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La adolescencia que se estira

Atrapados entre padres que los retienen para no exponer el vacío de sus parejas y una sociedad que les complica la inserción, los jóvenes se resisten a asumir responsabilidades y a despegarse del “nido”.

Por: Luciana Sosa

La adolescencia es una etapa que con el correr de los años se ha extendido en los distintos ámbitos sociales. Muchos de aquellos jóvenes que ya con 20 años, generaciones anteriores, estaban dispuestos a independizarse, ahora recién están tratando de encontrar un rumbo a su vida. Inclusive, tantos otros que superan los 30 años aún siguen bajo el ala paterna y materna, con miras a seguir en el nido. La socióloga y psicóloga chilena Pilar Sordo aborda en su libro No quiero crecer. Viva la diferencia para padres con hijos adolescentes una problemática que se remonta en el tiempo y que, a su juicio, arranca con la falta de apasionamiento de los adultos en su vida cotidiana. Paralelamente, el médico pediatra y especialista en adolescentes Daniel Leto, dijo a El Ciudadano que “hay factores sociales que influyen en esta disminución de actitud de responsabilidad social”.

“Una de las cosas que se pueden tener en cuenta es que en muchas oportunidades un chico a los 20 años no ve una comunicación de sistema familiar en una pareja. Muchos padres hoy en día tienen una relación tirante y esperan que su hijo no abandone el nido para no encontrarse solos con ellos mismos y así ver lo desarmada que está su pareja”, sostuvo a este medio el psicólogo Ariel Creciente, sobre uno de los motivos e la adolescencia extendida de la que habló la chilena Pilar Sordo en su libro.

La mujer, en una entrevista que brindó días atrás a la agencia de noticias Télam, señaló que durante mucho tiempo escuchó la frase “no quiero crecer” y comenzó a preguntarse por qué tantos chicos decían esto. “Durante más de dos años investigué y encontré muchos puntos de contacto entre la falta de compromiso de los chicos y la conducta de los adultos”, dijo.

Etapa uno: la ebullición

El libro de Pilar Sordo, editado por Norma, está dividido en edades, comenzando desde los 9 a los 11, un período en el que “aparece el tema de la pubertad y los cambios físicos”, y de los 11 a los 13 cuando “a los cambios físicos se suman los psicológicos”.

“De los 13 a los 15 es la etapa que llamo «terremoto» porque hay una ebullición de las características psicológicas. De los 15 a 18 comienza la búsqueda de los sueños, de una carrera, de establecer vínculos de pareja”. Sobre esta etapa, el pediatra Daniel Leto señaló: “Desde hace varios años se modificaron los períodos en que se transcurre la adolescencia. Antes era entre los 10 y los 18 años, luego fue hasta los 20 y ahora hasta los 25, en los mejores casos”.

“No es casual que una vez terminados los cambios fisiológicos del adolescente, se pregunten quiénes son y qué lugar ocupan o deben ocupar en la sociedad. Es ahí cuando comienza el conflicto consigo mismo, porque desconocen el mundo laboral, profesional y social en el que deben vivir y sobrevivir. Los chicos de hoy no tienen los medios para pelear por su vida, por lo menos gran parte de ellos”, advirtió el pediatra.

Tanto Leto como Creciente, coinciden en que esta situación, “consciente o inconscientemente, lo hace quedarse pagado a su núcleo familiar y eso se habla dentro de la clase media, porque en los sectores marginales la urgencia del pan diario lo introduce a una pelea mucho más rígida y desde muy chiquitos salen a trabajar”, dijo Leto.

Etapa dos: ansiedad y depresión

Leto analizó el índice de ansiedad que abarca a gran parte de la población actual. “La gente no sabe que una de las patologías más frecuentes es la depresión que genera esa ansiedad y el no resultado inmediato de obtener un trabajo que te ayude a independizarte. Esto hace que un joven busque la protección en el sentido más amplio de la palabra y eso conlleva a dirigirse al lugar donde mayor protección ha tenido: donde nació y se cobijó hasta su despertar. Esto hace que el adolescente pretenda quedarse en el núcleo que lo cobija en lo afectivo y económico”.

El doctor comentó que a su consultorio han llegado muchos jóvenes depresivos. “Esta realidad no esperada hace que el adolescente se deprima y estire su rótulo, una etiqueta que se le aplicó a los jóvenes dentro de la sociedad urbanizada, porque no pasan estas cosas en el campo. Apenas uno termina la escuela primaria, comienza a trabajar junto a sus padres, o a tener actividades para ayudar a su familia”, sostuvo.

Sordo afirmó que buscó regular “lo que debe ocurrir en cada etapa y lo que no es aconsejable”. “Menciono que no se puede tener novia entre los 13 y los 15, que el adolescente no debería ir a fiestas, hay que contener ese proceso para ayudar luego en la madurez a un proceso más estable”, dijo.

Y agregó: “De los 18 a los 24 años el o la joven entran más marcadamente con los temas del ingreso a la universidad, la concreción de sueños, incluso las crisis de vocaciones producto de las malas elecciones y la consolidación de la pareja con cierto grado de autonomía de la familia original”.

“En el último capítulo cuando analizo a los chicos de 24 a 30 hablo de dos perfiles: la generación canguro –que nunca quiere salir de su casa, porque tiene los privilegios de los casados y los beneficios de los solteros–, y la del bumerang: se va de la casa pero ante un fracaso regresa a casa de los padres y como vuelve desde el miedo no tiene la osadía para salir de nuevo”, indicó.

Etapa tres: la soledad de los padres

El psicólogo Ariel Creciente señaló que inconscientemente muchos padres buscan que sus hijos permanezcan en el hogar dada la tirantez en su relación como pareja. “A veces, el miedo de encontrarse a solas con su pareja hace que se cuide a su hijo de una manera extrema y se le habiliten algunas cuestiones que logran que el joven permanezca mucho tiempo más en el hogar familiar”, analizó.

“Por un lado, el joven se beneficia con la no responsabilidad de pagar un alquiler, impuestos, y una heladera llena ni lavarse su ropa. Al mismo tiempo, tiene la oferta de tener casa, comida y lavarropas gratis. Está claro que de esta manera se entrega la libertad a cambio de la comodidad”, aseguró y advirtió: “Es evidente que el joven que hace este trueque nunca conoció la libertad, porque la diferencia es enorme. Si la conociera, no la dejaría”. Lo preocupante que planteó Creciente es la ofrenda del hijo adolescente de salvar el matrimonio de sus padres, lo cual no es (a largo plazo) beneficioso para ninguna de las dos partes.

“La adolescencia es un proceso complicado –admitió el psicólogo– y bastante traumático ya que uno debe encontrar lo que le gusta, qué quiere de su vida y cómo deberá manejarse en función a ello”. A su vez, admitió que este paso a la adultez, puede llevar un par de años, inclusive mientras se cursa la universidad. “Está claro que es labor de los padres poner en práctica presiones que lleven a su hijo a la independencia. No se deben aceptar vagos en el hogar. La frase «o se estudia o se trabaja» debe ser cumplida para no tener problemas cuando el joven lleve años sin saber qué hacer de su vida”, enfatizó.

A su vez, Leto buscó comprender a los padres que estiran la adolescencia de sus hijos comentando que, posiblemente “ellos hayan tenido una juventud traumática y por eso no quieren que su hijo pase esos malos tragos”. “Lo que no saben es que, precisamente, una rosa sin espinas es hermosa, pero carece de protección. Los chicos sin esas espinas, sin esa experiencia de la vida, son totalmente vulnerables y se corre el riesgo de entrar a ámbitos peligrosos como las adicciones”, concluyó.

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