A una década de la partida del influyente poeta argentino Juan Gelman, su poesía y biografía se entrelazan en la exploración de un tema recurrente en el género lírico y la literatura en general: la reflexión sobre la propia finitud, evidenciada en siete poemas que abordan de manera singular su despedida.
El 14 de enero de 2014, el poeta argentino Juan Gelman murió rodeado de su familia en su domicilio de Ciudad de México, donde residía desde 1988, dejando una obra de 30 libros publicados. En todos ellos, el tema de la muerte es central. Fue galardonado con el Premio Cervantes en 2007, el máximo honor literario en la lengua española. Durante años, trabajó como periodista y traductor, padeció el exilio en Europa y América latina, y sostuvo una firme crítica a la dictadura militar en Argentina que perduró hasta el último aliento.
Gelman, sobre todo, fue leal a la poesía como acto transformador, como la búsqueda de una sociedad más humana y una manera de ampliar nuestra comprensión del mundo a través del diálogo universal. Como expresó Julio Cortázar en el prólogo de 1981 a su Poesía reunida, la lectura de la obra de Gelman implica mantenerse abierto, permitiendo que el significado entre por puertas distintas a las de la estructura sintáctica para descubrir la realidad exacta y literal del horror y la muerte, pero también de la esperanza que define a Argentina.
Nacido en 1930 en Buenos Aires, Gelman creció inmerso en la cultura porteña, influenciado por el fútbol y la milonga en el barrio de Villa Crespo. A los 11 años publicó su primer poema en la revista anarquista Rojo y negro. Propiciaba el diálogo entre poetas y coincidencias ideológicas, por este motivo en los años 50 fundó el grupo El Pan Duro junto a otros jóvenes escritores.
En su vasta obra poética, desde Violín y otras cuestiones hasta Bajo la lluvia ajena, destacó por su poesía neorrealista y la búsqueda de establecer una conexión genuina con el lector. Su poesía se distinguió por el uso deliberado del efecto de distanciamiento, rompiendo con la percepción automática de las cosas y los hechos.
Gelman, desde sus primeras obras como El juego en que andamos (1959), hasta las más recientes como Bajo la lluvia ajena (2009) y El emperrado corazón amora (2011), ha tejido una narrativa poética con un sello reconocible vinculado con el dolor humano, la pérdida y la muerte.
La muerte y el dolor en la vida de Juan Gelman se entrelazan de manera trágica a partir de un evento devastador que marcó su existencia. El 26 de agosto de 1976, sus hijos Nora Eva, de 19 años, y Marcelo Ariel, de 20, junto con su nuera María Claudia Irureta Goyena, de 19 años y embarazada de siete meses, fueron secuestrados. La dictadura desapareció a su hijo, su hija y su nuera, junto con la nieta que nació en cautiverio.
La incertidumbre y el sufrimiento se agravaron en 1978, cuando a través de la Iglesia católica se enteró de que su nuera había dado a luz, sin proporcionar detalles sobre el lugar ni el sexo del bebé. Esta noticia fragmentada sumergió al poeta en una dolorosa búsqueda de respuestas y en la angustia de no saber el destino exacto de su nieta.
No fue hasta el 2000, al mes de asumir el nuevo presidente de Uruguay, Jorge Batlle, que la nieta, llamada Macarena, fue finalmente encontrada. La joven decidió adoptar los apellidos de sus verdaderos padres y eligió llamarse María Macarena Gelman García.
La experiencia de Gelman refleja una profunda conexión entre su vida y la tragedia, uniendo el dolor de la pérdida con el reencuentro y la reconstrucción familiar. A través de esta historia, la muerte y el dolor se manifiestan como elementos cruciales en la narrativa vital del poeta, influenciando su obra y su percepción del mundo.
Su habilidad para fusionar la emotividad lírica con una profunda conciencia social se destaca en obras como Fábulas (1971) y Salarios del impío (1993). A lo largo de su carrera, Gelman ha sido galardonado con reconocimientos prestigiosos consolidándose como una figura clave en la poesía contemporánea de habla hispana.
La muerte es un tema recurrente en la poesía, en general, y uno de los grandes tópicos que cruza toda la literatura, sin embargo, en Gelman aparece en siete poemas la idea de su propia muerte.
Para empezar, en su poema «Referencias, datos personales», el poeta reflexiona sobre la vida y la muerte como experiencias compartidas. Revela una profunda conexión con la humanidad y una esperanza que trasciende las fronteras individuales, típico de su compromiso: «En ustedes mi muerte termina de morir. / Años futuros que habremos preparado / conservarán mi dulce creencia en la ternura, / la asamblea del mundo será un niño reunido».
También en el poema «Lo que pasa» presenta una entrega total, final. «Yo te entregué mi sangre, mis sonidos, / mis manos, mi cabeza, / y lo que es más, mi soledad, la gran señora, …» e incluye la entrega de su propia muerte a otra persona: «y más aún, te di mi muerte, / veré subir tu rostro entre el oleaje de las sombras, / y aún no puedo abarcarte, sigue creciendo como un fuego, / y me destruyes, me construyes, eres oscura como la luz». Este poema muestra la complejidad de las relaciones humanas y cómo la muerte puede ser una parte de la conexión emocional entre individuos.
En el poema en «La Situación», la dualidad entre la vida y la muerte se presenta como una paradoja. La muerte se convierte en vida al recibir a la persona amada, y la ambigüedad caracteriza la relación entre el poeta y su amor: «mi ansia de vos está ante vos / aunque no pase el muro de mis labios está ante vos / lejos de vos mi vida / es pura muerte / cuando te recibo / mi muerte es vida / no sé / cómo adorarte»
En el poema «Plática con Eduardo Milán», indaga en la conexión entre la muerte y el pasado. El yo poético espera la visita del pasado «Esta noche espero / la visita de siempre: / el color del vacío donde / se pierde el silbido / que llama al pasado y no viene» y reflexiona sobre cómo la muerte está intrínsecamente ligada a la escritura y a la página no escrita que recuerda su propia muerte: «La página que no escribiré / recuerda mi muerte».
En el poema «Se sabe qué» destaca la inocencia de elementos naturales, relacionándolos con la muerte «El mar que salpica recuerdos / es inocente» o «El caballo/ en la anchura que aleja / a los jardines y el toro de la hora / son inocentes». En los versos finales, Gelman señala que aquellos que nacen después de su muerte tienen una perspectiva diferente de la verdad, sugiriendo la trascendencia de su obra: «Los que nacieron después de mi muerte / saben que la pregunta de verdad / es inocente».
En el poema «El Otro», Gelman aborda la muerte en el contexto de la cotidianidad. La toma de medicamentos para retrasar la llegada de la muerte «tomo ocho medicamentos por día / para que la muerte me espere más tarde» se entrelaza con la misteriosa presencia del caballo púrpura, creando una imagen poética onírca o surrealista: «Hoy preguntó por el caballo púrpura. / ¿Y a mí me lo pregunta? / ¿A mí?».
Pero es en el poema «Muertes», donde Gelman nos presenta una visión de la muerte desprovista de los atributos tradicionales que a menudo se le asignan en la literatura y la cultura popular. La expresión «un día vi pasar a la muerte/no iba a caballo/chillaba como las golondrinas alrededor de santa María Maggiore» introduce una imagen inusual sobre el final La comparación con el chillido de las golondrinas y la falta de la típica solemnidad asociada con la muerte sugieren una representación despojada de su esperado carácter trágico. Esta muerte parece desafiar las expectativas, dejando al lector intrigado y desconcertado. En este poema, el tono del yo poético se vuelve más evidente en la afirmación «es triste una muerte así/lo digo en serio y por las dudas que alguien no sepa que una muerte así es triste». En estos versos, el poeta establece su posición, destacando la melancolía que siente hacia este tipo particular de muerte. Este enfoque personal y subjetivo revela una conexión emocional entre el poeta y la muerte que presenció, sugiriendo una reflexión más profunda sobre la naturaleza de la existencia y la finitud.
La muerte, sostenía, es algo que «no valía un centavo en ningún lugar del mundo», desafiando la percepción convencional el evento trascendental. El autor la despoja de cualquier valor, aventura o coraje, y la presenta como algo trivial y desprovisto de significado. La enumeración de características ausentes, desde la falta de medias azules hasta la incapacidad de cantar, refuerza la idea de una muerte vacía y carente de las cualidades que podrían darle algún sentido. La asociación de la muerte con la plaza, los cocheros y caballos suaves refuerza la idea de una muerte mundana y común, lejos de la grandiosidad que a menudo se le atribuye en la poesía y de cómo fue su propia muerte. La culminación del poema se produce con la confesión íntima del poeta: «Cuando terminó de pasar tuve miedo/no quiero ver nunca más a esa muerte/de todo corazón no quiero verla nunca más/especialmente el día de mi muerte».
A diez años de su fallecimiento, Juan Gelman sigue siendo una voz relevante y conmovedora en la literatura mundial. Su poesía invita a la reflexión sobre la vida, el amor y la muerte, y su legado inspira a nuevas generaciones a explorar las complejidades de la existencia humana.