“Es un mal momento para ser un nazi”, le dice Yorki a Jojo mientras esquivan bombas en una ciudad alemana al final de la Segunda Guerra Mundial. Es el final de la película Jojo Rabbit, de Taika Waititi.
Ninguno de los chicos llega a los 11 años y después de mucho tiempo de formación de supremacía racial en campamentos infantiles del Tercer Reich enfrentan una de las claves para ser adultos: hay que aceptar a quien es diferente y quemar los mitos que alimentan racismo, homofobia, xenofobia o antisemitismo. Sino nos quedamos solos.
Jojo Rabbit, película que se estrenó este jueves en los cines de Rosario, fue vendida por la productora Fox como una comedia polémica por el simple hecho de relatar la vida de un niño de 10 años en la Alemania nazi que tiene como amigo imaginario a Adolf Hitler. Lo “polémico” correrá en cada persona que la vea. Por lo pronto, es bueno recordar algunos datos para llegar bien parado a la hora de ver la película que además del propio director protagonizan, entre otros, Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie, Rebel Wilson, Alfie Allen, Sam Rockwell y Scarlett Johansson.
Taika Waititi es el director de la película y hace de Hitler. El comediante de Nueva Zelanda fue el responsable de otra joya: Lo que hacemos en la oscuridad (2014), un documental falso sobre una casa en la que viven vampiros. Su humor allí como en Jojo… sigue el camino iniciado hace décadas por Mel Brooks, cuyo debut en cine fue justamente con una película “polémica”.
Era 1967, un año después de que liberaran al penúltimo de los militares nazis juzgados en Nuremberg. Brooks tiró su historia. Se llamó Los Productores, sobre un productor de teatro de Broadway y un contador que planeaban hacerse ricos lanzando el “mayor fracaso” de taquilla de la historia. Para eso buscaban el guión más “polémico” y lo encontraban: La primavera de Hitler, un musical escrito por un loco fanático nazi en Nueva York. Y resultó un éxito era total.
La de Mel Brooks no fue ni la primera ni la última vez que el cine yanqui usó a Hitler para atraer personas a las butacas. Incluso antes de que termine la Segunda Guerra Mundial, Charles Chaplin había dejado atrás el cine mudo, del que fue estrella por décadas, y la primera vez que se escuchó su voz en una sala fue en El gran dictador.
Era 1940 y las tropas alemanas avanzaban por Europa y África. Chaplin imitaba a Hitler jugando con un globo terráqueo como un niño. Carlitos cerraba la película con un discurso humanista y esperanzador sobre un futuro donde los seres humanos se aceptan y se cuidan sin importar raza, sexo o credo.
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Lejos en el tiempo pero no en la forma, el alemán David Wnendt dirigió y lanzó a las pantallas Ha vuelto, una película de humor que tenía como protagonista a Adolf Hitler. Contaba que el Führer aparecía vivo en Alemania en 2014 y se espantaba de que su sueño no se había cumplió. Había inmigrantes, negros y judíos por todos lados. Lo menos gracioso del peregrinaje de ese Hitler, a quien muchos toman como un actor loco que irrumpe en los medios de comunicación como un chiste, son los registros documentales (reales) que incluye el director. El actor pasea por la calle y muchas personas, alemanes del siglo XXI, le piden que vuelvan sus políticas lo que podría espantar o ser más polémico que el propio Jojo Rabbit.
Secuencia
Porque al final de cuentas, lo que pasa en la película no es más que la secuencia conocida para cualquier padre, madre o tutor. La infancia tiene un momento donde esa personita en formación se enfrenta con sus propios caprichos porque reconoce que el mundo tiene otras reglas. En muchos casos es donde quienes analizan el crecimiento apuntan al nacimiento de los “amigos imaginarios”, una suerte de herramienta donde la persona se desdobla y aprende a vivir con los demás. Referencias en el cine del tema pueden encontrarse en Bogus (1996) con Gerard Depardieu. O la infalible adaptación del libro Donde viven los monstruos (1963) que hizo Spike Jonze en 2009.
Jojo.. no debería ser vista como una película polémica sino como una historia que ayuda a pensar hoy cuáles son las fábricas que alimentan los odios de la humanidad. Quizás el monigote de Hitler sirva para nombrar algunos fabricantes de fobias del presente. Y hay que nombrarlos y no temerles. Porque como escribió Luis Gregorich en la revista Humor Registrado, “nunca lo que hacen los hombres es tan grave que no pueda merecer la catarsis, la lucidez, el arrepentimiento de la palabra. Y ni siquiera el espanto de la guerra debería transformar a los argentinos del siglo XX en negadores psicóticos, a la manera tribal, de sus males”.
Gregorich escribió lo anterior en 1982 al poco tiempo que Argentina saliera de la última dictadura cívico- militar. Hoy, ya sea para Argentina como para el resto del mundo, parece estar vigente: este es un mal momento para ser un nazi.