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Ilar: del polio a las epidemias de los tiempos modernos

Nació para atender las secuelas de la poliomielitis. Hoy cura a víctimas de siniestros viales, de balazos y hasta estrés.

El verano de 1956 quedó en el recuerdo de los argentinos por el brote más grande de polio que el país haya vivido. Tres años antes, el mundo informaba sobre la existencia del virus que atacaba a niños y provocaba la muerte o secuelas como la parálisis permanente. En la Argentina y en plena dictadura conocida como Revolución Libertadora, se registraron más de 6 mil casos, con una tasa de mortalidad mayor al 33 por ciento. Movidos por la creencia de que el virus estaba en el aire, los vecinos de todas las ciudades y pueblos del país se reunían en tareas de limpieza de casas y calles. El olor de la lavandina y la acaroína convivía con los árboles pintados con cal, una costumbre que se mantuvo en el tiempo aun cuando la enfermedad había pasado al olvido. La epidemia puso en evidencia que el sistema de salud y sanidad nacional no estaba preparado para afrontar el brote. En esa época, en Rosario nació un caserón a donde acudían los niños para rehabilitarse de las parálisis que les había dejado el polio y que hoy atiende las secuelas de otras epidemias: los accidentes de tránsito, las heridas de arma de fuego y el estrés.

El Instituto de Lucha Antipoliomelítica y Rehabilitación del Lisiado, más conocido como el Ilar, empezó a funcionar un año después de la epidemia de polio, en 1957. Cuando la rehabilitación apenas comenzaba a desarrollarse como disciplina, el lugar elegido para abrir uno de los primeros centros de esa especialidad en el país fue un edificio que hoy ocupa casi una manzana del barrio Abasto, en Ocampo al 1400. Hasta ese momento, las instalaciones habían sido la sede de La Casa del Niño, fundada por el doctor Pedro Rueda. Su familia fue la que donó la esquina de Paraguay y Ocampo al municipio para la puesta en funcionamiento del Ilar.

“La epidemia de polio dejó a muchos niños con secuelas y este lugar se transformó en una institución poliomielítica municipal con la que contribuyeron hombres y mujeres de toda la ciudad”, explica su actual directora, Vilma Sack. Según la funcionaria, los primeros años de la institución fueron de mucha experimentación en una disciplina que recién empezaba a desarrollarse en el mundo.

En pleno surgimiento de la televisión y con la radio consolidada como medio de comunicación de la familia argentina, la epidemia generó un impacto social que hasta el día de hoy muchos recuerdan. La fundación del Instituto venía a responder a esa demanda y a la sensación que sólo pueden dejar las epidemias: existen enfermedades que aparecen y pueden llevárselo todo. Pero en las décadas siguientes, y sobre todo a partir de 1971, los operativos masivos de vacunación, más el sistema intensificado de vigilancia permitieron el control de la enfermedad, que fue superada totalmente en 1977. De este modo, desde 1984 no se registran casos de poliomielitis en el país.

Pero, muerta la enfermedad, las demandas no desaparecieron para el Ilar. Otras epidemias llegaron y su erradicación no dependía de vacunas. “La atención fue cambiando progresivamente porque también fueron cambiando las patologías. Después del polio, aparecieron los accidentes cerebrovasculares vinculados con el estrés o la hipertensión. Esos casos suelen ser de personas de mediana o avanzada edad. Después, y teniendo en cuenta los tiempos que se viven, empezamos a tratar en pacientes jóvenes las lesiones medulares, los traumatismos de cráneo o los amputados. Todas estas patologías aparecieron con los accidentes de tránsito o las heridas de arma de fuego, por ejemplo”, explicó Sack.

Hoy el Ilar es uno de los dos centros de rehabilitación más importantes del país, con un nivel 3 en complejidad. Cada mes recibe alrededor de 250 personas, alcanzando las 2.200 sesiones de rehabilitación. A eso se suman las 27 camas para los pacientes que requieren internación permanente.

En el caserón, los pacientes se rehabilitan en disciplinas que incluyen el uso de un gimnasio, una pileta de natación, terapias alternativas y una dieta elaborada por una nutricionista. La casa de techos altos y pasillos anchos está completamente equipada de rampas. Incluso el patio central, uno de los lugares preferidos de los pacientes internados, está conectado con el primer piso por un enorme corredor accesible. Todas las ventanas de las habitaciones dan al jardín con árboles que llegan a los cien años.

La casa de rehabilitación cuenta también con un servicio de transporte, que busca y trae a los pacientes internados los lunes y los viernes y que sirve para el traslado de los ambulatorios durante la semana.

“Atendemos todas las discapacidades motoras, que muchas veces vienen acompañadas de otras dificultades como las del lenguaje, cognitivas, deglución o sensoriales”, explicó su directora y agregó que el lugar cuenta con un equipo especializado en medicina física de primer nivel. Así, neurólogos, traumatólogos, urólogos, cirujanos plásticos, radiólogos, enfermeros, kinesiólogos y médicos clínicos atienden cada etapa de la recuperación del cuerpo ante una lesión. Además, existen departamentos de terapia física, ocupacional, fonoaudiología, psicología, bioingeniería, psicopedagogía y trabajo social.

Ocurre que, si algo aprendió el Ilar en 60 años de funcionamiento, es que la recuperación del cuerpo es un trabajo coordinado e interdisciplinario. Una lesión puede producirse en un segundo. Revertir sus consecuencias,  implica un trabajo de meses, años o décadas. Pero lo cierto es que, en esa manzana del Abasto, personas que jamás pensaron que volverían a caminar,  salieron “bipedestando”.

Un laboratorio de prótesis que es vanguardia en el país

Según Vilma Sack, directora del Instituto de Lucha Antipoliomelítica y Rehabilitación (Ilar),  uno de los mayores orgullos de la institución es el laboratorio de prótesis y ortesis, que fabrica piezas  para todo el sur de la provincia. Así, el centro de rehabilitación logró equipar a pacientes amputados, que requieren un corset o algún tipo de ortesis larga o corta. “Es un espacio que funciona con la coordinación de los gobiernos municipal y provincial y la Universidad del Gran Rosario. Las prótesis son gratuitas para los pacientes sin obra social, que representan el 80 por ciento de los que atendemos acá”, dijo Sack.

En ese laboratorio y en coordinación con Conicet Rosario se está desarrollando una rodilla mecánica.

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