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Juan Manuel de Rosas y la otra Campaña del Desierto

Por Pablo Yurman.- A diferencia de lo que se intenta hacer creer, el Restaurador de las Leyes no buscó el aniquilamiento de los indios.

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Dice el historiador Vicente Sierra que, promediando la década de 1830, el propósito “…de realizar una ambiciosa expedición destinada a empujar la frontera de los indios tras el río Negro no fue una improvisación, ni mucho menos una idea surgida en Rosas para afianzar su prestigio, como con notoria incomprensión de los hechos se ha dicho en más de una ocasión”.

El llamado “problema del indio” era para la época harto complejo y requiere de sumo cuidado y de adecuada documentación para evitar caer en lugares comunes y fomentar malentendidos. Uno de los errores más difundidos es, lamentablemente, considerar que la campaña de 1833, protagonizada por Juan Manuel de Rosas, y la de 1879, por Julio Argentino Roca, fueron idénticas en sus fines y en sus medios.

Pese a que nominalmente el ex virreinato del Río de la Plata tenía como límite sur el mismísimo Cabo de Hornos en el extremo continental, lo cierto es que más allá del río Salado, en el centro de la provincia de Buenos Aires, nada había sino extensión desértica y algunos pueblos indígenas muy dispersos, pueblos entre los cuales, por otra parte, no todo era armonía y paz. El panorama se repetía en las restantes provincias cuyas fronteras al sur presentaban igual desafío. Los malones, es decir, las incursiones indígenas que fuertemente armados provocaban terror en las poblaciones o estancias de la frontera eran una triste realidad. Y para explicar los malones no basta con referir un único motivo, porque las razones eran múltiples. Muchos tenían origen en las frecuentes hambrunas que, básicamente por motivos climáticos (sequías prolongadas), movilizaban a los indios en busca de hacienda con la que satisfacer el hambre. Pero también es cierto que había incursiones por puro pillaje y saqueo. En este último sentido agrega Sierra que “Mendoza había vivido acosada por los pincheiras, así llamados grupos de indios chilenos manejados por los hermanos Pablo y José Pincheira, naturales de Maule, que habían formado parte del ejército español y quienes, con la ilusoria esperanza de seguir luchando por Fernando VII, y animados por el conocimiento práctico de las intrincadas sendas de la topografía andina, unidos a indios araucanos y pehuenches, en 1818 se lanzaron a una vida de salteos y otros crímenes en las provincias del sur de Chile. Hacia 1825 se habían reunido a estas bandas muchos aventureros, entre otros un español llamado Senosian, que por su decisión y audacia amplió su campo de acción”.

Por ello, los gobiernos de Buenos Aires anteriores al de Rosas, fundamentalmente el encabezado por Manuel Dorrego, habían previsto la necesidad de ocupar efectivamente el vasto territorio que hasta entonces era solo virtualmente parte de las Provincias Unidas.

Es por tal motivo que una vez que Juan Manuel de Rosas hubo de cumplir con su primer período como gobernador, a fines de 1832, comenzó a planificar esta primera expedición al desierto, a la que se abocaría durante prácticamente un año y que daría óptimos resultados. De todas formas, conviene reiterar que esta campaña no guarda prácticamente relación alguna con la que protagonizaría Julio Argentino Roca medio siglo después. Ello por varias razones.

Ciudadanía y vacunas

El plan desarrollado por Rosas, que contó con la colaboración de todos los caudillos federales de las provincias directamente afectadas, buscaba la ocupación efectiva del vasto territorio que hoy conforma el sur de Buenos Aires, La Pampa, Río Negro e incluso Neuquén. Ello en orden a evitar los ataques ya señalados, y ciertamente para su incorporación a la producción ganadera que era por entonces la base de la riqueza nacional. Pero, ¿qué hacer con los indios? Rosas supo distinguir entre los pueblos que históricamente habían mantenido trato pacífico con las autoridades provinciales de aquellos que eran de tendencia guerrera. Entre estos últimos había incluso muchos matices. Los hubo que lucharon, como bien señala Sierra, del lado realista en las guerras por la Independencia, y otros que luego de la debacle española y unidos con antiguos realistas se habían convertido en bandas dedicadas al pillaje. El líder federal apostó a negociar con el primer grupo de pueblos para así poder, al tiempo de incorporarlos a la Confederación Argentina como ciudadanos de la misma, de manera combinada, presentar batalla a los segundos para reducirlos pero no por ser indios, sino por criminales. El plan resultó en toda su extensión, llegando a ocupar incluso la isla de Choele Choel, en el valle del Río Negro.

Para ello se valió Rosas de un sistema de comunicaciones hábilmente implementado a través de postas que transmitían las órdenes y novedades de las distintas columnas a través de los llamados “santo y seña” en cuya redacción intervenía él mismo. Otro problema no menor era el de las cautivas. En efecto, en sus incursiones de pillaje los aborígenes se abastecían no sólo de ganado que consumían o bien vendían en Chile, sino que también tomaban prisioneras a numerosas mujeres y niñas, denominadas popularmente cautivas. En la campaña de 1833, según la historiadora María Elena Ginóbilli, se liberó a 634 cautivas que fueron remitidas a la Fortaleza Protectora Argentina, hoy ciudad de Bahía Blanca, para ser luego restituidas a sus familias.

No es un dato menor la idea, presente en esta primera Campaña al Desierto y que ciertamente no lo estará cincuenta años después, de que a los indios había que incorporarlos a la nacionalidad. En ese sentido, el Restaurador de las Leyes firmó acuerdos con muchos caciques, entre ellos el famoso Calfucurá, mediante los cuales se obligaba a efectuar prestaciones anuales de víveres para paliar las situaciones de hambrunas tan recurrentes, pero en dichos acuerdos se contemplaba, por ejemplo, la incorporación de los líderes indígenas como oficiales de las milicias de la provincia de Buenos Aires, con grado militar, uniforme y juramento de fidelidad a la bandera. Esos paisanos indios cumplirían jornadas heroicas llenas de arrojo y patriotismo cuando la Confederación Argentina enfrentara, pocos años después, a Francia e Inglaterra.

Finalmente, y en tren de marcar evidentes diferencias entre ambas campañas, Rosas mandó a vacunar a los pueblos indígenas contra el mal de la viruela, con una vacuna recientemente descubierta por el británico Edward Jenner. El solo hecho de hacer vacunar a pueblos enteros contra lo que era una enfermedad que ocasionaba gran mortandad por aquellas épocas impide encasillar, como lamentablemente puede leerse en algunos autores desinformados o malintencionados, que lo de Rosas tuviera ribetes de aniquilamiento o genocidio. Todo lo contrario.

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