«Es increíble porque ya no sé cuántas veces conté esta historia en los últimos tres meses a través de Zoom, porque siempre generan interés los recuerdos del concurso, cómo llegué hasta allá, lo que me pasaba entonces», relató en diálogo con Télam el máximo bailarín argentino desde su casa en Uruguay.
«Fue el sueño del pibe hecho realidad», dijo el bailarín cuando evocó la sucesión de acontecimientos que comenzaron con su deseo de participar, desde el sur del planeta y casi sin recursos, del certamen más codiciado entre los artistas de todo el mundo.
Bocca tuvo más bien poco de todo eso, aunque supo elegir una compañera ideal: Raquel Rossetti, integrante del Ballet Estable del Teatro Colón, una artista con su carrera consolidada, que había regresado de bailar en Suiza y no necesitaba de ningún concurso internacional porque ya tenía una trayectoria en el teatro más importante de la Argentina. «Lo acompañé porque le tuve fe y confié en su talento, que le descubrí a sus 15 años cuando bailamos juntos por primera vez en un programa de televisión», recordó la compañera de Bocca desde su casa.
A esa pareja se sumó la maestra Gloria Kazda, de la que Rossetti fue discípula mimada y que había formado a verdaderas leyendas de la danza nacional. Entre otras, Norma Fontenla y Silvia Bazilis, por mencionar sólo dos de muy distintas generaciones. También el coreógrafo Gustavo Mollajoli aceptó crear un dúo para ellos sobre música de Astor Piazzolla.
La primera ronda del certamen fue el 20 de junio y Bocca y Rossetti presentaron un dúo que se volvería legendario en la carrera del máximo bailarín argentino: el Grand Pas de Deux de Don Quijote, que repitió cientos de veces, con el que se retiró ante más de trescientas mil personas que fueron a despedirlo a la avenida 9 de Julio en diciembre de 2007. Sólo que ese día de junio de 1985 las cosas no empezaron bien.
«Elegimos Quijote porque nos sentíamos mejor preparados en esa pieza, por nuestro físico, por la energía que requiere y el estilo. Recuerdo que en la primera ronda, tuve un pequeño percance, no sé qué me pasó, además de los nervios, pero quedé en una posición extraña, parado sobre una pierna en un movimiento que, claro, no era el correcto», reconstruyó Bocca.
El público, balletómano y riguroso, estalló en risas que quedaron registradas en un video casero que alguien tomó desde la platea y esas burlas aumentaron los nervios del muchacho argentino. «Entonces, Raquel, con una gran sonrisa luminosa y mientras seguíamos bailando, me mira y me dice, casi sin mover los labios: «La puta que te parió, calmate». Fue como un cachetazo, me tenté y me permitió relajarme. De ahí en más, terminamos el pas de deux y fuimos ovacionados», dijo Bocca entre carcajadas.
Lo que no dice es que esa ovación, la primera de otras muchas que recibirían en ese concurso, fue tan sostenida que tuvieron que salir muchas veces a saludar y a agradecer al mismo público que apenas unos minutos antes se reía de un error del chico argentino y ahora caía rendido ante su descomunal talento.
La segunda ronda fue el 23 de junio y los argentinos interpretaron un dúo de Corsario y «A Buenos Aires», el tango con música de Piazzolla. Y para la final del 25 de junio presentaron Cascanueces. «Lo habíamos ensayado menos porque no pensábamos que podíamos llegar a la final», reconoció ahora y recordó algo maravilloso con lo que no contaban, que es que la final se bailaba con el acompañamiento de la orquesta en vivo y no con la pista que ellos habían llevado.
«Era el sueño del pibe, bailar en el Bolshoi una obra de Tchaikovsky y con el asesoramiento de Vladimir Vasiliev, que quiso conocernos y ayudarnos. ¡Era y es mi máximo ídolo!», dijo Bocca con el entusiasmo intacto.
«Y después ganamos», sintetizó lo que en realidad fue un acontecimiento nacional y mundial, porque nadie se explicaba de dónde había salido semejante artista dotado de una técnica impecable, con unas capacidades interpretativas superlativas y que no llegaba a los 20 años.
La recepción en la Argentina fue multitudinaria y decenas de miles de personas se congregaron para verlo en un escenario al aire libre montado en la unión de las avenidas 9 de Julio y del Libertador, donde entonces no bajaba la autopista Illia. Nunca en el país un espectáculo de ballet había congregado semejante multitud, y no sería la única.