“Dejen de hacerlo candidato”. En Economía, en la cercanía de Axel Kicillof, refunfuñan porque cada movimiento del ministro se interpreta en clave política y electoral. “Axel no es candidato”, avisan y repiten, como salvoconducto, el salmo K que delega esos oficios en lo que decida Cristina de Kirchner, quien llegado el momento dirá dónde y cómo seguirá la carrera del titular de Economía.
Pero lo que no hace Kicillof lo hacen otros, en su nombre. El ministro se asume como parte del dispositivo de La Cámpora y pone en mano del buró juvenil que comanda Máximo Kirchner los asuntos políticos.
En estos días, Kicillof operó sobre dos frentes: viajó a Mendoza, donde se mostró con Guillermo Carmona, uno de los candidatos a gobernador del pankirchnerismo, y toreó al gobernador Francisco “Paco” Pérez, uno de los caciques que volanteó abierta y enérgicamente hacia Daniel Scioli.
Carmona corre de atrás –dicen que sin chance alguna– contra Alfredo Bermejo, el postulante del peronismo mendocino, producto de un cierre traumático que derivó en la expulsión de Juan Carlos “Chueco” Mazzón del gobierno K. El operador, que se había instalado en las oficinas de su hijo Mauricio, acaba de estrenar un nuevo búnker que quiere convertir en centro de operaciones del PJ, en línea con gobernadores e intendentes, y con la bandera Scioli 2015.
La semana pasada, Kicillof se mostró con Carmona y castigó a Pérez en un gesto poco usual de prestarse a la campaña electoral –en Mendoza, las Paso son este domingo– y, además, confrontar con un gobernador. No fue su única gestión como ariete político de
La Cámpora. En el gobierno se desliza que se acrecentó el bombardeo interno de Kicillof contra Diego Bossio, titular de la Ansés, que hizo florecer gigantografías de su candidatura a gobernador bonaerense por toda la provincia.
El ministro de Economía es el látigo preferido de los neocamporistas para lapidar a Bossio, que lanzado a la disputa bonaerense cuenta a los intendentes que su relación con Máximo K es fluida y buena, a la vez que se saca de encima las esquirlas del expediente Mazzón, tema que lo dañó como a nadie porque lo había elegido como el ejecutor de su fantasía electoral.
“Ustedes, antes de criticar a Bossio, tráiganme un título universitario”, cuentan que Néstor Kirchner apagó, hace años, la ferocidad de los caciquejos de La Cámpora contra el titular de la Ansés. Ya no está Kirchner, pero Axel tiene título y es, como Bossio, un hombre de números.
A pesar de la incomodidad que manifiestan en Economía, Kicillof es asumido como un sujeto político y electoral en el ancho mundo del peronismo K. Al sciolismo, en su juego de sombras chinescas, le gusta decir que sería un candidato a vice ideal para Daniel Scioli, mientras Sergio Urribarri tantea al decir que la fórmula Urribarri-Kicillof es la “síntesis perfecta” del kirchnerismo.
En ese juego, Augusto Costa, el secretario de Comercio, tuvo que encargarse de amoldar, para evitar rispideces, la propuesta que desde principios de año empuja un club de jóvenes empresarios para convertir a Kicillof en una especie de nuevo José Ber Gelbard. Esa expresión, camuflada, se puso a prueba en el Mercado Central, donde el ministro disertó ante jóvenes empresarios. Un distraído podría interpretar que se trata casi de un lanzamiento. “Por una Argentina inclusiva, productiva y sustentable, Axel Kicillof”, se puede leer aunque, luego, la letra chica reviste todo con tono institucional.
En un atípico rol de operador político-empresario, Costa anda hace un mes reuniéndose con jóvenes empresarios de todo el país y de las múltiples organizaciones que nuclean a gente de la producción, invitando a la juntada en torno a Kicillof, que sin la presencia de Guillermo Moreno terminó nutriéndose de los dirigentes que esponsoreó el ex secretario.
Fue Moreno el promotor de un “trasvasamiento generacional” en la dirigencia empresaria y apadrinó, para eso, a dos jóvenes: Lukas Menoyo, de la firma Menoyo, y a Walter López, de Queruclor, cuya marca emblema es Querubín.
Ambos forman parte de una constelación empresaria que creció en la era K, como casi todas, y que en algunos casos entró en la lotería de los créditos del Bicentenario.
Integraban el grupo selecto de empresarios que conocían al Moreno de sobremesa.
Asoman, como siempre, paradojas. Augusto Santucho –nieto de Roberto Santucho, fundador del ERP–, metalúrgico vinculado a Ider Peretti, es uno de los motores del nuevo gelbardismo. Aparece también Fernando Lascia, el delegado joven de Apyme, de Carlos Heller; Sebastián Ferreira, de Electroingeniería, un enviado de Juan Carlos Lascurain, y Elio del Re por Adimra. La Came de Osvaldo Cornide manda a Mauro González, mientras Ariel Aguilar representa a Marcelo Fernández, otro protegido de Moreno que lanzó en su momento La Gelbard.