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Industrialización o dependencia

En su recorrido por los momentos en que el país apostó a potenciar los productos manufacturados como política de soberanía, desde la Independencia hasta 2001, Claudio Belini busca aclarar algunos conceptos sobre esa tensión.

Avanzar en la industrialización del país o eliminar esa posibilidad generadora de trabajo es un debate que se da en el país desde que Manuel Belgrano lo planteó. Desde hace mucho se dice que la Argentina se debe industrializar para garantizar su desarrollo pero también que la industrialización es un error porque “naturalmente” la producción es agropecuaria y hacia allí se debe marchar. Que si se debe o no proteger las factorías; que si el desarrollismo fue positivo o negativo, son algunas de las preguntas que Claudio Belini se atreve a responder en su libro Historia de la industria en la Argentina. De la Independencia a la crisis de 2001, un notable trabajo que pone a punto las nuevas discusiones y consensos que se dan en la disciplina histórica sobre la cuestión de la industria en la Argentina. En una entrevista con El Ciudadano, el historiador responde esos interrogantes y busca aclarar algunos conceptos a la vez que despejar mitos.

—¿Es posible una Argentina industrializada en la actualidad?

—La respuesta es positiva si pensamos la industrialización de un modo diferente al pasado. El sueño de una industria integrada fronteras adentro no es posible hoy en el marco de la globalización, de la fragmentación y relocalización de las actividades productivas a escala planetaria, es decir, las llamadas “cadenas globales de valor”. Este contexto impone condicionamientos muy estrictos y riesgos evidentes, incluso en el interior de los bloques regionales como el Mercosur. Hoy, por ejemplo, la industria argentina ocupa un lugar muy secundario y con actividades escasamente complejas en términos tecnológicos en el Mercosur.

No obstante, debemos aspirar a desarrollar actividades industriales más complejas y competitivas. Para eso necesitamos una presencia del Estado más virtuosa y un empresariado capaz de afrontar los desafíos de la competencia. Sin un desarrollo virtuoso del sector industrial no parece posible alcanzar grados de riqueza que son condición necesaria para integrar socialmente a la población. El sueño de una Argentina agroexportadora, basada ahora en el complejo sojero, que sea suficiente para acrecentar los niveles del ingreso nacional tampoco parece posible. Durante el siglo XX la Argentina fue el único país, entre un grupo de naciones que había comenzado a industrializarse, en padecer una reversión en ese proceso.

Dualidad sintomática

—¿Proteccionismo versus librecambio fue un mito del siglo XIX?

—Una de las dimensiones más relevantes de las guerras civiles que siguieron a la Independencia fue la controversia entre librecambio y proteccionismo. Buenos Aires pudo aprovechar muy eficazmente la apertura comercial que significó el derrumbe del orden colonial y la Revolución porque contaba con recursos para insertarse, muy marginalmente por cierto, en el comercio atlántico, mediante la exportación de cueros y tasajo. En cambio, para las provincias del interior los dilemas planteados por la Independencia fueron más graves con la desarticulación de los mercados coloniales, la pérdida del mercado bonaerense para algunos de los productos que elaboraban y, en menor medida, la exposición a la competencia externa. Por lo tanto, muy pronto el proteccionismo fue visto como una solución y como un motivo más de enfrentamiento y resistencia frente al centralismo porteño. En la segunda mitad del siglo XIX, con las transformaciones operadas en el mercado mundial y las nuevas tecnologías de producción y de transporte, las cosas cambiaron. El Litoral se convirtió en la región más dinámica del país. Pero el orden conservador iniciado en 1880 se fundó no tanto en el librecambio como en una fórmula transaccional que permitía cierto grado de protección, tanto para las industrias del interior como para algunas actividades manufactureras instaladas en Buenos Aires. Ese proteccionismo fue muy moderado, y si lo comparamos con las políticas comerciales de Brasil y México, la Argentina “agroexportadora” fue bastante menos proteccionista. Tampoco fue estrictamente librecambista, ya que los impuestos de aduana eran el principal recurso del fisco nacional y no había otros impuestos que fueran aceptables por la burguesía bonaerense.

Combatiendo al capital

—¿Qué avances en la industria propuso el peronismo?

—El peronismo, como fenómeno social y político, fue una consecuencia de la industrialización antes que el origen de la misma. La dirigencia peronista, en donde se destacaba la presencia de oficiales de las Fuerzas Armadas y algunos dirigentes nacionalistas que convivían con líderes sindicales, fue muy permeable a las preocupaciones por el desarrollo industrial y la defensa nacional. Estas eran preocupaciones centrales de los militares en los años treinta, momento en que la industrialización adquirió nueva fuerza por medio de sustitución de importaciones. Primero fue alentada por la Gran Depresión, pero luego la Segunda Guerra Mundial ofreció un contexto favorable al crecimiento y la diversificación de la estructura industrial.  A mediados de los años cuarenta nos encontramos en un momento de emergencia de las teorías del desarrollo, pensemos por ejemplo que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) va a nacer en 1948, y que sus planteos sobre el desarrollo económico desde la perspectiva latinoamericana van a ser pioneros. Por lo tanto los argumentos que los consejeros económicos de Perón emplearon para proponer el avance industrial fueron menos convincentes desde el punto de vista de una economía como la argentina, que tenía un sector agrario muy competitivo. Por cierto, las políticas industriales del gobierno de Perón fueron objeto de duras críticas desde los círculos dominantes o desde los grandes diarios. El peronismo propuso en el Primer Plan Quinquenal avanzar en el proceso de industrialización alentando nuevas actividades industriales, tanto para sustituir importaciones como para exportar, mediante el empleo de crédito oficial y prohibición de importaciones; tipos de cambio preferenciales para importar insumos o maquinarias. También se propició que el Estado tomara a su cargo nuevas industrias, aunque en este plano los resultados fueron muy modestos, como es el caso de la siderurgia con el proyecto malogrado de la empresa Somisa. Es erróneo plantear que el peronismo solo promovió las “industrias livianas” en detrimento de las “pesadas”. Lentamente, en medio de una dura crisis del sector externo a partir de 1949, se fue promoviendo el desarrollo de industrias metalúrgicas complejas, como la automotriz o la producción de maquinarias y equipos, así como la elaboración local de insumos básicos. El mayor fracaso fue el retraso en la implantación de la siderurgia integrada, pero hubo avances que maduraron durante los años cincuenta en otras ramas. Incluso se pensó acelerar la industrialización mediante una ley de Inversiones Extranjeras (1953) que aunque fue interpretada por muchos contemporáneos y algunos analistas posteriores como un giro en la anterior postura nacionalista, era en su espíritu una ley fiscalizadora del aporte del capital extranjero. Cuando Perón es derrocado en 1955, la trama social y económica de la industrialización estaba consolidada: poderosos sindicatos de masas y grandes entidades empresarias.

Desarrollo non sancto

—¿Qué solución y qué problema trajo el desarrollismo?

—El desarrollismo de Arturo Frondizi implicó un cambio de estrategia porque se alentó el ingreso masivo de empresas transnacionales. La estrategia de Frondizi y Rogelio Frigerio fue bastante sencilla y poco cautelosa porque desde ese momento se acentuó el grado de transnacionalización de la economía y la industria argentina. Paradójicamente, los empresarios nacionales apoyaron inicialmente el esquema porque suponía que las empresas extranjeras no iban a competir con los productos locales sino que venían para completar los “casilleros vacíos” de la industria. Pero el proceso de implantación de la industria automotriz, del tractor, la petroquímica y la química pesada resultó ser favorable solo para el capital extranjero. Esas ramas fueron las que más crecieron durante los años sesenta y dinamizaron al conjunto de la economía. En cambio, sectores tradicionales como la industria textil y la metalúrgica liviana padecieron una severa crisis y una reestructuración que implicó la expulsión de mano de obra. En el mediano plazo la estrategia desarrollista agudizó los problemas de la dependencia tecnológica y financiera con el extranjero. Los desequilibrios del sector industrial también se acentuaron a pesar de que algunas ramas lograron ir mejorando su competitividad de forma tal que, para mediados de los años setenta, un tercio de las exportaciones argentinas era de productos manufacturados.

Ahora bien, el modelo de la Industrialización por sustitución de importaciones (ISI) no se agotó sino que fue desmontado por las políticas de la última dictadura. Aunque la crisis del capitalismo a mediados de los años setenta impuso la transformación del sector industrial en toda América latina, en Argentina se abandonó cualquier intento de desarrollo industrial. Como resultado de ello, para finales del siglo XX la industria solo aportaba el 15 por ciento del PBI total, un porcentaje similar al periodo anterior a 1930. Los condicionamientos externos siempre estarán presentes y serán importantes para una economía periférica como la Argentina, el problema es cómo el Estado y los sectores dirigenciados locales se posicionan y elaboran estrategias para responder a los nuevos desafíos.

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