Pedro Santander (*)
Son muchos los mensajes detrás de la cacería y detención de Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres. El ingreso de la Policía a una embajada para apresar a un perseguido con asilo político concedido, el arresto de un asilado en vivo y en directo, frente los ojos y las cámaras del mundo, es algo que ni la dictadura de Augusto Pinochet se atrevió a hacer. Que el Reino Unido, a pedido de Donald Trump, lo haya hecho rompe los principios jurídicos internacionales básicos.
Assange en andas, rodeado, esposado y solitario metido en un furgón policial representa el fin de la relevancia de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y del derecho internacional, así como el quiebre del orden post Segunda Guerra Mundial. Roto hoy por los mismos que lo construyeron.
También hay un mensaje mundial para el periodismo: no se acepta que se denuncie al poder. Quien lo haga, quien ose denunciar en serio a los que de veras tienen el poder, correrán la suerte de Assange. Los/las periodistas, los/las comunicadores/as, las facultades de Comunicación del mundo, deben tomar nota del mensaje: ya no se permitirá creer ni tan siquiera en la fantasía del Cuarto Poder. Los medios y el oficio de periodista se aceptan, en tanto estén al servicio de la distorsión de la realidad (igual que las democracias).
La filosofía de Wikileaks se basa en el mismo principio fundamental que el periodismo de investigación, ese de tradición liberal: los secretos existen para ser develados. Las democracias no deben ocultar nada y quienes en ellas ejercen poder, tampoco. Y si lo hacen deben saber que habrá un contrapoder: el periodismo independiente, que hará visible su opacidad y sus conspiraciones.
El arresto de Assange no sólo demuestra la actual fragilidad de ese periodismo y la candidez de quienes aún creen en la idea del Cuarto Poder, también significa el derrumbe de las ilusiones libertarias referidas a internet y a su promesa original. Si la idea misma de democracia está en riesgo de extinción, ¿por qué no iba a estarlo también la idea de periodismo independiente, de libertad de información?
Las promesas del mundo digital, esas de la política directa, del activismo ciudadano, de la inversión de relaciones de poder, de la horizontalidad y, sobre todo, de la transparencia, se encuentran hoy detenidas en una celda británica, bajo riesgo de extradición y de prisión perpetua, tras haber sido cazadas, rodeadas, apresadas y pisoteadas junto con el derecho internacional.
El pensamiento crítico debe asumirlo porque el combate también se da considerando las condiciones materiales realmente existentes. La evolución de internet no fue en la dirección augurada inicialmente, no ha cumplido con la utopía de aumentar la democratización, fortalecer la sociedad civil y transparentar poder. El valor libertario de la World Wide Web, la efectividad de las redes sociales para la politización ciudadana, el potencial emancipador de la tecnología chocan hoy con una –hasta hace poco inimaginable– concentración del poder sobre lo digital/comunicacional, fundamentalmente por la acción de corporaciones estadounidenses y del aparato militar de Estados Unidos. Si su objetivo es un mundo unipolar, sin competencia, ¿por qué iba a ser distinto en el ecosistema digital/comunicacional?
No es un lamento, es una constatación: el contexto digital está siendo mucho más funcional al statu quo que a las ideas y movimientos emancipadores, e incluso peor, reafirma y profundiza el poder imperial y corporativo a través de la minería robotizada de datos, materia prima que adquiere plusvalor con su procesamiento mediante inteligencia artificial.
A partir de esa constatación, con la imagen de Assange sacado a rastras y grabada en nuestras almas rebeldes, ¿qué hacemos? ¿Cómo continuamos la lucha revolucionaria y antiimperialista en la dimensión digital-comunicacional? ¿Es posible otra internet? ¿Podemos torcer el curso de la actual?
Si otra internet fuese posible, ¿ese combate se debe dar en el marco y al interior de la actual? Si fuere así, el desafío estaría concentrado, fuertemente, en la cuestión del contenido, de la circulación y del “efecto de red”. Generar contenido que sea consumido por una amplia audiencia, logrando canales de circulación autónomos mediante inteligencia algorítmica y soporte material soberano, apostando al “efecto de red” que permite que el modo en que los/usuarios(as) interactúan valorice la oferta digital, en el contexto inevitable de una economía de la atención.
¿O la lucha debe darse creando otro entorno digital, distinto del existente, por ejemplo una internet gemela a la actual, libre de las corporaciones, con un modelo de negocios distinto y una propia economía de datos? ¿Crear una cámara de eco digital global nuestra, a modo de bloque comunicacional? Si así se hiciera, el problema radicaría fundamentalmente en la dimensión tecnológica, y específicamente en la cuestión de la soberanía tecnológica.
Son estas algunas de las preguntas con las que Assange y su ejemplo nos interpelan. A ellas y a él debemos dar respuestas, estudiarlas, analizarlas políticamente y continuar la lucha hoy, cuando ya sabemos que la utopía original de internet es una fantasía alienante y que, por lo mismo, la lucha continúa.
(*) Licenciado en comunicación social y doctor en lingüística. Director del Observatorio de Comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. De www.rebelion.org