Cristina Monserrat Hendrickse es abogada, tiene 54 y si bien desde muy chica conocía su identidad de género, recién en 2007 comenzó a exteriorizarla. Primero lo negaba: “Fui mi primera transfóbica”, dice. Después inició la transición con un lenguaje gestual hasta que pudo poner en palabras a su identidad. Hoy concursa para cubrir un cargo de jueza de familia en Neuquén. Se presentó para la vacante después de vivir un “inconveniente” con una secretaria de un juzgado porque su identidad no coincidía con la que figuraba en la base de datos de las notificaciones electrónicas del sistema judicial. “Si ella con esa jerarquía tiene esta actitud ¿por qué no puedo yo intentar ser jueza?”, se pregunta. Sabe que es difícil acceder en un primer concurso, pero lo entiende como una gimnasia dónde hay que perseverar. “Hay que tratar de incursionar en espacios dónde no somos visibilizadas y eso es positivo para el colectivo trans que tiene una perspectiva de vida de 35 años”.
“De chiquita conocía mi identidad de género pero era un contexto donde fue inducida, manipulada para no reconocer esta identidad”, contó Cristina. Recordó que transitó su niñez en la dictadura de Onganía. En Europa y Norteamérica en los años 60 estaban los movimientos por la paz, el Mayo Francés, pero para Cristina una infancia trans era inimaginable y se adaptó.
En 2007 murió su mamá y ahí empezó a explorar. Contó que primero lo negaba: “Fui mi primera transfóbica”.
En 2012 se aprobó la ley de Identidad de Género. Se debatió, se viralizó el material y quedó en claro que no se trataba de una enfermedad sino de un Derecho Humano. A partir de allí fue transicionando. Cristina estaba casada y no fue fácil contarle a su pareja lo que estaba viviendo. “Tenía mucho miedo de perder el afecto como en la niñez y lo fui trasmitiendo de a poco, con lenguaje gestual, hasta que un día la más grande de mis hijas le dijo: «Un día Cristian va a venir en pollera y no te vas a dar cuenta»”. Así, Cristina pudo ponerlo en palabras. Contó lo difícil que es, porque “muere una persona y hay que hacer un duelo. Es una pena por la persona que ya no era y una alegría por la nueva”, reflexiona.
Decidieron mudarse de Zapala, a Buenos Aires, con sus hijas. “A partir de esta decisión me sentí en sintonía conmigo misma, más feliz, no tan tensa. Siendo auténtica, no teniendo nada que demostrar a los demás”.
Concurso judicial
Un día, en Zapala, Cristina tramitaba un expediente en un juzgado de Familia y tuvo un inconveniente con la secretaria porque no coincidía su nombre con el sistema de notificaciones electrónicas, y por ese motivo la funcionaria decidió en contra de lo que dice la ley de Género. Le dijo que no iba a dejarla ejercer hasta que no rectificara la información. “Me quejé, la Justicia abrió un sumario”. Cristina dijo que el tema se solucionó y la llamo el presidente del Tribunal de Justicia.
Al poco tiempo se enteró de la apertura de un concurso en un Juzgado de Familia en Chos Malal, provincia de Neuquén, y se inscribió sin imaginar la repercusión.
La letrada contó que el concurso está en las pruebas finales. Ya se evaluaron los antecedentes, hubo examen escrito y oral y ahora falta la entrevista personal.
Actualmente Cristina trabaja en Buenos Aires. Cuando terminó la facultad se dedicó al derecho del trabajo, luego de familia, amparos en tiempos del corralito. Trabajó en la Defensoría LGTB porteña hasta abril de este año y tuvo mucho contacto con el colectivo trans, que es uno de los más vulnerados: la expectativa de vida es de 35 años. “Una de las reacciones ante la discriminación es aislarse y concentrarse en una especie de gueto, que nos protege. Entramos entre pares, pero hay que salir y tratar de incursionar en espacios dónde no somos visibilizadas. Eso es positivo para el colectivo”.