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Justicia transfóbica: la historia de Joe Lemonge

Nació mujer pero con el tiempo comenzaron las dudas. Hace dos que se percibe como varón. La lucha por asumir su identidad de género es dura. Lo hostigaron, lo agredieron, se defendió, lo acusaron. Perdió trabajo, estudio y a su padre. Cuenta cómo intenta vivir, a los 25 años, sin traicionarse

La primera vez que Joe tuvo problemas en la escuela fue a los doce. Empezaba la secundaria y le comenzó a gustar su compañerita de banco. En ese entonces, Joe no era Joe: era una chica. Y le gustaba otra chica. En la clase se enteraron y la maestra intentó armar una reunión para ver qué se hacía con esa «situación». En una localidad como Santa Elena, con cerca de 20 mil habitantes y a 150 kilómetros de Paraná, en Entre Ríos, no fue fácil transitar una adolescencia fuera del clóset.

«Signado siempre por la violencia, por el bullying y humillaciones de todo tipo». Así relata Joe Lemonge cómo fue crecer en su pueblo. Joe es un varón trans de 25 años que está condenado a cinco años y medio de prisión por tentativa de homicidio luego de defenderse en su casa tras un ataque. La madrugada del 13 de octubre de 2016, Juan Manuel Giménez intentó ingresar a la casa de Joe. Junto con dos amigos más, hacía meses que lo hostigaban por su orientación sexual y luego por su identidad de género.

«Te vamos a reventar»

A Joe ya le habían dicho que lo iban a «reventar» y prender fuego la casa con él adentro. Esa madrugada  fue el cuarto episodio en el que se acercaron a su casa para hostigarlo. Aquel día, Joe los vio por la ventana. Juan Manuel Giménez fue el único que ingresó directamente a su casa. Joe cuenta que lo confrontó, que en un forcejeo Giménez le lastimó la mano y él corrió y agarró un elemento en desuso intentando ahuyentarlo, «un fierro». En realidad, era un arma larga y sin darse cuenta efectuó un disparo –lo mismo le pasó más adelante al perito que manipuló el arma durante la investigación: efectuó un disparo de forma accidental–. Giménez salió corriendo y las manchas de sangre recién se vieron en la calle. Este dato es importante porque fue el que se utilizó durante el juicio para decir que la respuesta de Joe no fue un acto de defensa personal, porque no hay manchas de sangre dentro de la casa. También, Joe cuenta que su mamá fue la única persona que vio la escena completa y fue quien le gritó que le había disparado a Giménez. Rápidamente despertaron a su papá, buscaron a Giménez por la calle pero ya no estaba. Llamaron a la Policía que se demoró en llegar, por eso Joe se presentó en la comisaría y entregó el arma voluntariamente. «El fiscal desoyó mi relato, siempre habló de tentativa de homicidio y venta de drogas, aunque no haya pruebas», cuenta.

Joe se entregó solo a la Policía. Allí esperaron a la familia de Giménez para tomar su denuncia que fue por tentativa de homicidio y venta de estupefacientes. Sin embargo, en el allanamiento realizado en su casa la Policía no encontró drogas. Estuvo seis días en un calabozo de la localidad de La Paz y luego tuvo 30 días con arresto domiciliario. A finales de octubre, falleció su papá. El 3 de diciembre de ese año, quemaron su casa. El juicio por el ataque que ocurrió el 13 de octubre de 2016 recién comenzó este año. «Fueron dos años donde perdí todo», cuenta Joe. Antes del ataque, trabajaba dando clases de inglés y en un kiosco. También estudiaba en Paraná. No pudo seguir con ninguna de esas actividades.

Joe cuenta que fue en mayo de 2016 que se empezó a autopercibir como varón. Dicha transición fue silenciosa, intentó ocultarla con su pareja pero al empezar a verse más masculino «la gente lo nota como si se tratara de animales que notan la sangre» y allí los hostigamientos empeoraron. Y trasladando amenazas e insultos a su casa.

«Para el juicio,  llegué literalmente pidiendo limosna», relata. No contó con ayuda económica del municipio ni guardia policial. El juicio empezó el 23 de abril de este año. Luego de un proceso donde no se tuvo en cuenta la perspectiva de defensa personal y donde se desconoció la identidad de género de Joe –fue tratado siempre en femenino, a pesar de que su identidad autopercibida es de varón–, el 4 de mayo de este año la jueza Cristina Lía Vandembroucke lo condenó a cinco años y seis meses de prisión efectiva. Las causas que esbozó para justificar el trato en femenino fue que el DNI de Joe no está actualizado.

El 18 de mayo, con temor por su integridad física «contra viento y marea» Joe decidió mudarse a la Ciudad de Buenos Aires. El 29 de ese mismo mes, un equipo de 15 abogados y abogadas trabajaron en una apelación que se presentó y fue aceptada ese día. «Ahora esperamos la conformación de un nuevo tribunal tripartito, no unipersonal como éste. La causa está en la Cámara de Apelaciones de Entre Ríos y se puede tomar de seis meses a un año», dice Joe.

Cuando piensa la posibilidad de que la condena se ratifique, se pone nervioso o se siente deprimido, ahí es cuando piensa «¿y qué pasa si todo falla?». «Abriría un infierno para muchos. Daría luz verde para que ocurran muchos ataques homofóbicos y transodiantes».

Siempre el primero

«Estoy acostumbrado, si se quiere, a marcar tendencia. Siempre fui el primero: la primera chica, en su momento, asumida y fuera del clóset en la ciudad. A los 18 apenas termine el secundario, con el nivel de inglés bilingüe que tengo ya empecé a trabajar dando clases y presentando proyectos como un docente idóneo», cuenta Joe con cierto orgullo. Enfatiza que Santa Elena es un pueblo «retrógrado, cerrado y violento». Joe sufrió discriminaciones no sólo de vecinos o compañeros de escuela, sino también desde las mismas instituciones. Durante su adolescencia jugaba al básquet y como le gustaban las chicas, los profesores de educación física no dejaban que viaje a las demás localidades a competir, «como si fuera contagioso o peligroso» relata con indignación.

Tampoco podía participar de eventos donde hubiera mujeres, lo echaron de su club de básquet, recibió ataques de chicas y chicos a medida de que se enteraban de su orientación sexual y tuvo que cambiarse a un colegio nocturno el último año de secundaria, invitado por el rector de la escuela a la que había asistido hasta ese momento en que insinuó que él «se buscaba» estas situaciones humillantes.

Cuando se puso en pareja con Nathan –un varón trans francés que cuando vino a Argentina inició este proceso–, Joe empezó a redefinir su identidad. Desde ese momento, mayo de 2016, se autopercibe como un varón. Si su orientación sexual le trajo problemas por las acciones de rechazo y discriminación en su pueblo, el cambio de identidad fue también un proceso difícil para compartir con su familia y vínculos más cercanos.

«A mi mamá le costó un montón. Hay que romper el mito de que te tienen que creer. No estás loco ni es pasajero. No hay edad para exteriorizarlo. Hay que romper esos mitos. Mi mamá no podía creerlo: «Ok, te llamás Johana, sos lesbiana y lo acepto. Y tu novio es Nathan ahora. Bueno, es europeo y es más vanguardia, ¿pero vos también? ¿Cómo lo vas a procesar? ¿Y tu carrera, tu vida y tus amistades?»”. A  su mamá le costó mucho llamarlo Joe.

Cada persona tiene distintas maneras de habitar su propio cuerpo. En el caso de las personas trans, las transiciones no son siempre iguales. Ni los deseos y los tiempos los mismos. Al principio, Joe había evitado las modificaciones a su cuerpo. Sin embargo, hace poco decidió que quería tener barba. Comenzó un método alternativo a las hormonas y hace dos semanas se afeitó por primera vez. Cuando habló por teléfono con su mamá, le adelantó que la próxima vez que se junten seguramente lo vea distinto.

Luego del fallo, Joe seguía teniendo miedo a posibles ataques. Por eso, decidió mudarse a Buenos Aires con la ayuda de algunas organizaciones de la comunidad LGBTIQ. Desde entonces, su activismo se volvió marca de lo cotidiano. «Me fui transformando en un referente, con cada vez más fuerza porque yo también lo quiero y deseo así. Podría ser egoísta y sólo hablar de mi caso y mi historia. Soy un activista, decido hablar de otras realidades y vulneraciones que sufren otros chicos trans que son invisibilizados y que hoy ponen su fe en mí en que yo pueda sacar a la luz un montón de cosas. Y que de alguna manera pueda transformar su realidad».

Durante la vigilia a la media sanción de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, el 14 de junio frente al Congreso Nacional, Joe fue uno de los oradores en el escenario: «Fui el único varón trans que habló en nombre de compañeres, cuerpos gestantes y personas no binarias. Los chicos trans también abortan y tenía que llegar ese mensaje y dependía de mi».

Los prejuicios siempre están

Joe cuenta que en Santa Elena «está muy instaurado que cuando se enteran que sos chica y te gustan las chicas, hacen las aclaraciones del tipo «bueno, pero no me vas a mirar a mí, ¿no?»». Esos comentarios lo irritan, los considera homofóbicos. Piensa que para las personas trans los comentarios y las acciones pueden ser peores. También cuenta que dentro de la propia comunidad a veces hay expectativas que cumplir y que eso es muy difícil y cansador. «Si no sos lo suficientemente masculino o sí lucís demasiado… Decir cómo tiene que ser la transición, explicarte y meterte en la vida de la otra persona pidiendo explicaciones y sentando bases que en realidad no te competen porque tienen que ver con el cuerpo y el sentir de esa persona. No hay por qué explicarle nada a nadie», sostiene.

Joe tiene 25 años, su próximo cumpleaños es el 26 de septiembre. Le gustaría que su voz sea la de muchos varones trans que sufren agresiones, humillaciones y ataques por su identidad. Está cansado de tener que validar la suya constantemente, de tener que presentar pruebas «de algo que en realidad tiene que ver con tu forma de sentirte». Hoy, lo mueve su activismo y militancia para visibilizar las identidades trans. Joe anda de reunión en reunión, de allí se va a las marchas y de ahí a lecturas de poesías y de ellas a cualquier evento donde lo inviten, lo respeten y lo acompañen en su lucha. Hoy, Joe también se siente preocupado. Mientras, espera la resolución de una Justicia que hasta el momento desconoció su identidad autopercibida y los hostigamientos y amenazas sufridas. Esa Justicia definirá cuál es el destino de sus próximos días.

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