Search

Juan Carlos Kreimer y aquella mítica época punk: «Hemos perdido la batalla de un mundo mejor»

En su nuevo libro "Búzios era un hospital de tránsito" el periodista y escritor, autor del mítico "Punk: la muerte joven", recopila un conjunto de vivencias que comienza en la capital británica, donde inicialmente vive como ocupa en edificios públicos, entre yonquis, artistas y filósofos urbanos

Gabriel Sánchez Sorondo/Télam

Con 80 años recién cumplidos, Juan Carlos Kreimer, ensayista, narrador, periodista y autor de la mítica crónica «Punk: la muerte joven» -que en los 70 anticipó el fenómeno desde Londres- acaba de publicar «Búzios era un hospital de tránsito», donde regresa precisamente a la época del surgimiento del punk y en cuyas páginas repasa el tramo más precoz de su biografía, aquel que daría paso a la creación de la emblemática revista Uno mismo, una brújula de la New Age local en los tempranos 80, donde podían leerse artículos sobre flores de Bach, reiki, veganismo o yoga.

En su nuevo libro, editado por Seux Barral, el periodista y escritor recopila un conjunto de vivencias que comienza en la capital británica, donde inicialmente vive como ocupa en edificios públicos, entre «junkies», artistas y filósofos urbanos, se las rebusca con alguna que otra crónica o traducción para medios hispanos y acaba pintando todo un fresco de aquel mundo casi a modo de contrapunto con lo que propone en la segunda parte del volumen. Es que, del frío insular, los Clash, las crestas de pelo erizado y la furia urbana, el cronista pasa a la mansa arena brasileña, al hipismo y su sopor, su dolce far niente, su encanto hedonista.

De eso va, en suma, este último título de Kreimer, en cuyas páginas recorre la antesala que dio origen a la revista Uno mismo, faro de la New Age local en los tempranos 80. A esa publicación le seguirían otras iniciativas editoriales, como la colección Para principiantes… –editorial Longseller– que desplegaba con agilidad, mediante textos e ilustraciones, un vistazo sobre distintos temas (Filosofía griega, Psicología, la Revolución industrial) o personajes (Einstein, Che Guevara, Darwin, Newton, Bob Marley, entre muchos otros) a la manera de “Para dummies”, pero en versión argentina.

En paralelo con su trabajo de editor, el periodista coordinó talleres de autoconocimiento, indagó él mismo en las religiones orientales y viajó a la India, donde siguió a Sai Baba, experiencia que también volcó en algunas publicaciones. Varias décadas más acá, muchos jóvenes nacidos en los noventa conocieron a Kreimer por «Bici Zen», un ensayo psico-filosófico sobre el ciclismo urbano, expresión de un particular movimiento interno-externo que se tradujo en diez idiomas –lo cual da cuenta, además, de su globalidad– y expresa la pulsión física con que muchos eligieron vivir y recorrer las metrópolis, a contramano de los automatismos.

A poco de su 80° cumpleaños, Télam dialogó con este buscador que es a su modo un renacentista, un indagador, que quiso recorrer, abordar todo, y fue dejando constancia por escrito.

—En «El artista como buscador espiritual», uno de tus ensayos recientes, escribiste que “todo lo habitualmente descartable puede querer manifestarnos algo” ¿Esto tiene que ver con que quizás lo que consideramos relevante no lo sea y viceversa?
—Digamos que en el marco de la creación artística resulta fundamental entrar en contacto con un mundo que se nos presenta en la mente sin palabras ni formas definidas; ese material carga el elemento que puede darnos una pista valiosa para tirar de ella; lo importante es aprender a movernos en lo desconocido, en lo incierto.

—Esto tiene que ver entonces con otro valor clave en tus páginas: “el mundo abstracto”
—Sí, porque ese es el ámbito que tiene algo de la pureza previa al paso por el filtro del yo, de la personalidad de cada uno, de los miedos, de las expectativas. Esto puede desestabilizar muchos sistemas de creencias que nos dan cierta seguridad, pero en esencia es lo que en los ámbitos terapéuticos se llama “contacto” con lo que sentís, no con lo que pensás que deberías sentir. Si asumís que la información mental no es producida “en” tu cerebro sino que pasa “a través” de él, te abrís a nuevos mensajes.

—¿Y esto cómo se relaciona con el arte?
—Cada uno de nosotros es una materialización de la energía cósmica, un representante de ella en esta dimensión, una antena que capta, procesa y emite como parte de una gran red. Las personas que se dedican a alguna actividad artística, o de servicio humanitario, o de búsqueda de más sentidos en esta realidad, experimentan esa energía pasando por ellos como si fueran un instrumento.

—¿Qué le dirías a quien se siente “bloqueado”, en su proyección artística o en su vida como obra?
—No hay un bloqueo igual a otro. Pero esa imposibilidad merece tomarse como una puerta a atravesar y no algo que cierra el paso. Esa puerta es parte de la energía que acompaña el proceso creativo. Además, es clave permitirnos errar, una y otra vez, hasta sentir que lo que hacemos era lo que sería quería expresar. Samuel Beckett decía: “Fracasá, fracasá cada vez mejor.” No hablaba de derrota, hablaba de valentía, de búsqueda, de pasos para ir encontrando ese mundo interno.

—¿Qué te llevó a escribir aquel libro ya de culto titulado «Punk la muerte joven» y en qué contexto lo hiciste?
—En los primeros meses del 76, recién llegado a Londres, yo había escrito una nouvelle titulada «De ninguna parte. Allí registraba mis vagancias por esos submundos que se me presentaron. Veía en ellos indicios de una nueva actitud de rechazo y rebeldía generacional que estaba emergiendo mientras “el estado de bienestar” agonizaba. Como las flores en los tachos de basura, en los punks vi las manifestaciones sinceras de lo que estaba haciendo la sociedad con gente: pasarla por la picadora de carne. Aquel primer texto fue rechazado por editores españoles pero mi agente literaria entreleyó en esas páginas las raíces de un movimiento, y me encargó un libro-crónica. En principio lo tomé como un trabajo de investigación. Pero en lo que recogía había tanto con lo que me sentía identificado que terminé sintiendo lo que hacía como algo propio, más allá de lo que correspondiera a los verdaderos protagonistas músicos, poetas, pintores, diseñadores de ropa, ideólogos, agitadores culturales…

—Te conocemos como autor, pero también como coordinador de propuestas –en algunos casos grupales– ligadas al autoconocimiento, a la creatividad, a la masculinidad ¿qué experiencia te queda de esas actividades?
—Las clases y talleres son el escenario de ciertos descubrimientos. En esos espacios de compartir conocimientos y búsquedas, muchos volvíamos a “entrar en el campo” y a “experimentar” lo que sentimos cuando estamos creando, o trabajando sobre nosotros mismos. Una vez que empecé a reconocer esa energía, aprendí a ser un canal de la energía que estaba manifestándose.

—El autoconocimiento atraviesa casi toda tu obra donde, sin embargo, no falta una observación social sobre el estado de la cultura en sentido colectivo; en «El artista…» decís, por ejemplo, que “la reconquista de la conciencia, el despertar” es también “una cuestión política” ¿podrías ampliarnos la idea?
—Todo es política. Hacerse el tonto, mirar para otro lado entre el drama que estamos viviendo, suponer que todo se va a encaminar solo, dejar hacer sin rebelarnos… todas estas, incluyendo la pasividad, son posturas cómplices con la dominación. Hemos perdido la batalla; la de un mundo mejor; el sueño de muchas generaciones; la idea humanista de progreso. Lo que daba un sentido profundo, personal y colectivo a lo que hacíamos ha sido sepultado por el neoliberalismo, el servilismo de algunos políticos a las grandes corporaciones, el impulso de codicia de los que más tienen, el sálvese quien pueda y los controles que los algoritmos ejercen en nuestras vidas…

—Es un panorama desolador ¿Cómo se sigue?
—Bueno, nos queda un único campo donde no pueden entramparnos: el de la autoconciencia. Pueden robarnos palabras sagradas como libertad o rebeldía y poner sus significados profundos al servicio de los negocios y el mercado, pueden quitarle valor a todo cuanto nos inspira, lo solidario, la empatía… pero aunque el voto popular haga creer que eso es lo que quiere la mayoría, no pueden robarnos el espacio en la conciencia donde percibimos y nos damos cuenta de que la mayoría de los que gobiernan el mundo y retienen el poder, están acelerando el ecocidio. Podemos despertar, no ignorar lo que percibimos, visibilizar que pueden ganarnos la batalla en el plano material pero no hacer con nosotros lo que quieran. Podemos desarticular los discursos y así atemperar los desbarajustes que van encadenando. Abrir conciencias es un activismo político.

-Es notable que desde «Punk la muerte joven» (1977), y hasta «Búzios…», donde mencionás a Charly García, David Lebón, Claudio Gabis o Javier Martínez, la música está presente de un modo u otro en cada texto tuyo ¿Cómo nació eso? ¿Tocás o tocaste algún instrumento?
-Desde muy chico lo mío es expresarme a través de lo que escribo. En la adolescencia, eso que buscaba para ser leído empezó a rozar la sustancia de lo que tendían a incluir las canciones de Javier Martínez, Moris, Spinetta y otros pioneros. Esos mensajes en la música me llegaban más directo, involucraban más mi cuerpo que cuando leía. La incapacidad para cantar o actuar me hizo ver que yo era una prolongación de otro instrumento: mi Olivetti 22.

—Decís en «El artista como buscador espiritual» que «la vida del planeta Tierra y de la especie humana ya está en una zona de peligro»…
—Así es, a la luz de la catástrofes ecológicas, agotamiento de recursos naturales, pandemias, manipulaciones biológicas e informáticas, colapso del sistema capitalista, robotización de los trabajos mecánicos, hambrunas, autocracias que impondrán nuevas normalidades. Por eso veo muchas correlaciones entre el «no future» de los punks y el «no futuro» actual. Habrá un después a esto, pero será muy diferente a como lo imagina nuestra mente automática. Es hora de que empecemos a leer señales antes de que se ponga aún más en riesgo nuestra existencia física.