Dice la historia narrada para oídos atentos, no la de medios oficiales punteando momentos clave del itinerario blusero y rockero inglés, que un John Mayall adolescente iba con su padre a alentar al Manchester United en el ya viejo estadio Old Trafford, desde su Macclesfield natal, en las afueras de Manchester. Luego, si el equipo triunfaba, iban a un pub donde el padre solía emborracharse y cantar algunas baladas folk con letras cargadas de nostalgia o pesimismo.
En la casa donde vivían había una guitarra acústica y mientras su padre dormía las suculentas pintas que había bebido, el joven John la rasgueaba intentando sacar acordes que había escuchado en un disco de Chuck Berry, que un amigo le había prestado. “La única razón por la que nací en Macclesfield fue porque mi padre era un bebedor, y allí era donde estaba su pub favorito”, contó una vez. Más tarde reconocería que su padre no tocaba nada mal la guitarra y el banjo, y que la colección de discos de piano boogie-woogie que tenía su progenitor fue un camino frondoso en su adolescencia para sentir que eso era lo que alguna vez quería hacer.
Fue así durante años y de a poco se animó a integrar formaciones amateurs para animar fiestas los sábados a la noche. Estudió en la escuela de arte de la ciudad y hasta pensó en pintar motivado por el halago de amigos hacia sus dibujos. Sin embargo la música era más fuerte y el blues lo sedujo a tal punto que comenzó a componer con cierta gracia y estilo, y ya pisando los treinta dejó la ciudad industrial que había dibujado en la escuela de arte y marchó hacia Londres, donde el género tenía un circuito en plena ebullición con bandas y solistas aguerridos y exquisitos.
Al poco tiempo nomás de su estadía en la gran ciudad, alumbró a The Bluesbreakers, donde se reconocían claras influencias de Muddy Watters, Howlin’ Wolf, Willie Dixon y el blues eléctrico de Chicago que volvía locos a Eric Clapton, Jack Bruce, Peter Green, Mick Fleetwood, John McVie y Mick Taylor, sus primeros socios en la fascinante osadía blusera que planteó esa banda, que navegó con firmeza por el género durante casi 40 años con distintos miembros pero siempre con Mayall en el timón.
El encanto de los instrumentos
Al cabo de un par de discos, The Bluesbreakers se consolidó como señera en el universo del blues británico. Eran los primeros sesenta –en 1965 se edita John Mayall Plays John Mayall, grabado en el sello especializado Decca–, y ya The Rolling Stones, The Animals, The Who y The Yardbirds, estaban también haciendo estragos, entonces había que sonar muy bien para captar escuchas con semejantes propuestas en la escena londinense y mundial. Mayall se movía bien en los teclados, en la armónica, ¡en el arpa! y se destacaba en la guitarra mostrando sus rasgos de muliinstrumentista, porque como reconoció más tarde, “…todos los instrumentos tienen algo encantador, solo se trata de encontrar esos sonidos, cuando eso pasa, cuando logras hacerlo sonar como quieres, parece que te dedicarás enteramente a él hasta que encuentras lo mismo en otro diferente”.
La banda lograba contundencia en el formato guitarra, bajo, batería, órgano y armónica, desde donde machacaban impacientes sobre una trama de rhythm & blues sobre la que ejercían una descarada lectura propia, animados por las posibilidades encontradas en horas y horas de ensayo, y en los bríos para –sin apartarse demasiado de las estructura de los doce compases– hacer planear las armonías en una recreación muy propia que los dotaba de una inédita autenticidad, es decir, constructora de sus propios cimientos, a tal punto que fueron alabados –aunque no sin algo de recelo– por The Paul Butterfield Blues, la gran banda de blues de Chicago de los sesenta.
Los músicos que la formación portaba entonces no eran ajenos a este logro. El insigne Eric Clapton había dejado The Yardbirds, donde compartía escena con Jimmy Page, Jeff Beck y Keith Relf e inmediatamente –1965– se hace parte de The Bluesbreakers. Al cabo del tiempo, el autor de “Layla” reconocería que al lado de Mayall aprendió algunas técnicas y se hizo más diestro en la ejecución de su instrumento. Pasaba que Mayall era virtuoso más que nada en su apreciación conceptual del género, despuntando en la estilización de los acordes casi sin esfuerzo y con un increíble sentido del ritmo. Apenas unos años bastarían para que Mayall fuese llamado “padrino del blues” en Gran Bretaña, y en ese sentido, se lo consideró una suerte de mentor de otros músicos, entre los que se cuenta a Peter Green –“…él me enseñó a ser desprejuiciado en la composición”, había dicho el súper violero del primer Fleetwood Mac–, y Mick Taylor, más tarde guitarra rítmica y primera de los Rolling, quienes admitieron –igual que Clapton– caer bajo los influjos de los “virtuosos trucos” de Mayall. “Tenías total libertad para hacer lo que quisieras y cometer tantos errores como quisieras, él lo enmendaba de inmediato con otro acorde”, dijo Taylor en una entrevista de 1979.
En estudios, Clapton grabó un solo disco con la banda, el genial Blues Breakers o The Beano Album (1966), como también se lo conoció, un registro todavía impar de la era dorada del pop-rock británico de los sesenta y que en su momento estuvo varias semanas a la cabeza de los rankings y del cual el después guitarrista de Cream dijo que “grabar ese disco fue fabuloso, creo que en ese momento, salvo John, no teníamos idea de lo que estábamos tocando, pero pusimos todo el feeling que teníamos entonces, y creo que hubiera sido un disco muy vendido si hubiéramos tenido una compañía grande detrás, pero John no se interesaba por los sellos, lo tenían sin cuidado, él solo quería tocar y que las grabaciones fueran lo más fidedignas posible a lo que tocábamos”. En ese disco quedaría inmortalizado “All Your Love”, el clásico de Otis Rush que Mayall y Clapton llevaron a alturas impensadas convirtiéndolo en uno de los temas más versionados en vivo por John.
Sacar lo mejor que se tenga
Evidentemente esa imagen pinta bastante bien a Mayall, quien no se atenía demasiado a las olas estéticas de cada tiempo; en el caso de ese disco se hace notoria la falta de aire psicodélico que poblaban las composiciones de buena parte de las bandas en esos años, algunas auténticas y formidables, otras una mera pose. A principios de 1970, Mayall se mudó a los Estados Unidos y se encontró con músicos de gran nivel, a quienes conocía y con quienes quería tocar; formó varias bandas y fue apartándose del blues eléctrico y comenzó a experimentar con el funk, se acercó al pop, participaba de jam-sessions y compartía composiciones, pero nunca abandonó el blues directo, que solía tocar en espacios más pequeños como bares o clubes, tal vez rememorando aquellos tiempos en que acompañaba a su padre en los pubs de Manchester.
Durante la década del 70 Mayall mantuvo contacto frecuente con dos músicos que habían formado parte del primitivo The Bluesbreakers, el bajista John McVie y el guitarrista Mick Taylor, con quienes, en una reunión “cumbre” en España, en 1982, decidieron revivir la banda por la cual cada uno consiguió un lugar en el rock & blues mundial. The Bluesbreakers volvió al ruedo con un sonido aceitado para recrear temas originales de la banda y ya en los 90, con la incorporación de un nuevo guitarrista, el texano Buddy Whittington, el sonido cobró otra dimensión, tal vez más afiatado, pero a la vez sosteniendo cierta pureza en la interpretación que Mayall lograba en cada entrega. “Siempre supe que comando una banda y sé lo que quiero tocar con ella. También los músicos pueden ser buenos amigos míos, pero mientras tocamos cada uno tiene que sacar lo mejor que tenga”, dijo Mayall en una entrevista de 2013.
El éxito, como suele entendérselo en el sentido de fama y fortuna, le fue esquivo, pero tal cosa no le molestaba, por el contrario, había cierto orgullo cuando dijo en esa misma entrevista: “Nunca he tenido un disco exitoso, nunca gané un Grammy, ni en Rolling Stone (la revista) puede leerse un artículo a fondo sobre mí. Sigo siendo un artista underground”. En una nota para la revista Road Blues le preguntaron a Mayall si seguía tocando para satisfacer una demanda o simplemente para demostrar que todavía podía hacerlo. “Bueno, afortunadamente la demanda está ahí. Pero en realidad no es por ninguna de esas dos cosas, es sólo por amor a la música. Simplemente me reúno con estos muchachos y hacemos ejercicio”, respondió. Y en tren de confesión, en otra interview para la revista Down Beat en 1990, había contado que “…a lo largo de los años 70, realicé la mayoría de mis espectáculos borracho. Una vez intenté saltar desde un balcón a una piscina, fallé, me rompí un talón y quedé algo rengo. Sirvió para algo, porque luego de ese incidente dejé de beber. Fue extraño, porque al principio se me mezclaban las notas de un blues”.
Pura humildad y feeling
Al mismo tiempo, Mayall se mostró siempre activo en causas sociales como cuando condenó la intervención armada de Estados Unidos con sus socios ingleses en países árabes; también se manifestó a favor de la ecología, participando en festivales que condenaban las acciones que favorecían el cambio climático. Algunas de sus presentaciones en vivo terminaban con Mayall arengando a favor de alguna causa y llamando a resistir la violencia ejercida por la fuerzas de seguridad, sobre todo en Estados Unidos. En 2013, The Bluesbreakers dejó de existir como tal y la formación de ese momento pasó a llamarse John Mayall Band. A lo largo de siete décadas, Mayall publicó más de 50 álbumes junto a destacados músicos de cada época en una serie de formaciones desconcertantes.
Su dedicación a mantener vivo el blues ejerció una gran influencia en la explosión del rock de los años 60 y 70, porque se había mostrado como un guardián de la esencia básica del género: guitarra, bajo, batería, órgano, armónica y una idea de sonido original y avasallante. En 1985 viajó por primera vez a Argentina para participar del Festival Rock & Pop, en el estadio de Velez Sársfield. En 1994 y en 2008 volvió a tocar en el país, en el porteño teatro Gran Rex y cada una de esas actuaciones fue memorable para quienes asistieron, se trataba de ver y escuchar a una leyenda. En el libro Bien al sur, La historia del blues en Argentina, el periodista Martín Sassone y el músico e investigador Gabriel Grätzer recrearon parte de esas visitas. “Lo trascendente de aquel acontecimiento para el blues local fue que, entre esa ensalada de artistas pop y new wave, estaba la inmensa figura blusera de John Mayall (…)
La humildad de Mayall quedó demostrada cuando lo vimos a él mismo acomodando su equipo de guitarra en el escenario, ¡él era su propio asistente! Cuando la banda empezó a sonar entendimos la grandeza del maestro, pura humildad y feeling, es decir verdadero blues. Fue un show impecable, como todo lo que hace Mayall. Te puede gustar o no, pero el nivel de creatividad es indiscutible. Los fanáticos que fuimos ese día vivimos una emoción imborrable, no podíamos creer ver a Mayall, estaba en la Argentina. Con sus discos habíamos aprendido a tocar blues. Esa misma noche tocó INXS, La Torre, Zas… ¡pobre el maestro Mayall! mezclado con todos los modernosos de peinados raros de los ochenta…”, cuentan sobre la actuación de Mayall en su primera visita al país en 1985. John Mayall, un verdadero hombre de ideas sobre el blues, murió el lunes 22 de julio en su vivienda en California. Será la hora para repasar sus inmensos discos.