Por Diego Genoud
Nota original: elDiarioAr
Sergio Feingold es ingeniero agrónomo, coordina del Programa Nacional de Biotecnología del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) desde 2014 y es una de las personas que mejor conoce el proyecto binacional de participación público-privada que Argentina y México llevan adelante con el objetivo de reducir el uso del glifosato. Se trata de un proyecto ambicioso, tal como lo reveló hace 10 días elDiarioAR, y puede cambiar la ecuación del agronegocio a nivel global: un desarrollo biotecnológico capaz de disminuir tanto las cantidades utilizadas como el margen de ganancia del herbicida creado por Monsanto. De acuerdo a un estudio de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina es el país que más glifosato usa en el mundo per cápita. Son 10 litros por habitante por año. Cuando comenzó a utilizarse hace más de décadas, se usaban en el país 3 litros de glifosato por hectárea por año y hoy el promedio es de 15 litros de glifosato por hectárea por año.
La iniciativa que tiene unos cinco años de trabajo dio un salto en los últimos meses, cuando despertó el interés conjunto de dos empresas de las más importantes, la rosarina Bioceres y su socia Nature Source Improved Plants (NSIP), una firma que es propiedad del magnate Alfonso Romo, uno de los colaboradores principales de André Manuel López Obrador. En ese entendimiento, fue fundamental el trabajo de la Cancillería argentina, en especial del secretario Relaciones Económicas Internacionales, Jorge Neme.
Feingold busca ser cauteloso por método y no puede hablar por demás debido a que hay un convenio de confidencialidad firmado entre las partes. Sin embargo, sus palabras confirman que se trata de un emprendimiento de lo más trascendente. “Este nuevo desarrollo viene a resolver un conflicto urbano-rural, viene a aportar a la sostenibilidad productiva y ambiental y a disminuir el uso de agroquímicos en la producción agropecuaria argentina”, dice. Con su trabajo, el coordinador del programa del INTA busca desmentir lo que considera parte de una vieja confusión y niega que la biotecnología deba estar asociada siempre a los agrotóxicos, al glifosato y a Monsanto.
— ¿Qué nos puede contar del trabajo que se viene llevando adelante desde el INTA con la compañía mexicana StelaGenomics para reducir el uso del glifosato?
— Es una tecnología súper promisoria, con una aproximación biotecnológica muy creativa y muy original. Stelagenomics es un spin-off del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav) de México y tiene el apoyo del Estado mexicano. Juntos estamos en un desarrollo que todavía es incipiente, estamos comenzando, pero estamos poniendo toda la capacidad del INTA.
Luis es uno de los primeros que hizo una planta transgénica, pero el mayor valor que tiene es que nunca cedió a los intentos de Monsanto por contratarlo. Tiene una visión de la biotecnología que no está centrada en el negocio. Así es como surge la posibilidad de este nuevo desarrollo que viene a resolver un montón de problemas. Por un lado está el problema para los agricultores con el tema de malezas resistentes y, por otro lado, está el problema para la sociedad con el uso y abuso del glifosato, que genera una zona de conflicto urbano-rural que hoy en día no está resuelta. También tiene un componente de huella de carbono, pero posiblemente requiera una serie de estudios mas profundos que se van a ir haciendo a lo largo de los años.
— ¿Cuál es la importancia del trabajo del Inta en este caso?
— Que un organismo nacional de investigación se ponga al frente para optimizar una tecnología que hoy hay que ponerla a punto y confirmar su validez es súper meritorio y es básicamente lo que nosotros creemos que tenemos que hacer: trabajar para la sociedad en su conjunto. Lo que hicimos fue juntar a todos los especialistas del Inta, eso lo hice yo en más de una oportunidad, para mirar todos los aspectos alrededor de la tecnología, no solamente los que tienen que ver con una aplicación en el corto plazo sino también en el mediano y largo plazo. Se trata de ver cómo la biotecnología maneja un sistema global en el cual miramos todos los aspectos, el productivo, el del control de malezas y de la disminución del uso del glifosato, pero también todo el microbioma asociado a esto.
— ¿Cómo sería?
— Hay que ver qué pasa en el suelo con esta nueva tecnología, qué pasa en la planta. Esto tiene impacto en la sustentabilidad, mitigando la erosión hídrica y asegurando el mantenimiento de la biodiversidad. Es una tecnología que no mata la maleza sino que la hace no competitiva en términos económicos: se logra que la maleza no disminuya significativamente el rinde del cultivo. Esta tecnología en maceta funciona bárbaro, el desafío del Inta, el interés del Ministerio de Agricultura y del Estado en sí, es que esto se pueda llevar al campo, que sea sostenible en el tiempo y que podamos ir disminuyendo el uso del glifosato. Hay que ser cauteloso y andar prometiendo antes de que lo hayamos verificado en ensayos de campo. Pero hoy el productor agropecuario está muy acostumbrado al uso del glifosato y vale la pregunta: ¿Qué pasa si dejamos de usar la mitad del glifosato que usamos hoy?
— ¿Por qué sugiere que hay un malentendido con el uso de la biotecnología?
— La sociedad en general ve a la biotecnología como un socio del glifosato, como si fueran dos partes indisolubles. Los que trabajamos en biotecnología hace muchos años que estamos tratando de revertir esa visión porque no sólo se la asocia con glifosato, sino también con Monsanto y con agrotóxicos. Con este desarrollo, lo que estamos tratando de demostrar es que no es así y que la biotecnología es una herramienta para la sostenibilidad productiva y ambiental, que la agrotecnología y la biotecnología no son alternativas sino que son sinérgicas. La biotecnología puede abordar los temas de la agroecología o ecología productiva pensando en el largo plazo, con herramientas propias de la biotecnología.
— ¿A qué se debe ese malentendido?
— La biotecnología en la semilla está muy concentrada en muy pocas manos y el país, que es un agroproductor primario, depende de la producción de semillas de las multinacionales. Entonces, que haya una empresa nacional interesada en estos desarrollos y que tengamos desde Inta las capacidades técnicas para testear esta nueva tecnología mirando el impacto a nivel cuenca es muy importante. Estamos muy contentos de haber atraído la atención empresas privadas argentinas y mexicanas.
— ¿Cómo es advertido el problema de la dependencia de ese grupo de multinacionales en el campo? ¿Preocupa, el productor sojero puede ver al Estado como aliado o hay rechazo y resignación?
— De eso sólo puedo hablar a nivel personal, no institucional. Hay que preguntarle a los productores si esta modalidad de toma de valor que tiene Bayer-Monsanto de la Intacta 2 es algo que los incomoda o no. Yo creo que hay muchos productores que no están muy contentos con esto, especialmente cuando detectan la presencia de Intacta 2 en mezcla. Pero no soy yo el que tiene que hablar de esto. Sí me parece sano que un país que depende tanto de su producción agrícola para el ingreso de divisas tenga sus propios desarrollos, con sus propias lógicas, mirando también un poquito la sostenibilidad productiva. El tema de la aparición de malezas resistentes al glifosato y a otros herbicidas es claramente un impedimento y un problema que trajo aparejado el uso de transgénicos sin pensar en un horizonte más a largo plazo.