“Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública puede medirse la cultura de un pueblo”. La cita es del escritor estadounidense John Steinbeck, uno de los mejores novelistas del siglo XX, de cuyo nacimiento se cumplieron esta semana 117 años.
Narrador y dramaturgo, famoso por sus novelas que lo ubican en la primera línea de la corriente naturalista o del realismo social norteamericano, Steinbeck ganó el premio Pulitzer en 1939 y el premio Nobel de literatura en 1962. Fue miembro de la llamada Generación Perdida –expresión popularizada por Ernest Hemingway en sus obras Fiesta y París era una fiesta– de notables escritores norteamericanos como John Dos Passos, Ezra Pound, Erskine Caldwell, William Faulkner, Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald.
Más de un crítico literario ha sugerido que la literatura, como la geografía de Estados Unidos, debería dividirse en dos mitades: norte y sur. John Steinbeck, de aceptarse esto, podría ser considerado como el típico escritor sureño de Norteamérica, más incluso que el propio Faulkner, de quien fue, en cierto modo, la contrapartida sociológica y literaria. Steinbeck fue un escritor obsesionado por la pobreza del sur norteamericano que se distinguió de otros escritores sureños en que su mente era profundamente terruñera y fatalista. Sus principales medios de expresión fueron el cuento y la novela corta, y un análisis de sus novelas largas quizá revele que, en realidad, fueron conglomerados de relatos breves cohesionados a fuerza de talento narrativo. Fue en este último aspecto que Steinbeck se diferenció radicalmente de otros escritores de su tierra como Faulkner.
Viajeros desarraigados
John Ernest Steinbeck nació en Salinas, California, el jueves 27 de febrero de 1902. Hijo de un tesorero de banco y de una docente, tuvo tres hermanas. Su padre, John, se había visto forzado a trasladarse desde Florida hasta California por razones de trabajo. Su madre, Olivia, era hija de inmigrantes irlandeses que se habían radicado en Estados Unidos. Como escritor, Steinbeck usará esta idea de los viajeros desarraigados en muchos de sus libros famosos.
El pequeño John estudió en Salinas y luego en la Universidad de Stanford. Pero desde muy temprano también tuvo que trabajar duramente como albañil, peón rural, agrimensor y empleado de tienda, entre otros empleos que también influirían en su personalidad y en su obra literaria.
En los ojos claros de Steinbeck lucía el asombro ante el aparente caos de la existencia, absurdo, y, sin embargo, lógico; probablemente indescifrable y, sin embargo, crípticamente ordenado. Estudió biología y fue buen conocedor de la historia, pero en cierto instante de su juventud comprendió que en las ciencias no iba a encontrar explicaciones más luminosas que las que le proporcionara la ficción. Por eso, dejó sus estudios y se fue a Nueva York, donde trabajó un tiempo en el New York American, pero en 1926 volvió a Salinas.
Debut literario
En 1929 escribió su primera novela, La copa de oro, una ficción histórica basada en la vida del filibustero galés sir Henry Morgan, que no tuvo éxito. En 1930 se casó con Carol Henning y se trasladó a Pacific Grove donde conoció a Edward Ricketts, un marino biólogo, con quien trabó una gran amistad. Posteriormente escribió Las praderas del cielo (1932), El pony rojo (1933), y A un dios desconocido (1933), en los que describió la pobreza que acompañó a la Gran Depresión económica de la década del 30.
Pero el primer reconocimiento de la crítica lo obtuvo recién en 1935 con la novela Tortilla Flat, un compendio de historias humorísticas por el que ganó la medalla de oro para la mejor novela escrita por un californiano concedida por el Commonwealth Club of California. Su estilo, heredero del naturalismo y próximo al periodismo, se sustenta sin embargo en una gran carga de emotividad en los argumentos y en el simbolismo que trasuntan las situaciones y personajes que crea, como ocurre en sus obras mayores: De ratones y hombres (1937), Las uvas de la ira (1939) y Al este del Edén (1952).
De ratones y hombres, llevada posteriormente al cine –dirigida en 1992 por Gary Sinise y protagonizada por éste y John Malkovich–, trata sobre un retrasado mental que inocentemente provoca una serie de catástrofes en un rancho, las cuales concluyen con su muerte.
Las uvas del éxito
Pero la gran consagración de Steinbeck llegó en 1939 con Las uvas de la ira, novela que surgió de los artículos periodísticos que él había escrito sobre las nuevas oleadas de trabajadores que llegaban a California, y desató polémicas encendidas en el plano político y en la crítica, ya que fue acusado de socialista y perturbador.
El argumento de esta novela narra la migración de familias de Texas y Oklahoma que huían de la sequía y la miseria, en busca de la californiana “tierra prometida”. Para muchos, ninguna obra literaria ha captado mejor la difícil situación de los refugiados, en este caso de la población del medio oeste norteamericano que huía de las tierras arrasadas por las tormentas de arena, que esta epopeya de Steinbeck.
Convertido en uno de los mejores ejemplos del género característico de la época, la novela proletaria, el libro trata de una familia de okies –el apodo que recibían los que abandonaron Oklahoma y otras zonas afectadas por las tormentas de polvo– que se dirige al campo californiano. Los Joad, granjeros relegados a ser braceros y obligados a emigrar para trabajar, tropiezan con el hambre, con la brutalidad policial y con la explotación despiadada. Sin embargo, el realismo de Steinbeck y su izquierdismo doctrinario se atenúan con un profundo sentido de lo sagrado. Sus okies poseen una dignidad casi bíblica; sus paisajes son tan sagrados como los de Canaán; y su descripción de la sociedad trabajadora es a la vez poética y emotiva, antropológica y escrupulosa.
Steinbeck pensaba que el público tal vez le diera la espalda a una historia tan dura. Su editorial, la Viking Press, temía que el lenguaje y las imágenes resultaran demasiado estremecedoras, sobre todo al final, cuando una joven Joad, abandonada por su marido y a quien se le muere un bebé recién nacido, amamanta a un viejo moribundo.
Sus temores carecían de fundamento. La novela estuvo entre los best sellers estadounidenses y, al año siguiente, la Twenty Century Fox produjo una película basada en el libro, dirigida por John Ford y cuyo protagonista principal fue Henry Fonda.
El Pulitzer y el Nobel
Además, Las uvas de la ira recibió el premio Pulitzer en 1939 y fue considerado como el mejor libro estadounidense de ese año. Con todo, algunos críticos le reprocharon a Steinbeck no usar un lenguaje apropiado y la novela llegó a ser prohibida en varias ciudades de California. Seguidamente, Steinbeck escribió La caída de la luna (1942); Cannery Row (1945); La perla (1947); El ómnibus perdido (1947); Por el mar de Cortés (1951), Al este del Edén (1952); Viva Zapata (1952); Jueves dulce (1954); El breve reinado de Pipino IV (1957); y Los descontentos (1961).
Luego se subió a su camión, bautizado Rocinante, junto a su lanudo perro Charley y recorrió miles de kilómetros, en una aventura que plasmó en el libro Viajes con Charley en busca de América en 1962. Ese mismo año Steinbeck fue galardonado con el premio Nobel de literatura.
Cuando un reportero de la revista Life le preguntó acerca de cuánto merecía ese premio, Steinbeck respondió que, ante todo, le temía al galardón. Dijo esto porque, normalmente, ese era el último logro literario que recibía un escritor. Aunque Steinbeck tenía confianza de evitar esto, no lo pudo hacer, falleciendo seis años después, sin ningunas publicaciones adicionales.
Steinbeck murió el viernes 20 de diciembre de 1968 en Nueva York, a los 66 años de edad. El novelista dijo una vez que para escribir bien sobre algo, había que odiarlo o amarlo con la mayor fuerza posible. Y él odió y amó cosas aparentemente opuestas en el transcurso de su vida. De la combativa denuncia de la explotación de los inmigrantes en sus obras de los años 30, pasó a una cerrada defensa del “sueño americano” y la intervención en la Guerra de Vietnam.
Subyace, sin embargo, en sus obras mayores un sentido del humor, una comprensión del ser humano, reflejado en esos personajes irresponsables que, a pesar de sus borracheras, del juego, de sus pleitos, robos y prostitución, son fundamentalmente buenos. De hecho, frente a sus desilusionados contemporáneos, Steinbeck creyó en la solidaridad y en la capacidad para crear una atmósfera por medio del reportaje. Y al tiempo, añadió un contenido simbólico, donde presentó al hombre en busca de la tierra prometida. Porque, en realidad, siempre se propuso escribir la gran epopeya norteamericana. Tal vez por eso fue que, a lo largo de toda su vida, Steinbeck usó el símbolo Pigasus –de pig, cerdo en inglés y Pegasus–, un cerdo volador, “atado a la tierra pero aspirando a volar”.