Por: Mariano Hamilton/ NA
La guerra de Vietnam ya llevaba 11 años. Y nadie sabía que se extendería hasta 1975, es decir, otros nueve años. Pero si uno revisa el devenir de los acontecimientos de esta guerra que jamás debió suceder, verá qué 1966 fue un año clave porque comenzó una ofensiva diplomática para detenerla y porque gran parte del mundo tomó conciencia colectiva de que lo que allí estaba ocurriendo era un despropósito. Incluso en los Estados Unidos comenzó un movimiento anti guerra sin precedentes, especialmente en un país en el que la guerra forma parte de su ADN.
La guerra de Vietnam para Occidente fue una contienda bélica que, bajo la excusa de reunificar a Vietnam, sirvió como botón de muestra del poderío estadounidense y soviético en caso de que se desatara una conflagración mundial en medio de la guerra fría. El tema es que ese botón duró 20 años. Pero para los vietnamitas, en cambio, la guerra tiene otro nombre: “La Guerra de la Resistencia contra los Estados Unidos”. Todo dicho.
El asunto es que en esta guerra se enfrentaron Vietnam del Norte y sus aliados contra Vietnam del Sur y sus aliados.
Para constatar que en realidad fue una mini Tercera Guerra Mundial, digamos que los aliados de Vietnam del Norte eran: el Viet Cong (Jemeres Rojos, Pathet Lao y el Ejército Rojo Japonés), la Unión Soviética, China, Corea del Norte, Cuba, Albania, Alemania Oriental, Argelia, Bulgaria, Ceilán, Checoslovaquia, República del Conga, Guinea, Hungría, Irak, Malí, Mauritania, Polonia, República Árabe Unida, Rumania, Siria, Somalia, Sudán, Suecia, Tanzania, Yemen del Sur y Yugoslavia.
Y junto a Vietnam del Sur peleaban Estados Unidos, Camboya, el de Reino de Yemen, Laos, Australia, Corea del Sur, Filipinas, Nueva Zelanda, Tailandia, Alemania Occidental, Argentina (sí, Argentina participó con apoyo logístico), Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, Dinamarca, Ecuador, España, Francia, Grecia, Honduras, Irán, Irlanda, Italia, Japón, Liberia, Luxemburgo, Malasia, Marruecos, México, Noruega, Países Bajos, Pakistán, Paraguay, Reino Unido, Sudáfrica, Suiza, Túnez, Turquía, Uruguay y Venezuela. No todos los países enviaron tropas, pero de una u otra manera fueron partícipes del conflicto por el envío de armas, pertrechos, alimentos o cualquier otra cosa que sirviera para prolongar una guerra que aún no ha sido lo suficientemente revisada, especialmente porque terminó con la derrota de los Estados Unidos, algo que hace que no sea tan atractiva para los relatores de fantasías de libertad y de todas esas cosas que defienden quienes se consideran a sí mismos periodistas, historiadores o investigadores “independientes”.
Como para que se tome magnitud del conflicto digamos que en el Sur murieron unos 380 mil combatientes y que del Norte cayeron 1 millón 100 mil. La gran tragedia, además, fue que hubo más bajas civiles vietnamitas, camboyanas y laosianas que en campo de batalla. La cuenta es imprecisa y va desde el millón y medio a los 2 millones 300 mil personas. Una tragedia por donde se la mire.
La guerra había comenzado luego de la Guerra de Indochina (del 46 al 54), cuando Francia fue contra el Viet Minh, los comunistas en aquella colonia francesa. Los franceses fueron derrotados en el 54, se fueron de Indochina y en la Conferencia de Ginebra se decidió la separación de Vietnam en dos Estados (Vietnam del Sur y del Norte) y se programó, para un año después, hacer un referéndum en el que los vietnamitas decidirían la reunificación o la separación definitiva.
Pero otra vez el Señor Caimán, como dice la canción de Quilapayún, mostró los colmillos, promovió un golpe de Estado en Vietnam del Sur para evitar la reunificación y el Norte atacó militarmente para anexar a Vietnam del Sur. Y Estados Unidos entró en la guerra enviando armas, tropas y plata con la excusa de evitar el avance del comunismo porque estaba inmerso en la Doctrina Truman (“Debemos ayudar a cada nación a escoger entre dos modos de estilos de vida opuestos. Uno reposa sobre la voluntad de la mayoría y se caracteriza por sus instituciones libres (…); y el otro, sobre la voluntad de una minoría impuesta por la fuerza a la mayoría y se apoya en el terror, la opresión y la supresión de las libertades personales”, dijo Truman en 1946) y en la Teoría Dominó (de Eisenhower, quien quería evitar que el comunismo se expandiera por el mundo).
La cuestión es que 11 años después, en 1966, la guerra seguía sin definirse. Había victorias circunstanciales de ambos lados, pero la aguja de la balanza nunca iba para un lado, por lo que la sociedad estadounidense perdió la paciencia. La gota que derramó el vaso fue la foto tomada por el japonés Sawada, que registró como un blindado M113, comandado por soldados de los Estados Unidos, arrastraba al cuerpo de un soldado de Vietcong. De ahí en más, comenzaron las manifestaciones en contra de una guerra de la que se sabía poco, pero en la que morían miles y miles de personas cada día.
El 26 de marzo de 1966 se realizó la primera marcha multitudinaria en diferentes puntos de los Estados Unidos para frenar la guerra. Y ya el clamor sería casi unánime. Un día después, en Vietnam del Sur, miles de budistas marcharon contra la política de un gobierno que consideraban títere de los Estados Unidos. El 29 de marzo, el presidente soviético, Leonid Brézhnev reclamó que Estados Unidos sacara sus tropas de Vietnam, que ya alcanzaban los 250 mil hombres. El 29 abril se realizó otra marcha en los Estados Unidos, esta vez frente a la Casa Blanca y luego ante el monumento a Washington. El ruido era tan grande que el primer ministro británico, Harold Wilson, viajó a Moscú para negociar la paz en Vietnam, pero fracasó ante la negativa soviética. Para tirar más leña al fuego, en los Estados Unidos se empezó a perseguir a los militantes por la paz y se los acusó de apoyar a Vietnam del Norte y al Viet Cong. El 16 de agosto, incluso, el Comité de Actividades Antiestadounidenses propuso una legislación para castigar a aquellos que se opusieran a la guerra. El círculo se cerró cuando, el 11 de septiembre, la discusión llegó a la ONU ya el secretario general U Thant anunció que no iría por la reelección por su fracaso en conseguir detener la guerra de Vietnam.
Vietnam era un grano para el mundo civilizado. Y en 1966 se comenzó a trabajar para que ese grano estallara. Se tardó mucho tiempo, es verdad, pero nada hubiera sido posible de no haber existido la presión internacional para que el conflicto cesara.
En medio de ese clima bélico y antibélico, Inglaterra tendría su Mundial. Y no desaprovechó la oportunidad para apoderárselo. Armó un gran equipo, es verdad, pero también contó con la complicidad de árbitros y de dirigentes para quedarse con la Copa. No vamos a hablar del partido con Argentina, porque la Selección que diría Juan Carlos Lorenzo mereció perder en esos octavos de final y porque la famosa expulsión de Rattín fue más que merecida. Pero sí hay que detenerse en la final para entender que la cosa estaba más o menos cocinada.
A esa final llegaron Inglaterra y Alemania Federal. El local ganó el Grupo 1 que integraba con Uruguay (0-0), México (2-1) y Francia (2-0). Alemania se impuso en el Grupo 2 que compartía con Argentina (0-0), Suiza (5-0) y España (2-1).
En octavos, Inglaterra despachó a Argentina al ganarle 1-0 el día de la expulsión de Rattín y después avanzó al superar a la Portugal de Eusebio por 2-1. Alemania dejó en el camino a Uruguay (4-0 en otra batalla mundialista con patadas para todo el mundo) y a la Unión Soviética (2-1).
La final se jugó el 30 de junio en Wembley ante la presencia de la Reina Isabel II, que recientemente dejó este mundo, y más de 96 mil espectadores.
Haller puso en ventaja a los alemanes a los 12, pero 6 minutos después empató Hurst. Ya en el segundo tiempo, a los 33, Peters estableció el 2-1 para los locales, pero Weber empató cuando apenas quedaba un minuto de juego. Fueron al alargue y allí pasó lo increíble: Inglaterra se puso en ventaja con un gol que no fue salvo para el árbitro suizo Gottfried Dienst y su asistente soviético, quienes lo convalidaron. El asunto fue que un potente remate de Hurst golpeó en la parte inferior del travesaño y picó sobre la línea de gol. La pelota no entró, pero el juez y el línea, luego de un breve debate, cobraron el gol. Luego, en el último minuto del alargue, Hurst anotó el cuarto gol para los ingleses y así se transformó en el único jugador de la historia en marcas tres veces en una final de Mundial.
Inglaterra se llevaba la Copa con un gol que no existió. O sea, piratearon el triunfo. Veinte años después, con una mano que le atribuyen a Dios pero que en realidad era de un mortal, se hizo un poquitito de justicia divina.