Ciudad

En el embalse del Ludueña

Ingenieros de la UNR advierten que un desarrollo inmobiliario puede convertirse en la Atlántida

La propuesta de un complejo residencial y deportivo en parte de un área prevista explícitamente para ser inundada durante grandes crecidas del arroyo y evitar desastres aguas abajo con una liberación controlada del agua, puede sentar peligroso precedente si es aprobada


De urbanizaciones en terrenos inundables, Rosario y la región tienen experiencia. Sólo basta mencionar el barrio Empalme Graneros. Este año, un nuevo proyecto inmobiliario, en Funes, reactiva el debate sobre los asentamientos humanos, los negocios privados como prioridad, el diseño sustentable de las ciudades y la necesidad de atender aspectos técnicos para no repetir errores. La ubicación de un complejo promocionado como residencial y deportivo activó una alarma fundamentada en un estudio de la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura de la UNR. Es que estará localizado, si pese a las advertencias obtiene los permisos oficiales, en parte del embalse de la presa retardadora del arroyo Ludueña, en la zona prevista para acumular el exceso de agua y liberarla en forma controlada con el fin de minimizar los perjuicios aguas abajo de la obra. Son terrenos que tienen antecedentes de inundaciones en 2002, 2007 y en 2012, resaltan los autores del trabajo.

El megaplan fue presentado por el grupo Damfield: un complejo “residencial y estancia deportiva” en la cuenca del Ludueña. Por propia iniciativa, y ante la publicidad del emprendimiento, el Centro Universitario Rosario de Investigación Hidroambiental (Curiham) y el Departamento de Hidráulica de la Facultad de Ingeniería detallaron con rigor de mediciones, modelizaciones y estadísticas la irracionalidad de un asentamiento humano permanente en un espacio preparado explícitamente para ser inundado. No es un capricho: así está legislado en todo el mundo.

“La presa del Ludueña se diseñó, como otras, con una especie de terraplén que hace de obstáculo y fuerza el almacenamiento de agua dentro de un cierto territorio para una liberación controlada, un escurrimiento lento. Así se consigue regular el caudal de las crecidas para minimizar las inundaciones aguas abajo de la obra”, explica el ingeniero Gerardo Riccardi. Y completa: “Para que todo esto funcione, se necesita disponer de un volumen de inundación en una determinada área afectada a ese fin de manera que no se afecten otras, pobladas”. Justo ahí es donde se proyecta el complejo residencial.

No se trata de especulaciones. “Hay un criterio de diseño que remite al R100, una probabilidad de ocurrencia de inundación máxima en 100 años, que se utiliza en todo el mundo. La zona inundable de la represa del Ludueña fue delimitada con certeza en 1985”, sigue Riccardi. Según la memoria general del proyecto original, la precipitación extraordinaria genera un embalse de 2.300 hectáreas de superficie, con un tiempo de permanencia del agua de 15 días.

Informe UNR sobre desarroll… by Claudio de Moya

 

Esos terrenos están reservados a eso, a ser inundados. Y ese anegamiento es el corazón del funcionamiento de la represa. El espacio “pude destinarse a múltiples usos, pero nunca a un asentamiento permanente de viviendas”, repasa Riccardi. Erik Zimmermann, también ingeniero del Curiham, ofrece ejemplos: “No puede haber urbanización, sí otros usos como parquizaciones, forestaciones, producción frutihortícola, que son los que se le dan en todo el mundo”.

Los terrenos son potencialmente inundables, pero aunque no se cubran de agua, sus características los hacen inviable, a mediano plazo, para la construcción de viviendas. Zimmermann explica por qué. “Más allá de la inundación superficial, a través de los escurrimientos, se trata de lugares bajos, con las napas de aguas subterráneas cercanas a la superficie, lo que complica las fundaciones de las viviendas y el tema sanitario”.

La propuesta del desarrollador no desconoce que el proyecto es en un espacio destinado a embalse aliviador de crecientes del Ludueña, y ofrece una llamada “compensación de volúmenes” para una suerte de reposición de los espacios que piensa ocupar. Los ingenieros de la UNR señalan que es otro despropósito. “Compensar volúmenes de almacenamiento en una zona donde el nivel freático está a 50 centímetros de profundidad es imposible. No hay manera de colectar agua allí, porque ya está ocupado”, sintetiza Zimmermann.

Efecto cascada peligroso

Riccardi recuerda que dos leyes provinciales, la 11730 y la 13246, son las que rigen la cuenca del Ludueña. Paro señala que “no son claras respecto de la prohibición de asentamiento permanente (en las zonas previstas para embalses o valles de inundación), por lo que dan lugar a interpretaciones”. Es lo que ocurrió con el visto bueno provincial al emprendimiento en Funes, bajo la premisa de la “compensación de volúmenes”.

El documento técnico del Curiham aporta en el mismo sentido: “Sin lugar a dudas, autorizar este caso particular de ocupación del territorio con asentamientos humanos permanentes dentro de la mancha de inundación de R= 100 años puede llegar a constituir un antecedente que pueda ser tomado como argumento para cualquier otro desarrollador urbanístico”. Un efecto cascada que terminaría por desarmar la función de la presa retardadora, porque “si el antecedente de ocupación del territorio se admite con validez para cualquier otro emprendimiento, generalizándose el mismo criterio de ocupación del reservorio, la zona libre de asentamientos humanos permanentes, en términos de extensión superficial, puede llegar a reducirse muy por debajo de las 2334 hectáreas previstas originalmente” para el embalse del Ludueña. Los firmantes del informe consideran entonces que una habilitación es “totalmente inadmisible”.

Usos y abusos del suelo, cimiento de mala cosecha

Nada es gratis. Nuevas urbanizaciones y progreso de frontera agrícola en las cuencas de los cursos de agua obligan a fuertes inversiones, siempre estatales, para atajar las transformaciones hidrológicas negativas de esas intervenciones humanas.

El Ludueña no es la excepción. “La infraestructura necesaria para entubar con eficacia el arroyo fue creciendo en forma casi exponencial. Cada 20 años hubo que duplicar la capacidad de los entubamientos. Y no alcanzó, por eso se construyó la represa en 1995, tras la gran inundación de 1986”, repasa Zimmermann.

La presa, explica, regula todos los aportes provenientes de la zona oeste de la cuenca, en Coronel Arnold, Zavalla, Pujato y Pérez, entre otras localidades.

Nunca alcanza. “Incluso en 2007, ya con la presa, el arroyo estuvo a punto de desbordar. Hay una serie de intervenciones humanas fuertes que inciden más allá del cambio climático, por lo que las situaciones extremas no pueden calificarse como desastres naturales”, pone en caja el ingeniero las explicaciones de los reiterados desbordes.

Lo anterior exige políticas públicas que exceden las competencias de la hidráulica, aunque la disciplina aporta argumentos para encararlas. “Hay una modificación del uso del suelo muy profunda, principalmente asociada al avance del monocultivo de soja, porque toda la carga de agroquímicos ha destruido entre un 40 y un 60 por ciento de la materia orgánica del suelo en el núcleo sojero, esto es desde el norte del país hasta el norte de la provincia de Buenos Aires, según estudios del Inta. Y eso provoca que el suelo absorba mucho menos que hace 50 años”. Lo que la tierra no chupa, va a parar a los cursos de agua, que no pueden encauzar tamaños aumentos de caudal ante lluvias intensas.

Extractivismo inmobiliario

El otro factor que recalca Zimmermann remite a los negocios inmobiliarios. “Todas las urbanizaciones recientes en el valle de inundación han alterado y agravado la situación. Por lo que se hace necesario agregar más infraestructura en forma periódica. Si la tendencia sigue, la mancha de potencial inundación crecerá porque lo hacen los volúmenes de escorrentía”. Doble argumento contra la autorización de proyectos como el de Funes.

Los intereses públicos y de largo plazo chocan contra los privados inmediatos. Son contabilidades diferentes, y las presiones son altas. Zimmermann lo enmarca en la lógica del extractivismo inmobiliario: desarrollos en “terrenos de bajo costo, porque son áreas originalmente inundables, que generan una gran rentabilidad” una vez urbanizados. La contraparte es el costo público de remediación y los particulares de quienes adquieren parcelas o viviendas atraídos por publicidades que ofrecen hábitats en contacto con la naturaleza, alejados del cemento pero con alto riesgo de terminar siendo una Atlántida.

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