*Por Claudio Campanari/Télam
Médicos psiquiatras e intensivistas coincidieron en que la pandemia los puso en un lugar impensado, el de pedir ayuda y contención, en un contexto sociosanitario en el cual además la locura y la muerte cobraron una significación inédita en tanto «tema tabú para la sociedad», lo que tiende a agravar la situación de «burnout» (agotamiento mental) ante la exigencia de los familiares de que «hagan todo» para salvar vidas de aquellas personas afectadas por la pandemia.
Esas fueron algunas de las reflexiones que cobraron cuerpo en «De locuras y de muertes», que reunió por primera vez en el marco de un conversatorio a psiquiatras e intensivistas, en el cual abordaron también el estigma que suele pesar sobre ambas especialidades, las razones que las hacen proclives al burnout, la noción de finitud y cómo se vieron impactadas la labor y la vocación en el actual contexto pandémico.
El conversatorio reunió a voces de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva -Rosa Reina, presidenta; Analía Occhiuzzi, directora del Comité de Bioética; Juan Carlos Tealdi, quien además es director del Comité de Ética y Programa de Bioética, del Hospital de Clínicas- y de la Asociación de Psiquiatras Argentinos -Santiago Levín, presidente; Elisa Sbriglio; Aymará Pinster, quien coordina el Servicio de Salud Mental y Adicciones del Hospital chubutense Santa Teresita; y Martín Nemirovsky, quien es subdirector de la revista de psiquiatría Vertex y es uno de los directivos de Proyecto Suma, una ONG dedicada a la salud mental comunitaria-.
Reina apuntó que los intensivistas «nunca» han «solicitado ayuda, salvo algún caso personal» y destacó que el mito que sobrevuela al médico de terapia intensiva es que «si puede lidiar con la vida y la muerte de una persona, no necesita ayuda personal».
«Muchos de los intensivistas terminan presos de adicciones -dijo la titular de la SATI-. Creen que pueden manejarlo todo y en esta pandemia no tenemos presente que necesitamos ayuda. Hemos puesto una aplicación para aquellos que necesitan contención y el porcentaje de adhesión es bajo. No podemos manejar todo».
Levín calificó como un «logro importante» el encuentro virtual entre ambas especialidades médicas, «en momentos que se viene advirtiendo por la situación de las terapias intensivas y de la salud mental de todos los trabajadores de la salud».
«Las guardias de 24 horas son inadmisibles a esta altura, al igual que el pluriempleo y las instancias formativas de los residentes, quienes deben atender los casos más graves en vez de que lo que hagan los colegas con más experiencia», advirtió el titular de APSA.
Occhiuzzi reflexionó que «con la psiquiatría tenemos la coincidencia de patologizar todo, incluso las formas de vida y las formas de muerte. Muchas veces nos falta el recurso de la palabra y pensar al paciente de manera integral. Este tema nos chocó de frente en la pandemia, nos cuesta darle sentido a las palabras, a la comunicación con los familiares»
«Ninguno de nosotros está preparado para esto», indicó a su turno Pinsker, y agregó: «Menos desde el punto de vista emocional, muchas veces nos sentimos desbordados pero hay que pensar que no es necesario soportar todo».
Tealdi, en tanto, consideró que uno de los problemas que trae la pandemia es «la amenaza constante de enfermedad y muerte, que es masiva y alcanza a toda la población sin distinción alguna. Esto impacta en las formas de organización que en distintos modos se fragmenta e individualiza».
El bioeticista aseguró que, «ante el avance de la enfermedad, había que dar una respuesta integral de todo el sistema de salud, pero esto no funcionó. Los comité de crisis (de los hospitales y otros establecimientos sanitarios) no armaron un equipo integrado y así los residentes están con la cabeza quemada».
«El profesional de la salud tiene que enfrentarse con las familias (de los pacientes), que quiere que hagamos todo, pero hay veces que no nos alcanzan las palabras, los conocimientos para explicar (un cuadro de salud impactado por una situación sanitaria inédita) y que no tengan falsas expectativas. Muchos consideran que el soporte técnico de la UTI es como un milagro», afirmó Occhiuzzi.
En ese punto, Nemirovsky consideró que «ahora las familias no acompañan a los pacientes, ahora la responsabilidad recae en los intensivistas. A esto hay que sumarle la saturación de camas que da un nivel de burnout que es preocupante».
«Se trata de la medicalización de la vida y la muerte. Los familiares nos piden que hagamos todo y los medios de comunicación promocionan todo tipo de criterios. Eso es una presión», sostuvo el psiquiatra.
E interrogó: «¿Qué va a pasar en unos meses con los que no se quieren vacunar, con los antivacunas? En este contexto, los aplausos como manera de reconocimiento, los veo como parte de una hipocresía social».
Según Reina, «nunca pasó esto de que fallecieran tantos trabajadores de la salud en tan poco tiempo o que sufrieran lo que deja este virus. Nuestra sociedad escapa a la muerte, pero el paciente que está mal tiene posibilidades de recuperarse. Como sociedad debemos internalizar el tema de la muerte».
Al respecto, Briglio destacó la necesidad de «desmitificar la muerte que representa un tabú. Asumirla es liberador, aunque sea doloroso y trágico. A psiquiatras e intensivistas se nos obliga a hacer todo el tiempo algo. No hay reflexión, no hay palabra. En un hospital psiquiátrico la pulsión de muerte está todo el tiempo, sin espacio para el ordenamiento de la palabra».
Esta pandemia llevó a los profesionales de la salud a hablar de su «propia muerte», advirtió Nemirovsky.
Los profesionales coincidieron en que el poco descanso y falta de esparcimiento, mala alimentación, pocos elementos de seguridad personal, el miedo a contagiarse, la infodemia, los familiares y la necesidad de adoptar decisiones que les tocan tomar a ellos es abrumador para el personal de salud.