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Kempes volvió a Arroyito y presentó su libro «El Matador»

Siempre que juega Central el barrio de Arroyito se transforma. Líneas de colectivos cambian sus recorridos, las calles se llenan de camisetas azules y amarillas y se respira un aroma distinto. Ayer no jugó Central, pero el ambiente era similar. Estaban las camisetas y los hinchas, pero el jugador que entraba a la cancha, después de muchos años, era Mario Alberto Kempes. Esta vez desde un lugar distinto, vino a presentar su libro autobiográfico “El Matador”.

Los colectivos también estaban, pero estacionados. A sus pies, personas y bolsos. Hoy juega el canalla en Formosa y cientos de hinchas esperaban ansiosos el viaje para acompañar al equipo que puede clasificar para jugar otra final, la cuarta consecutiva por la Copa Argentina.

Pero adentro del Gigante de Arroyito, bien debajo de la Platea del Río, estaba él. Uno de los máximos goleadores canalla, un jugador que marcó la historia de miles de simpatizantes que lo vieron jugar y también de muchos que lo conocen por relatos de otros. Mario se sorprendió cuando vio la cantidad de familias que se acercaron a verlo, incluso pibes que nunca lo vieron jugar. “La tradición de estos grandes equipos pasa más por el boca a boca, del abuelo al padre, del padre al hijo. Y eso es lo bueno que tienen los clubes que no pierden el pasado pero piensan el presente”.

En la cola para ingresar al Salón Centenario se agolparon desde las 18.30 cientos de hinchas canallas esperando que su ídolo estampe la firma en los libros. También se vendían allí, pero los encargados de entregarlos se quedaron cortos, a las 19 ya no quedaban más. La gente igual no se movía de la cola, no iban a retirarse sin al menos el recuerdo de la foto con el Matador.  Algunos firmaron sus remeras, otros filmaron videos y el Club, de impecable organización, sacaba las fotos, esas que van a quedar en la memoria de aquellos que pudieron acercarse hoy al Gigante.

Gente de todas las edades, niños y niñas con sus padres y sus abuelos. Un señor con su nieto en brazos imitando el relato de un gol de Mario, el bebé no sabe decir muchas palabras, tal vez sólo mamá o papá, pero el gol lo dice clarito. Los más chicos lo reconocen. No sólo por lo que les contaron, sino por los comentarios del Matador en la reconocida consola de videos juegos. Kempes lo tiene presente, dice que muchos cuando se lo cruzan y reconocen su voz, le dicen “vos sos el del juego”, lo conocen más por eso que por sus goles, y también le gusta.

El Matador, el libro que presentó ayer, recopila la historia de un deportista, de un jugador de futbol que ha llegado a cumplir todos sus sueños. Narra anécdotas de su experiencia en distintos equipos de fútbol, desde sus comienzos en Belle Ville, su ciudad natal, en Instituto de Córdoba, su paso por Rosario Central y los logros en el Valencia de España. También como trabajador de los medios, su nueva profesión, “siempre hablando de fútbol”. No se reconoce como periodista, pero asegura que la experiencia como jugador sirve a la hora de comentar un partido: “haber vivido como jugador te permite decir algunas cosas diferentes que a lo mejor el periodista que no ha jugado nunca. Pero eso no marca que aquellos que hemos jugado tenemos la verdad ni mucho menos”.

Por su paso por Central se llevó lindos recuerdos. Jugó de 1974 a 1976 y se convirtió en el máximo goleador de la historia con 94 goles en 123 partidos, dato que colaboró para que se concrete su transferencia al Valencia en 1976. Recuerda el partido debut el 22 de febrero, cuando llegó a Rosario con sólo 19 años, bajo la dirección técnica de Carlos Timoteo Griguol, su mes de convivencia con la familia de Aldo Pedro Poy, a quién había conocido tiempo antes cuando compartieron plantel en la Selección y que le “sirvió para aclimatarse” y el partido despedida en febrero de 1995. “Si me preguntas por ese partido y el primero que jugué en Central, lo que más me acuerdo es el nerviosismo. Muchos años habían pasado, sí había estado en la cancha presenciando los partidos en la tribuna, pero no es lo mismo”, comenta sobre el partido contra Newells, en el que con 41 años marcó un gol, al final de su carrera deportiva.

“Fue recordar viejos tiempos, recordar los cánticos, la hinchada, ese momento cuando entras a la cancha con los papelitos y el griterío. Empezó el partido y como siempre los nervios se tranquilizan, en este caso no. Si bien es cierto que con Central, el primer partido no había jugado nunca con ellos, el último con todos los chicos no había entrenado y la relación era mínima o nula. Bastante bien fue, el gol de alegría, la pena de no poder terminar el partido. Esa ilusión de haber marcado el gol contra ese enemigo deportivo”.

Ayer volvió a pisar el Gigante. Desde otro lugar pero con la misma hinchada de siempre.

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