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“Indisciplinados”, un paseo por los Salones para conocer el patrimonio artístico

En la muestra actual en la sede histórica del Museo Castagnino+Macro se puede ver una selección de obras premiadas en esos espacios, organizados por esta institución desde 1917 a la actualidad, donde se refleja la sensibilidad estética de las diversas épocas

Especial para El Ciudadano

El inicio de los “Salones” se puede ubicar alrededor de los círculos académicos en la Europa del Siglo XIII. Estos certámenes constituyen instancias de visibilización, legitimación y premiación de obras.

Permiten rastrear algunas aristas de los debates de la época en torno a las políticas y gestiones culturales, los criterios para la aceptación, rechazo o premiación de una obra, las relaciones entre los artistas y las instituciones, los referentes estéticos.

A partir del premio adquisición el museo incorpora obra a su patrimonio, y junto a otras gestiones, se conforma y se amplía una colección. En nuestro país el Primer Salón Nacional de Buenos Aires se realiza en 1911 y en Rosario en 1917, que llevó el nombre de Primer Salón de Otoño por iniciativa de la Asociación Cultural El Círculo.

Estos primeros salones impulsan la creación de una Comisión Municipal de Bellas Artes que luego abre las puertas al actual Museo Castagnino, declarado así en 1920.

Florencia Bello, Yanina Bossus, Mariel Heiz y Nadia Insaurralde conforman el equipo curatorial que seleccionó algunas de las obras premiadas que podemos ver en la planta alta de la sede histórica.

En la primera sala nos recibe una fotografía en blanco y negro que nos transporta mucho tiempo atrás a una inauguración en la misma casa. Una vitrina contiene material de archivo y documentos, el diseño de estos catálogos, sus tapas, tipografía e ilustraciones nos dan algunas pistas de la clave estética de principios de siglo pasado.

Este primer núcleo de obras conforma la primera parte, la histórica, y comienza presentando las dos primeras adquisiciones que ingresan a la colección del museo en 1917: una pintura y una escultura, representando así las categorías más importantes de la época; además, tanto el paisaje como el retrato se constituyen como los géneros de preferencia a principios de 1900.

Una fotografía de la obra de gran formato titulada “Riña de gallos”, del pintor Jorge Bermúdez, nos acerca a una de las principales inquietudes de la época: lo nacional.

“Los premios serán discernidos únicamente a las obras de autores argentinos y de preferencia a las que tengan carácter nacional”, detalla la información del texto de sala. La necesidad de hallar un arte ideal que represente a nuestro país parece encontrar una respuesta en las tradiciones gauchescas y el paisaje pampeano.

En la misma escena se presenta la talla en mármol de Héctor Rocha llamada “La comunión”, un busto de dos personajes cuyos rostros y manos sobresalen por su terminación en relación al torso.

Lo pulcro, blanco, liso y frío del mármol en contraposición a los ponchos rojos ubicados en ronda alrededor de las aves.

Apertura a nuevas formas de producción

Como podemos ver en la información que acompaña a la muestra, en la historia de los salones de Rosario el año 1995 presenta un quiebre ya que Fernando Farina, director del museo en ese momento, decide hacer por primera vez en el país una convocatoria sin las disciplinas tradicionales, pintura, grabado y escultura.

Así lo afirma en el catálogo expositivo: “Un arte sin disciplina implica una apertura. Más que un fuera de orden, es la negativa a imponer un orden excluyente y legitimador, para aceptar la presencia de otros órdenes que conviven –en ocasiones no pacíficamente– con el tradicional”.

De esta manera se abre paso al segundo núcleo de obras que abarcan desde 1990 hasta 2018. En el hall principal encontramos, entre otras, la obra de Mariana Tellería Cuando juntos nos queda lejos, (2010).

Es importante mencionar a esta artista nacida en Rufino ya que El nombre de un país fue el proyecto que ganó, por primera vez por concurso nacional, para representar a nuestro país en el Pabellón de Argentina en la edición 58 de la Bienal de Venecia, desde mayo a noviembre pasado.

En Indisciplinados la obra de Tellería convive con otras de los años 90 y 2000: instalaciones, obras de carácter efímero, otras realizadas con materiales perecederos, en las que lo procesual y conceptual es lo más relevante.

En este sentido podemos ver Peter Pan del cordobés Lucas Di Pascuale, en la que una serie de fotografías familiares, más de cien piezas de cerámica y un texto, permiten reflexionar acerca de la relación entre la práctica artística y la intimidad de un artista.

O Museo del fondo del Paraná, de Santiago Villanueva, registro de la inauguración de un espacio ficticio, una instalación y acciones que incluye arrojar obras al Río Paraná entre otras, para preguntarse sobre los nuevos modos de exhibición de las obras.

Con estas incorporaciones, el museo no sólo atiende a los nuevos abordajes estéticos, sino que habilita la conformación de una colección de arte contemporáneo, para lo cual la creación del Macro (Museo de Arte Argentino Contemporáneo) en el 2004 fue decisiva.

Diálogos entre lo histórico y lo contemporáneo

Las obras que habitan el último tramo de este recorrido entran en diálogo directo con la edición 73° del Salón Nacional de Rosario, que se puede visitar en el Macro.

El año pasado se incorporaron, entre otras, las obras de Paula Massarutti, Lo viviente y Cuadernos y tapiz de Ángeles Azcúa. La primera se trata de un video a partir del cual se tensa la relación, límites y posibilidades entre la naturaleza y la técnica. La segunda, de la artista rafaelina, se expande desde la pared hacia una amplia mesa que despliega trece cuadernos abiertos en algunas páginas para visitar ciertas inquietudes; se entrelazan sutilmente líneas, manchas acuosas, la naturaleza y variados personajes.

La palabra aparece bordada en el tapiz de la pared, y recuerda amorosamente su paso por nuestra ciudad: “Si tuviste la suerte de vivir en Rosario de joven, Rosario te acompañará vayas donde vayas por el resto de tu vida, porque Rosario es una fiesta que no termina nunca”.

Puede ser una buena excusa para este verano conocer parte de la historia de la conformación del patrimonio del museo de nuestra ciudad, y aprovechar el paseo que comunica las dos sedes, desde el Parque Independencia continuando por el Boulevard Oroño hacia el río.

 

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