Por Romina Sarti*
Sí, tenemos problemas con el manejo de los tiempos mediáticos. Nuestra excusa es que este es un encuentro de reflexión atemporal, una suerte de herramienta que utilizamos para decantar situaciones y utilizar palabras floridas que tensionen nociones/acciones que podrían sintetizarse con un bello, justo y simpático insulto. Este pretexto de tortuga del tipiado, nos pone en la incomodidad de volver a un tema bastante banal que, sin embargo, tiene una carga simbólica muy fuerte y de estos bellos días apocalípticos. La primicia, “la nota”, “el tema”, más comentado, retwiteado, conversado, nos pasa por al lado (igual que el 133). Claro, cuando podemos sentarnos a escribir quizás el impacto sea menor, pero vamos contramano de lo contemporáneo (igual que el sistema de transporte de Rosario, ¿ya lo dije?, ¡ups!, capaz estamos bastante hartos de tomar colectivos detonados, que pasan cada media hora y cuesta 60 mangos).
Enfocándonos en el tema que nos convoca, hoy conversaremos sobre el vestido de Marilyn utilizado por Kim Kardashian en el The Metropolitan Museum of Art (MET). ¿Por qué?, porque aunque en lo personal creemos que este sueño/anhelo es una gilada, no juzgaremos a Kimy la influencer (persona destacada en redes que genera influencia sobre las personas que la siguen) y empresaria que, con aguerrida tesón y dramática inconsciencia, se cago de hambre por tres semanas, se tiñó el pelo rubio y uso por varias horas al día un traje de sauna para ponerse una prenda que no le entraba al inicio. Nos emocionamos con ella cuando le dice a la revista Vogue: “Quería llorar de alegría cuando por fin me quedó.”
La utilización de trajes de sauna (sauna suit) se ha incrementado en los últimos meses con el objetivo de aumentar la pérdida de peso e incrementar la temperatura corporal durante el ejercicio. Recientemente se han publicado los resultados de un estudio (Matthews y col, 2020; J Strength Cond 1-oct; doi: 10.1519/JSC
Antes y Después
Aunque haya muchas demostraciones que estas acciones vinculadas a restringir o limitar la comida, afectando no sólo a nuestra salud física como psíquica (recordemos los Trastornos de Conducta Alimentaria), no pasa nada porque la captura instantánea del momento soñado por la princesita, dio vueltas al mundo y aún sigue replicando su estela de caca.
El proceso anterior a la foto, la privación, la motivación, Eye of the Tiger sonando de fondo, el esfuerzo personal, toda la fuerza interior para lograrlo, se desbaratan en el post momento, ese que quizás no aparezca filmado, en donde la compulsión aparece y es complejo manejarla. Estas conductas repetitivas, estas acciones fogonedas por un pedazo de carne marketinero que con esta actitud súper irresponsable en un contexto global donde se vincula salud con belleza, cuando se habla de la obesidad como una epidemia (una epidemia se da cuando muchas personas de una región o país se infectan al mismo tiempo con una enfermedad, por ejemplo, gripe en época invernal (ver), cuando la delgadez representa lo aceptado, lo querido, lo añorado; todo vale para verse así porque terminas pareciendo lo que debes ser. Esta tan instalada práctica de privación pre fiestas, eventos, entrevistas laborales, salidas con alguien que nos gusta, etc., se van naturalizando los TCA, alterando no sólo nuestro vínculo con el alimento, también disloca nuestro vínculo con la sociedad. La privación no se reduce a comer harinas. La privación es ir al cine porque no entras en la butaca, la privación es no salir porque no hay ropa pensada para vos, la privación es la falta de socialización, la depresión y la anulación de instintos pasionales, de amores que nunca serán, de sueños o viajes que no sucederán, y todo por tu culpa (hello meritocracia).
“…Si puedo hacer un aprobadita de glaceado y detenerme, sabré que al fin vencí a la comida. Fue muy sencillo…”(como fanática de las buenas temporadas de Los Simpson, no puede dejar pasar lo complejo de la idea “vencí a la comida”, claramente expuesto en un contexto de TCA, aparece como enemigo a manejar, vencer, dominar).
Adaptarse para pertenecer: furia latente
Erróneamente supusimos que pertenecer significa ser parte de, sin embargo la palabra de origen latino, significa “cualidad del que tiene algo enteramente, acción de ser propiedad de alguien«. Sus componentes léxicos son: el prefijo per- (por completo), tenere (tener), -nt- (agente, el que hace la acción), más el sufijo -ia (cualidad). Esta idea fractura nociones supuestas, dejando entrever entonces a quién o a qué queremos pertenecer. ¡y claro!, más simple échale nafta: a un sistema heteropatriarcal que pone por encima de todes la normalización de las cuerpas estandarizadas, fabricadas, intervenidas y dominadas por industrias que juegan con la ilusa noción generada por la repetición y bombardeo mediático que te dicen como ser aceptade, queride y parte de. En cada no que tenemos como respuesta en trabajos para los que calificamos salvo corporalmente, actividades que no están adaptadas a las diversidades, ropa o vestidos de Marylin que están pensados para quienes no son como vos, terminamos creyendo aquello que necesitan que creamos: ESTAMOS MAL. Ante la perpleja ruptura subjetiva que generan estas acciones capacitistas, capitalistas, imperialistas, terminamos siendo propiedad de la intervención del momento, que moldea cuerpos y mentes, y terminan arrebatándonos la vida.
Exorcicemos, cuestionemos y demos batalla a estas acciones premiadas y violentas, que finalmente son las que sobrevuelan y gestan la tormenta perfecta para aumentar la discriminación, el maltrato, el bullying, la homogeneización. La inaccesibilidad a la vida no puede ser normalizada.
**Gorda, aprendiz de las diversidades en todos sus niveles, mamá, docente, con pretensiones de escritora y columnista radial. Siempre rockera, o como diría mi amiga laRomiPunk IG: romina.sarti