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Jean-Louis Trintignant, un actor indispensable para el mejor cine europeo

El protagonista de “Z”, “El conformista”, y “Il Sorpaso”, entre otros títulos de afamados realizadores fue capaz de animar a personajes emblemáticos en propuestas que daban cuenta de las preocupaciones de la época, valiéndose habitualmente de precisos recursos y una deslumbrante intensidad

Otro actor de los más emblemáticos del cine occidental acaba de dejar la escena. El francés Jean-Louis Trintignant pertenece a la estirpe de aquellos actores sobre los que se hace difícil decir que fue de los mejores en su oficio, pero sin duda buena parte del cine europeo no sería lo mismo sin su dúctil presencia; mejor estaría señalar que jugó en la liga de los indispensables para algunas propuestas fílmicas que le calzaban perfectamente y en las que sobresalía del modo que lo podrían haber hecho Alain Delon o Jean Paul Belmondo, por ejemplo.

Trabajó con realizadores importantes como Constantin Costa-Gavras, Michael Haneke, el más liviano pero exitoso Claude Lelouch, Francois Truffaut, Krzysztof Kieślowski, Patrice Chéreau, Dino Risi, Bernardo Bertolucci, Tinto Brass, Ettore Scola y Valerio Zurlini, entre los más renombrados. Con el francés Eric Rohmer, haría la encantadora Mi noche con Maud, donde el director galo plasma la agitación de Mayo del 68 a través de un relato intimista.

Con Z de Costa-Gavras alcanzaría estatura mundial puesto que la película funcionó como una perfecta denuncia de la tristemente célebre dictadura de los coroneles de extrema derecha que gobernaron Grecia entre 1967 y 1974 y que resonaría fuertemente en América Latina ante la asonada de golpes militares que venían produciéndose.

En ese thriller político, Trintignant, coprotagonista junto a Yves Montand, compone al juez de instrucción encargado del caso de la muerte de un diputado de la oposición en circunstancias violentas –le rompen la cabeza a palazos– y que el gobierno intenta hacer aparecer como un accidente de auto. Con la ayuda de un periodista que investiga, el juez sigue pistas que llegan hasta la cúpula de un partido de ultraderecha y de miembros prominentes de la policía. Trintignant anima a su personaje con suficiencia admirable puesto que toda su formación y su clase están ligadas a sectores de poder; sin embargo algo va a producirse en su interior que lo decidirá a llegar hasta las últimas  consecuencias.

Que, claro, no desembocarán en un hecho de justicia, sino en su destitución, forzada por esos mismos personajes a los que acusa del crimen, amparados en un gobierno decidido a acabar con quienes se le resisten. Ese personaje le valió a Trintignant obtener el premio  al Mejor Actor en el festival de Cannes en 1969.

Aparentemente normal con algo escondido

En El conformista, uno de sus trabajos al que no es exagerado tildar de exquisito por la cantidad de matices con que dota a ese personaje que irá a consumar una traición, ya pone en evidencia de lo que es capaz con sus miradas y con sus poses, con su manera de andar y apenas algunos movimientos de sus manos. El film de Bernardo Bertolucci, basado en la novela homónima de Alberto Moravia donde se desnudan los mecanismos del Estado totalitario mussoliniano, fue ideal para que Trintignant compusiera ese personaje ambiguo e incómodo con todo aquello que le deparaba su vida y que para ocultar ese malestar se convertía en el ciudadano más común entre los comunes, resuelto a pasar desapercibido desde su “marcada” normalidad y de ese modo llegar a cualquier lugar sin que despierte sospecha alguna.

Bertolucci contó cómo dio con el actor que resumía perfectamente el personaje en el libro de Moravia: “Jean-Louis Trintignant estaba filmando en Roma así que un amigo en común organizó un encuentro. En cuanto lo vi no tuve ninguna duda, era lo que había soñado. Para mí dirigir a un actor es darle carne, cuerpo, a alguien que hasta ese momento es solo un fantasma en una página. El misterio que se oculta en un actor siempre me da curiosidad. Y al elegir a alguien así sé que durante el rodaje mi curiosidad se transformará en una forma de exploración. Y los secretos que esa persona esconde se convertirán en parte del personaje. Y Jean-Louis era aparentemente muy normal pero detrás de esa apariencia se escondía algo que quería descubrir”.

La secuencia donde asesinan al antiguo profesor de Marcello –el personaje de Trintignant– es de una extrema tensión y buena parte reside en su impertérrita mirada mientras ocurre el crimen. Marcello se queda dentro del auto, del que Quadri, militante revolucionario del Frente Popular baja y da unos pocos pasos hasta que aparecen sus atacantes con cuchillos y dagas y lo apuñalan con prisa y sin pausa. Anna, la mujer de Quadri, descubre que Marcello está detrás del complot y golpea desesperadamente la ventanilla del automóvil, pero el rostro hierático de Marcello permanece inmutable y, a decir verdad, hiela la sangre. De esas proezas era capaz Trintignant, de imprimirse casi una máscara denotando todo un estado de cosas fatales.

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Una deslumbrante intensidad

Su ductilidad es eficaz y le permite bascular entre roles disímiles. En Il Sorpaso, uno de los picos altos de Dino Risi, sobre todo en su particular uso de la comedia dramática, Trintignant da vida a un estudiante de abogacía tímido que en un tórrido verano en la Roma en reconstrucción de principios de los sesenta, conoce a una especie de bon-vivant mujeriego y entrador –interpretado por Vittorio Gassman– que conduce una cupé descapotable y con el que saldrá de copas mientras van conociéndose. Los personajes unen sus destinos en un encuentro tan casual como absurdo. Risi trabaja el antagonismo entre los personajes con mano de orfebre develando en ese cruce la angustia y soledad con que cargan ambos, aun teniendo vidas completamente diferentes.

Roberto, el personaje de Trintignant, está deseando seguir los pasos de su primo, un fascista consumado, pese a que, al mismo tiempo, desconfía de esa salida. En la interpretación de ese joven de pétrea y enigmática belleza, Trintignant muestra una deslumbrante intensidad en su actuación contenida, con la duda existencial a flor de piel, en un magnífico contraste con su desbocado compañero, que tocaba como loco la bocina de su auto y creía comerse el mundo, también en una inmejorable composición de Gassman.

En Tres colores: Rojo, del polaco exiliado en París Krzysztof Kieślowski, Trintignant  da vida a un juez retirado que establece una por lo menos extraña relación con la protagonista femenina, una vez que esta le devuelva su perra  accidentalmente atropellada. En este film, el juez vive en absoluta soledad pero espía todo el tiempo a sus vecinos a través de un sofisticado sistema de escuchas telefónicas. Desencantado de su profesión y lleno de culpa por haber condenado a inocentes y eximido a culpables, el juez ofrece toda una gama de asombrosas actitudes cuando siente que la joven que acaba de conocer puede descubrir sus secretos. El trabajo de Trintignant es otro tour de force con un personaje que parece creado a su medida.

En 2012 sería el coprotagonista de Amor, de Michael Haneke, en la que anima a George, un hombre de la edad que tenía Trintignant en ese momento, 81 años, que pondrá a funcionar toda la reserva de amor que siente por su mujer cuando ella queda paralizada de medio cuerpo por una descompensación. Ya algo lejos de esa misteriosa elegancia que despedían sus personajes anteriores, aquí pone a funcionar sus recursos para expresar la tristeza, impotencia y frustración por sentir que cada día pierde un poco más a su amada.

Prolífico y extremadamente tímido

“Soy extremadamente tímido. No estaba hecho para un trabajo en público. Además, la fama nunca me interesó demasiado. La primera vez, hace gracia. Pero después ya no”, confesó alguna vez ante un cronista que lo miraba incrédulo. En esa entrevista repasó su carrera, de la que dijo sentirse sorprendido por lo profusa, y refirió sus miedos –al cáncer que terminaría con su vida– y el dolor provocado por la muerte de su hija Marie Trintignant, asesinada a golpes por su pareja. “He vivido dos dramas que me afectaron mucho. Sobre todo el último, el de mi hija Marie”, había afirmado.

En sintonía, el austriaco Haneke había declarado en Cannes luego de la entrega de la Palma de Oro en el festival por Amor: “Jean-Louis ha tenido una vida complicada, le han ocurrido cosas terribles que incluyen el asesinato de su hija. Si hay alguien que puede hablarnos de la vida es él. En su voz resuena la verdad, no puede mentir. Es incapaz de decir algo que no piense”.

En 2017, Haneke volverá a tenerlo en Happy End, en la que su personaje atrapado en una silla de ruedas, pide a su familia y a quien se le cruce que le ayuden a morir. Tal vez ese personaje mucho decía de la devastación nunca superada por la muerte de su hija. El magnífico Trintignant se despedía de este mundo el último 16 de junio, a los 91 años.

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