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Juan Nemirovsky dirige a talentosos actores locales en “Mi vecino es un WiFi”

Juan Nemirovsky dirige a un equipo de talentosos actores locales en “Mi vecino es un WiFi”, una típica comedia de verano, con pasajes desopilantes, que muestra los entretelones de un edificio “inteligente”.

La risa puede ser una estrategia y también puro divertimento. La risa no esconde, por el contrario, desnuda, quita velos, arma para desarmar.

Es enero, pleno verano, y el Teatro Municipal La Comedia volvió sobre una iniciativa instalada en temporadas anteriores: poner a funcionar el ciclo “Un verano fresquito”, que esta vez tuvo estreno propio (en formato coproducción) y que, se entiende, buscará abrir el juego al teatro de producción local en próximas ediciones, lo que en ciernes sería un gran acto de justicia para la escena independiente rosarina.

Se trata de la comedia hilarante Mi vecino es un WiFi, heredera de un sinnúmero de referencias a otras comedias de su estilo, más o menos brillantes, más o menos cercanas al vodevil o comedia de puertas, incluso algunas devenidas en clásicos del género y con la firma de ilustres dramaturgos.

Escrita por Juan Pablo Giordano y con un gran elenco de actores rosarinos de una misma generación, en su mayoría afectados por los signos heredados de los guiños televisivos, en algunos casos de la Sitcom (comedia de situación), del mismo modo que de la improvisación (algunos pasaron por el match de los Jumping Frijoles) e incluso del stand up, Mi vecino es un WiFi es un saludable ejercicio de humor sin pretensiones que conjuga su objetivo a través de un humor blanco teñido por momentos de una cierta picaresca que, como pasa poco (lamentablemente), pone en evidencia el enorme talento de los creadores rosarinos, no sólo a la hora de actuar, escribir o dirigir, sino también a la hora de pensar de manera integral un espectáculo que tenga llegada al gran público, algo que para algún sector del teatro independiente local parece ser “un pecado”.

Los acordes efervescentes de una big band adelantan el recorrido, y cada detalle de lo que acontecerá en la hora siguiente está puesto con un objetivo: la risa.

Un portero-plomero-gasista-psicólogo puerta a puerta (el díscolo y siempre desopilante Mumo Oviedo) anuncia los alcances tecnológicos de un edificio “inteligente”, el Neanderthal, que se vale de la voz de Gladys para expresarse, cuya “imponencia” es algo tan efímero que la falta de WiFi echa por tierra todo atisbo de modernidad. Claramente es Rosario, los sucesivos cortes de luz desalientan hasta el más optimista y, de este modo, lo moderno se vuelve obsoleto. Entre el vecindario, una pareja, encarnada por los talentosos Romina Tamburello y Juan Pablo Yévoli, desanda una escena de celos que luego tendrá conexión con el resto de las  historias, un momento del espectáculo que define un piso alto al que deberán subirse el resto de los personajes, sobre todo porque Yévoli, un actor que entiende y materializa los objetivos de la comedia y lo prueba cada vez que aparece en la obra, vuelve a sorprender con su habitual disposición natural para un género subestimado y muy complejo de transitar. De hecho, el resto de las escenas, en las que María Laura Silva y Maru Lorenzo encarnan a dos hermanas, una representante de chamanes y otra policía (un desafío para Lorenzo, que logra sortear la complejidad de sus parlamentos), y Tincho Ovando, un vecino enamorado que busca “palear” su soledad, juegan pasajes de gran eficacia frente a otros que atentan contra la dinámica impuesta en la referida primera escena.

El material, que en su recorrido de funciones debería lograr superar algunas de esas mesetas, parte del concepto que sostiene que sólo el anclaje en la realidad, llevado al disparate y extralimitado, garantiza la risa porque de ese modo se consigue inmediata empatía con el público. De hecho, ése es el sustento de este montaje de verano que, lejos de renegar de algunos lugares comunes, los pone en evidencia.

Se trata de una propuesta liviana pero no menor, de indiscutible eficacia con el público, tanto desde lo dramatúrgico como desde la puesta en escena, cláramente de un tono profesional, del mismo modo que desde el trabajo de construcción de personajes y particularmente desde la dirección del polifacético Nemirovsky.

Complejas de dinamizar, pero aceitadas en sus estrategias y en los recorridos de los personajes, las escenas logran sostener un “tempo” de comedia hasta llegar al paroxismo, algo que pareció ser el objetivo primordial a la hora de pensar un espectáculo que habilita el primer coliseo municipal a un equipo ciento por ciento local, y que, incluso, permite soñar en unos años con una temporada teatral de verano rosarino.

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