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La actriz Laura Copello conmueve con “Laurita”

La gran motivación de este atractivo montaje de sólo 50 minutos pareciera estar en una pregunta desafiante: ¿pueden los recuerdos tomar forma en escena?

Una mujer encendida y algo perturbada en la antesala de un viaje en el que el equipaje se compone de los elementos imprescindibles para reconstruir los recuerdos, tanto literal como metafóricamente. Es una mujer madura que mantiene vivo el deseo pero que parece haber llegado al límite de sus inseguridades en un mundo que la desafía, la pone en jaque. Ella, como muchas otras, fantasea con la idea de volver a enfrentar el mar, con la “incertidumbre de ver el cielo y olvidarse”, con el deseo de que alguien la mire, y así parte con destino incierto en un recorrido en el que un sinfín de metáforas tiñen cada paso del camino transitado.

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“Adónde ir, adónde regresar…me duele el tiempo”, dice Laurita, que no es otra que la actriz Laura Copello, que es ella misma y también es otras en Laurita, tiene muchas cosas que hacer, un recorrido plagado de preguntas que encuentra las respuestas en la complicidad que el espectáculo, inteligentemente acompañado desde la dirección por Ricardo Arias, genera en el público.

Laurita…es, ante todo, un bello y potente ejercicio poético con algunos destellos de biodrama en el que se mixturan la historia personal de la actriz con la construcción de una enorme instalación escénica en base a la memoria, montada a partir de pequeños detalles, de objetos cuya singularidad propicia un mundo que se sublima y al mismo tiempo se potencia a través del relato.

La gran motivación de este atractivo montaje de sólo 50 minutos pareciera estar en una pregunta desafiante: ¿pueden los recuerdos tomar forma en escena? Frente a ese interrogante, actriz y director, apoyados en el valioso trabajo en la construcción de muchos de los objetos a manos de Pali Díaz, atraviesan esos recuerdos en un relato que, sin renegar del humor, se sumerge en pasajes en los que afloran el dolor, la nostalgia, la Patria de la infancia, los años de la universidad, la militancia, las ausencias y el desasosiego de un presente que, tras los dos años de ensayos del montaje, se ve resignificado a instancias de un nuevo y complejo paradigma de país.

Copello, como ya lo hizo a comienzos de la década pasada en la recordada Tina, crónica de una vida frágil, inspirada en la vida de la fotógrafa Tina Modotti, potencia ese arsenal de momentos con su incuestionable presencia escénica, con la densidad y la certeza de contar un recorrido que pareciera ir en paralelo con el propio. Ella es muchas mujeres, pero ante todo, es una mujer atravesada por lo político: su cuerpo (como todos los cuerpos) y su discurso son políticos, en una acción poética permanente bautizada por la actriz, a modo de guiño, como una “ficción autobiográfica”.

De la nada a la profusión del espacio escénico, todo está con ella, todo parte de ella: la diversidad de objetos, muchos de sobrecogedora belleza, entre la obsesión por coleccionar ovejas y los irresistibles libros “pop-up” que se abren a nuevos mundos, Laurita…es la suma de varios aciertos: no sólo saben y conocen qué y cómo entramar en el relato, también, el tándem Arias-Copello, se vale de una teatralidad que por momento conmociona. Y lejos de abismar el golpe bajo, van por lo entrañable, y hasta quizás por lo conocido, pero generando momentos inolvidables, acompañados por un soporte musical compuesto especialmente por Guillermo Copello y Carlos Pagura.

Pero sobre todo, el espectáculo es la excusa perfecta para ver en escena a una de las mejores actrices de la ciudad: no hay grandilocuencias, hay un devenir; no hay arrebatos, hay silencios estratégicamente planeados. Copello es, en presente, una mujer combativa y, al mismo tiempo, anida en ella algo de la Gelsomina de La Strada; es inocencia y desencanto, es una niña que juega en el cordón de la vereda y es la amante que espera poder “rearmar” a su amado “ideal”.

Como todo buen relato, el final es un regalo: todo está allí para mirarlo y llevárselo en los ojos y en el recuerdo; la evocación de un tiempo feliz queda latiendo mientras en la retina se filtran las luces y las sombras.

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