Juan José Becerra @jbecerra2012
Bueno, bueno, bueno… La sorpresa más esperada acaba de suceder. Ya estaba cantada en el abatimiento de Sergio Massa cuando fue a votar al mediodía y un frío corrió por la espalda de sus votantes. Ahora, la Argentina tendrá, tal como lo ha manifestado su deseo colectivo, un presidente que habla con el espíritu de un perro que ha partido, le dice “Jefe” a su hermana, cursa un carácter con los altibajos del maníaco depresivo, y encarna una “vanguardia” ideológica regresiva que pasa por la Minipimer a la Escuela Austríaca de Economía, los remates de Menem, la simpatía de Juan Bautista Alberdi por Adam Smith, la misoginia in voce y el modelo Massera de justificación del Terrorismo de Estado.
Cuando la información del escrutinio fue llegando por goteo al bunker de tareas especiales de LLA/JxC llamado LN+, la felicidad de Eduardo Feinmann, Pablo Rossi, Jony Viale y los otros periodistas independientes con traje de casamiento (todo están de novio con el Mismo) que se amontonaban en la pantalla, también empezó a gotear. La realidad se alineaba por fin con sus deseos. Faltaba Luis Majul. Faltaba, pero no podía faltar porque sin él el tributo a la verdad de los hechos no se consuma del todo.
Siempre entra a escena cuando el asado está a punto. Su ingreso está destinado a protagonizar momentos de intensidad, al modo del cantante cuando condesciende a los bises. Éxtasis y presencia dominante. Es una cosa mágica. No sé a ustedes, pero a mí me vuele loco. Es mi fentanilo.
El espectáculo de obsecuencia que da es tan extremo que no se puede no sentir que tiene que justificar que se está jugando la vida. Pero esta vez estaba medio mudo. Les pasa a los enamorados, que se desentienden del lenguaje porque en circunstancias de arrobamiento el lenguaje no es capaz de decir nada. Se movía, eso sí, con esos golpes de electricidad por los que sacude el cuello con alto riesgo cervical. Estaba como si algo le pasara adentro del traje, digamos un hormigueo de satisfacción por la tarea cumplida, una intromisión de polilla.
La mala onda la tiró Alfredo Leuco, otro independiente, que recordó que Javier Milei tiene apenas treinta diputados, tres intendentes de pueblos de dos mil habitantes y ningún gobernador propio. Señalar esa debilidad abrió las puertas de la imaginación para que se hiciera presente la fuerza calabresa que puede sostenerlo. ¿Adivinen cómo se llama ese ex presidente que impuso la moda de los mocasines sin medias y la dicción abatatada, cuyo nombre empieza con Mauricio y termina con Macri?
Mientras en C5N, en cuyo centro la imagen de tótem del Gato Silvestre parecía elevarse por fin hacia el sacrificio del silencio, Pablo Ibáñez lo llamaba a Fernando Borroni “sommelier de votos” porque a este no le gusta mucho la democracia si pierde su candidato. ¿Qué hacían en ese momento los periodistas independientes de LN+? Trataban de investir de estadista a Milei, con las dificultades del caso. No será fácil ponerle ese sayo, que parece quedarle grande. Igualmente, fueron preparando su figura, creando un sentido ambiental de calma para recibirlo (en calma), una transición que lo extrajera de las catacumbas cargadas de estática del Sheraton Libertador a la intemperie del clamor popular.
Massa habló a su gente, lamentó lo sucedido, reivindicó una posición de defensa de lo público y anunció, casi sin margen de duda, un repliegue al menos táctico del campo de batalla. Se abrió una luz en la noche, destinada a iluminar al presidente electo, su medio novia la imitadora, su hermana El Jefe, su vicepresidenta genocidófila y el pueblo libertario vivando la muerte de la casta con algunos cuantos permitidos.
Detrás de Milei no se lo ve ni a Milei. Se abre, en cambio, un vacío, una nada abismal
Milei dio dos discursos. Uno, que leyó, lo dio adentro del Sheraton Libertador. El otro, una memoria del primero, lo dio afuera. La pobreza programática de lo que dijo compitió cabeza a cabeza con el exceso de aliteraciones y unos rasgos verbales rústicos que no se correspondieron con la exuberancia expresiva.
Muchos clichés en fila india, asociados a la prehistoria de su imagen histriónica que revolucionó las pantallas de entretenimiento y ahora desciende al sillón de Rivadavia como si alguien hubiese pinchado la piñata de la Historia y, ¡oh, sorpresa!, he aquí lo inesperado, aunque no tanto.
Que Milei sea presidente electo es y no es algo increíble. Lo es, porque sus características no se vinculan a ninguna tradición local (es contra varias tradiciones que irrumpe; incluso, o sobre todo, la televisiva: cuna de la irrupción política), pero no lo es porque algo se había estado cocinando a fuego lento a espalda de los cocineros en los últimos dos o tres años.
Es estremecedor que no se vea nada detrás de su irrupción, excepto Macri afilándose los dientes para darle a la matraca de los business, lo que sin duda es su síntoma. Es decir, detrás de Milei no se lo ve ni a Milei. Se abre, en cambio, un vacío, una nada abismal.
De lo poco que dijo, entre los matorrales de sanata libertaria y la autoindulgencia de invocarse como el primer presidente liberal libertario de la historia de la humanidad, lo que instaló en el discurso unos segundos de un mesianismo que parecía mantenerse a raya, hubo unos subrayados: “no hay lugar para gradualismos, para la tibieza”, “los cambios que necesitamos son drásticos”. Muchas futuras víctimas de estas frases, lo aplaudían a cuatro manos.
La impresión que dejó su primera entrada como presidente electo, es que no tiene mucha idea de lo que va a hacer. Sin embargo, en el horizonte se anuncia una agenda masiva de conflictos, si es que decide avanzar contra lo dado.
Apenas terminó con sus exclamaciones y sus trinos libertarios que seguían sin corresponderse con la pobreza verbal que no entusiasmó ni a los fanáticos, cerró con el consabido mantra: “¡Viva la libertad, carajo!”, como para revitalizar una noche feliz por el triunfo, pero de telón de fondo opaco.
LN+ volvió al piso (ahí es todo piso), y ¿adivinen quién tomó la palabra con las dos manos como el arquero que descuelga un centro? Le voy a dar una ayuda: es un gran lector de los fenómenos de la vida. ¿Jaques Derrida, Beatriz Sarlo o… Luis Majul? En efecto, fue Majul, que abrió los regadores de la simpatía por el presidente electo para recibirlo con amor: “Fue un discurso muy emotivo”. No me da el cuero para contradecir a capos así, pero el discurso de Milei fue una verdadera nada. Fue una especie de black out, del que pareció querer salir recordando (y recordándose) las consignas que lo inventaron.
La decepción por la política tal como era entendida hasta ahora, o en todo caso por algunas de sus variantes funcionales o personales, tiene que haber sido muy profunda para que haya sucedido esto. Un talker de pantalla con ideas fijas, sin pistas para hacerlas aterrizar en la vida material, explota su figura de sacado y se convierte en Presidente de la Nación.
Su fuerza principal, la postulación de una Argentina platónica sin políticos y con dólares (lamento decirles, hermanos libertarios, que va a seguir habiendo políticos, y peores; pero dólares, no), trae aparejada residuos patológicos: neonazis, torturadores saliendo del closet, intolerancia, boludos a cuerda que quieren alambrar los océanos. Se viene una Argentina sórdida, con simpatía por lo Oscuro y confusa en sus propósitos. Por suerte tenemos a la LN+, que nos la va a traducir como un Paraíso.