Señora de rojo sobre fondo gris es un texto agridulce que hace foco en el dolor de la despedida inevitable ante la muerte, sobre lo inefable de esa instancia de la vida que, al mismo tiempo, es la única certeza con la que cuentan todos los seres humanos, donde el relato de las consecuencias de un duelo se vuelven un viaje en el que el gris de ausencia potencia los recuerdos.
En escena, el actor español José Sacristán, a punto de cumplir 86 años y que por estos días recorre el país (vuelve a Buenos Aires donde se despedirá definitivamente), asume el que quizás sea el proyecto más personal de su vasta carrera, un recorrido riesgoso, que hace equilibrio entre el dolor y la nostalgia, entre lo insoportable de la ausencia y ese atisbo de felicidad que suele acercar el recuerdo; la reconstrucción de lo que ya no está ni estará, pero que habita en algún lugar de la memoria y siempre reaparece.
El sábado por la noche en el Teatro Astengo de Rosario se produjo lo que seguramente fue la despedida de los escenarios locales de un actor enorme, para el público local consagrado por el cine que llegó de España en la post dictadura con joyas como Asignatura pendiente o Solos en la madrugada, estrenadas en Europa sobre finales de los años 70, e incluso mucho más acá en el tiempo con la nacional e inolvidable Un lugar en el mundo, del 92, pero con una carrera teatral de más de 60 años, donde transitó grandes textos y personajes inolvidables, porque más allá del cine o la televisión, los grandes actores necesitan cada tanto volver al teatro que, sin dudas, es el lugar de mayor verdad en la actuación.
Señora de rojo sobre fondo gris es un texto del escritor Miguel Delibes, fallecido en 2010, referencial autor español de, entre más, Los santos inocentes, la historia por todos conocida a partir de la película homónima de Mario Camus de mediados de los años 80. En realidad, la obra teatral es la adaptación de su novela homónima y más personal. Delibes fue un hombre cercano a Sacristán, de quien antes puso en escena Las guerras de nuestros antepasados, con la que también visitó el país hace unos años e incluso compartieron amistad y admiración mutua.
Estratégicamente adaptado al universo escénico por José Sámano (también director), el propio Sacristán e Inés Camiña, el material se apropia del imaginario del actor que de un momento a otro deja de lado al narrador que pareciera convocarlo en escena para ponerle el cuerpo a un personaje (el propio Delibes o en todo caso su alter ego) que repasa la inconmensurable historia de amor con Ana, su mujer, un amor poderoso que dejó un vacío tan gris como un abismo, en 1975, cuando falleció tras una cirugía por un tumor en la cabeza, casualmente en noviembre y con horas de diferencia del mismísimo dictador Francisco Franco.
Del mismo modo, el material pone atención en el momento histórico que España vivía por aquellos años con el regreso a casa de su hija y su yerno detenidos ilegalmente por el franquismo, lo que establece un vínculo inmediato con la historia Argentina reciente y las atrocidades de la última dictadura cívico-militar.
Señora de rojo sobre fondo gris se mete de lleno en la historia de un pintor que transita una crisis creativa que lo ha dejado en un gris permanente. Ya no hay color, o en todo caso hay algo de rojo en su imaginario, algo que potencia visualmente el dispositivo escenográfico, para nada complejo pero ciento por ciento efectivo.
Es precisamente el rojo de aquél vestido que usó su mujer fallecida muy joven, el gran (el único) amor de su vida, su gran musa, el que corre el velo gris para recuperar la idea de un amor eterno, de una belleza eterna. Esa muerte casi propia aquietó sus manos y ya no pude pintar, entonces evoca y recuerda mientras mira, y su mirada azorada sobrevuela la platea.
Delibes, protegido por un personaje de ficción donde cambia la pluma por el pincel, aunque también fue dibujante, se resistió en vida a que ese texto fuera adaptado al teatro o al cine (decía no poder «ponerle cara»), algo que sus herederos permitieron tras su partida y nadie mejor que Sacristán para ponerle el cuerpo. Él mismo contó alguna vez que la historia está basada en su relación personal con quien fuera su mujer y madre de sus hijos, Ángeles de Castro, quien murió muy joven, a los 48 años.
Es así que Sacristán atraviesa por más de una hora un texto que lo abisma indefectiblemente a la emoción, recorriendo los rincones de ese atelier detenido en el tiempo, e invita a las y los espectadores en encontrarse con él en ése, el lugar referencial del personaje. Y así, de un momento para otro, la emoción y la nostalgia lo invaden todo y ya no hay chances de escaparle al convite.
Verdadera clase magistral de un actor consagrado hace décadas pero que no ha dejado de “jugar”, dueño de una presencia escénica inusual, y de una voz tan potente como referencial e intacta que de inmediato lleva el imaginario del espectador al inolvidable y poderoso monólogo de su protagónico en Solos en la madrugada, la presencia de Sacristán en Rosario a sala llena, y sin anunciarlo, dejó en la fervorosa platea que, con sus aplausos, lo obligó a volver una y otra vez a saludar, el sabor agridulce de una despedida inevitable.
Así, de algún modo, lo confirman sus palabras previas a esta gira: “Siento que volver a Miguel Delibes, ahora con su sobrecogido Nicolás, supone entregarme a una tarea que bien pudiera ser o significar la culminación de una aventura de trabajo y de vida que viene durando ya más de sesenta años”.