Escribía Miguel Hernández: “Tú eres uno de aquellos hombres que contiene un alma sin fronteras, universal fielmente”, se refería a los luchadores sociales de la revolución libertaria española.
Seis años antes en Rosario, luego del golpe de septiembre de 1930, habiendo implantado Uriburu la ley marcial, fusilaron en las barrancas del Saladillo al obrero anarquista catalán Joaquín Penina. Se inauguraba así una fatídica etapa de persecuciones a los militantes sociales y proletarios. En 1931 los fusilamientos de Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó. El proceso de Bragado que encarceló más de una década a tres militantes de la Fora V Congreso: Vuotto, Mainini y de Diago.
Los perseguidos y estigmatizados desde los alto eran en todos los casos trabajadores de ideología y prácticas solidarias, revolucionarias, insumisos al poder plutocrático, eclesial y militar. Mientras tantos los políticos de entonces maniobraban en sus conciliábulos y maquinaban sus contubernios. Firmaban pactos como el Roca-Runciman, entronizaban a Justo, Ortiz, Castillo y agregaban eslabones a las cadenas que amordazan a los pueblos, agregando el sexto dominio a la corona británica.
Joaquín Penina, obrero anarquista, hijo del pueblo, sangre derramada por chacales cancerberos de privilegios.
La negación como bella arte
En su libro El hombre rebelde, Albert Camus afirma que la primera actitud de insumisión contra los sistemas de la injusticia es decir no. No a la manipulación de la voluntad que impone la explotación capitalista y la dominación política del Estado y los dogmas instituidos. No al chauvinismo que camufla las ansias de mutua destrucción entre los pueblos. No a las guerras como resolución de las crisis entre los poderosos y sus apropiaciones territoriales.
Tres instancias desesperan y enfurecen a los que ejercen el poder en las sociedades jerárquicas: la deliberación colectiva, asamblearia, la resolución autónoma del colectivo y la puesta en ejecución de las decisiones deliberadas, discutidas y resueltas sin mediaciones tecno-burocráticas. Es por eso que buscan someter y sabotear a toda costa estas experiencias de realización popular.
La cooptación es uno de esos mecanismos, desde la vigencia a nivel global del neoliberalismo este mecanismo se fue diversificando a veces a través de la lisa y llana persecución de los colectivos autogestivos, otras mediante la implementación de ONG, que perpetúan las jerarquías y centralizan la toma de decisiones.
La concentración económica y militar cobra cuerpo en las instancias superestructurales.
Jean Paul Sartre señalaba que “no nos convertimos en lo que somos, sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros”, y esta negación debe ser un acto conciente que implica la autoorganización colectiva, autogestionaria para la abolición de la dominación de macro y micropoderes.
Una negación que no es ex nihilo, sino el rescate de las múltiples experiencias de luchas de las clases subalternas. Una negación que sea impugnación integral del sistema de opresión, para construir sobre las nuevas bases de la solidaridad social una sociedad diferente de seres libremente asociados.
Pensar sin red
Teodor W. Adorno afirmaba la necesidad de pensar sin ataduras, filosofar sin red, esto implica plena conciencia de la responsabilidad de todo ser humano de actuar consciente de la responsabilidad que implica vivir en sociedad y no ser cómplice objetivo de los poderosos y dogmáticos.
Esta actitud implica asumir el riesgo de vivir en la brega permanente de cuestionar lo establecido por la sistemática violencia de los que manipulan los mecanismos del poder y la dominación.
Ser un activista intelectual, un protagonista del presente, en la proyección hacia un devenir histórico diverso.
Ser consciente, como planteaba Camus, del absurdo de nuestras existencias y de lo que implica enfrentarse a las mistificaciones y las mitificaciones. Coartadas con las que de continuo marcan áreas para encorsetar el conflicto social y domesticar la insumisión latente y la concreta y cotidiana.
Las superpotencias mundiales Estados Unidos, Rusia y China mueven sus piezas en el tablero de la política internacional de un modo que recuerda lo que Herbert Marcuse anunciaba ya en 1964 en su libro El hombre unidimensional, la multiplicación de los arsenales bélicos como “garantía de la paz”, una de las tantas falacias, en el presente el centro de las miradas es la situación de Siria, pero persisten otros conflictos que cada día se cobran decenas y hasta de vidas humanas.
Ante este sombrío panorama que nos rodea que torna en “espectáculo mediático” hasta las carnicerías más atroces como las guerras de alta y baja intensidad, las invasiones y campañas imperiales, la cotidiana expoliación de pueblos, la devastación de ecosistemas. Como el reciente anuncio de explotación petrolera en Ecuador. Con los medios masivos de información y comunicación banalizándolo todo, es preciso asumir con coraje este aserto, actuar sin certidumbres absolutas, sin dogmas que enturbien la mirada, pero con firmes convicciones en pos de la emancipación humana.