceso a los medicamentos que salvan vidas no debería estar dictado por el lugar donde uno vive”, dijo durante la cumbre Xolelwa Mlumbi-Peter, representante de Sudáfrica, país que presentó la iniciativa junto a India para suspender la propiedad intelectual de las vacunas contra el coronavirus en octubre del año pasado. Concretamente, durante la cumbre se asumieron los siguientes compromisos: colaborar en las tecnologías de las vacunas, establecer precios solidarios de esos fármacos, compartir la normativa de las agencias regulatorias, agrupar la capacidad de fabricación, e impulsar una “desobediencia colectiva para desafiar el monopolio” de la propiedad intelectual de los grandes laboratorios en la Organización Mundial de Comercio.

Al igual que en la genial y agridulce comedia británica “Cuatro bodas y un funeral”, junto con la fiesta llega la desdicha, y casi al final de esta crónica, la partida de Juan Forn me sigue interpelando. Debo confesar que, como cualquier fan, en una de mis visitas a Villa Gesell recorrí la librería que está sobre la 3 con la esperanza de conocerlo. Segura de que en cualquier momento atravesaría la puerta me entretuve hojeando alguno de sus libros, empecé con “Corazones” y continué con “María Domecq”, mientras fantaseaba con la firma del autor estampada en la primera página. Al final, viendo que mi imaginario encuentro no se concretaría, me confesé derrotada y crucé el umbral con los libros en una bolsita. Pero a los pocos días tuve la revancha, porque durante uno de mis paseos en la playa lo vi venir en sentido contrario. Iba conversando con su acompañante, gesticulando ampliamente mientras el viento marítimo despeinaba sus rulos. A pesar de todos los propósitos previos me paralicé, no fui capaz de acercarme, de decirle cuánto me había fascinado la historia que emparentaba a su abuelo con Madame Butterfly, de confiarle que sus relatos me atrapaban tanto que a la tercera línea dejaba de preguntarme que porcentaje de verdad y ficción contenían para zambullirme de lleno en su universo, entrando en su juego gozosamente y sin complejos, una y otra vez. No me atreví, simplemente me di vuelta y lo miré alejarse. Por suerte hoy, a través de estas crónicas impensadas, tengo la oportunidad de hacer lo que no supe aquel día: saludarlo, expresarle mi afecto, confesarle cuánto me gusta lo que hace, y decirle “chau” mientras se adentra en el mar para nadar de noche.

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