Jorge Riestra lleva algo más de siete décadas en el oficio de escritor desde el día en que con 14 años y seguramente también con pantalones cortos le puso fecha a su primer relato. “Desde entonces he visto al país, he visto mundo…”, dice. Pero, sobre todo, ese “hombre de ojos húmedos”, como lo describió Adrián Abonizio en uno de sus cuentos, es autor de libros emblemáticos que forman parte del imaginario popular como lo son “Salón de billares” y “El taco de ébano”, dos obras referenciales escritas entre 1955 y 1961 que hablan sobre un mundo casi extinto, porque uno de los pocos “cafés” que sigue en pie es el de Sarmiento y Mendoza, lugar al que el notable autor, sin perder su costumbre nocturna, visita dos y tres veces por semana.
Se considera un hombre de ciudad porque desde ella puede ver el país y desde ahí también el mundo. Vuelve de los viajes sin ideas para sus libros porque “las historias surgen de la ciudad”. En su lugar de trabajo hay un escritorio; una máquina de escribir (Riestra no usa el procesador de texto de la computadora); libros (muchos libros); fotos (muchas fotos) y una ventana que mira al cielo. También hay silencio.
La mayoría de los lectores lo asocian con la noche y los billares y es esa una realidad que no puede eludir, aunque también es una apreciación un tanto injusta. Su primer libro, “El Espantapájaros”, apareció en 1950. Dos años antes un grupo selecto de intelectuales que se reunió en la casa de don Hilarión Hernández Larguía realizó una lectura colectiva de la obra y todos coincidieron acerca de sus condiciones. También es autor de “La ciudad de la Torre Eiffell”; “Principio y fin”; “A vuelo de pájaro” y “Opus”, entre otros. En 1992 los memorables relatos que integran “El taco de ébano” fueron encontrados por un editor en las estanterías de una librería de viejo en La Coruña y se publicaron en España. Todos sus títulos tuvieron tiradas de miles de ejemplares.
Está convencido de que el oficio que eligió es hermoso, aún “con su carga de angustia, la que provoca el hacer y el no hacer” y hay una coherencia incorruptible entre lo que dice y esas “cuestiones de coyuntura que impulsan al cambio y que son pocas en la vida”. Es abogado pero guardó el título en un cajón para crear “Salón de billares”. Ejerció durante muchos años la docencia en la ciudad, pero por escribir rechazó una beca de la Universidad de Houston con la que tal vez hubiera dado el salto a Harvard. “Supeditaba todo a la tarea, hasta tenía miedo de casarme y tener hijos”, confiesa. También formó parte de los últimos años de la Biblioteca Vigil: “No me interesaba el dinero, quería integrar un proyecto con bases democráticas en un país que siempre estaba al borde del totalitarismo”.
De café en café
La trama de “Salón de billares” transcurre en el café “Nuevo Sol”, reducto que existió realmente y que se llamó “Los 20 billares”, también conocido como “Olimpia”. En su época de mayor esplendor funcionó en Rioja entre San Martín y Maipú. Más tarde, en 1977, se mudó a Maipú y Santa Fe hasta que cerró definitivamente en 2002 vaciado por el neoliberalismo menemista al igual que los bancos, la salas de cine y el impulso de la participación política juvenil.
Hoy, donde funcionó el Olimpia, abre sus puertas casi con irreverencia la sucursal de una bombonería. Las góndolas ocupan el espacio que antes llenaban las mesas de casín y la iluminación estridente y matinal del local reemplazó al humo del cigarrillo que formaba nubes blancas y espesas debajo de las lámparas. “Algunos dirán que el café es mi segundo hogar…”, dice, y asegura que el sitio es generador de una “especial camaradería entre hombres” y justamente en Salón de billares es donde se describe esa esencia. También en el libro Riestra muestra con fidelidad esos personajes nocturnos, silenciosos, taciturnos o tangueros que lo frecuentaban, donde no existían las conversaciones sobre la familia o de la mujer como mujer o la política, “porque la política es separadora