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La atención de las violencias de género. Una mirada desde la práctica como Trabajadora Social

Las mujeres  abren su mundo y desnudan su intimidad, como pueden, los relatos la mayor de las veces son muy vividos y minuciosos, tanto que a una le parece estar recibiendo esos golpes en el propio cuerpo o escuchando los insultos y denigraciones como si nos susurraran al oído
Estefanía Rescia
Licenciada en Trabajo Social – Colegio de Profesionales de Trabajo Social 2da Circunscripción

 

Nuestra profesión en el contexto actual – y siempre- nos obliga a repensarnos y repensar nuestras intervenciones de forma permanente. El trabajo cotidiano es una apuesta a una construcción social más justa, equitativa, igualitaria y ello requiere de compromiso ético, de autocrítica y reflexión de nuestros decires y haceres desde un lugar sincero y por eso, plagado de contradicciones que deberán ser asumidas y confrontadas.

Reflexiono desde mi lugar de trabajo, un área de género municipal del cordón industrial, que recibe por demanda o derivaciones, a las mujeres de la localidad que padecen violencia de género en sus múltiples expresiones.  Desde este espacio tan particular pude visualizar que en general se desconoce lo que sucede en los espacios públicos de estas características y qué funciones se cumplen a la hora de pensar en la garantía, protección, restitución de los derechos de las mujeres.

Hay una idea muy global y está principalmente ligada a la falla o falta de la justicia, lo cual es real, pero queda muy lejos de la totalidad de las acciones que allí se ejecutan. Esto ocurre hoy, aun cuando las banderas de lucha contra la violencia y por la igualdad están más altas que nunca.

Las presentaciones de las situaciones de violencia de género  que los medios de comunicación realizan y la opinión pública – basada en su mayor medida en lo consumido en dichos medios y en el sentido común-  respecto a cómo debería haberse actuado, abordado o acompañado a determinada mujer , en mayor medida no hacen más que victimizarla una y otra vez y dejarla sujeta de un sistema que, ya sabemos llega tarde y de forma muy acotada a darnos respuestas, colaborando a reforzar la idea reducida del abordaje recién mencionada.

En este sentido me parece imprescindible convocarlos a ampliar la mirada.

Los últimos meses y en el marco de las medidas de aislamiento por la pandemia las mujeres han llegado al área en mayor medida; el primer mes y medio recibimos la misma cantidad de situaciones que aquellas que abordamos en el transcurso de la segunda mitad del 2019.

La obligatoriedad de compartir el techo, la cama y cada momento del día durante 24 horas continuas y de forma indeterminada con los agresores, colocó a las mujeres en el medio de la escena diaria de su cotidiano, las confrontó con sus realidades; muchas de ellas vivenciaban situaciones de violencia desde hacía mucho tiempo, para otras resultó una cruda novedad; cada una lo transitó de forma diversa.

Algo novedoso – en la atención- que se produjo en este período, vino de la mano de las adolescentes que pudieron poner en palabras a sus mamás la violencia de la que estaban siendo sujetas (muchas veces de sus propios padres) y que acompañaron a las mismas a dar el paso de, en principio, cuestionarse lo que les sucedía.

Esto es muy significativo ya que da cuenta de los procesos que realizaron estas jóvenes no solo a nivel individual, sino también en lo colectivo: participación en las marchas en contra de la violencia de género, charlas en las Escuelas y en grupos barriales.

Las mujeres  abren su mundo y desnudan su intimidad, como pueden, los relatos la mayor de las veces son muy vividos y minuciosos, tanto que a una le parece estar recibiendo esos golpes en el propio cuerpo o escuchando los insultos y denigraciones como si nos susurraran al oído, otras veces en cambio, poder hablar lleva muchos encuentros. Estos relatos son historias reales que hablan de vidas concretas, las de ellas…con todo lo que ello implica, con sus miedos, las fobias adquiridas, el insomnio, los problemas de salud, la familia, los hijos, la comida, el techo, las necesidades.

Alojamos desde la empatía subjetividades que han sido arrasadas y este arrasamiento requiere ser aprehendido, trabajado, sanado y superado para convertirse en otro momento. Este proceso es el que acompañamos.

En estos espacios de trabajo hay un esfuerzo concreto de quienes recibimos y escuchamos a las mujeres de no dar por hecho que sabemos qué es lo mejor para ellas.

Suponer anula cualquier posibilidad de intervención transformadora y superadora del momento presente, en tanto anulamos a la mujer, su mirada, su palabra.

La escucha de las situaciones de violencia de género, no es comparable a otras a las que profesionalmente estamos “más acostumbrados”, es requisito primero poseer para ello perspectiva de género y tenerla es puro ejercicio y disposición a enfrentarnos a lo construido, sabido, instituido permanentemente, todos los días (lo que resulta en ocasiones abrumador y angustiante).

La suma de experiencias de abordajes e intervenciones permite que una aprenda a escucha lo que la mujer dice y lo que no, se aprende a leer el cuerpo, los gestos, las miradas y el tono de voz. La angustia y el padecimiento se ven más allá de lo que la mujer puede y logra expresar.

Esta particular lectura y escucha devela el “momento” de la mujer, verlo con claridad nos permitirá acompañarla en el proceso. Acompañar el proceso, es proponer, sugerir, mostrar y poner en conocimiento posibilidades concretas para su situación, pero nunca es hacer por ella, sin ella.

El respeto por el autoconocimiento de la vivencia de la violencia por parte de la propia mujer es fundamental para su bienestar posterior y esto no conoce de tiempos.  Tener claridad en esto nos permite comprender innumerables cuestiones, las que si somos ajenos al proceso de intervención, a la historia de la mujer y SU momento, no entenderemos, cayendo en el mero prejuicio y juzgamiento y violentándola nuevamente.

Algunas de estas cuestiones que pueden suceder: que la mujer no quiera denunciar, que luego de realizar una denuncia quizás manifieste «querer levantarla», que iniciado el proceso penal decida no proseguir, que a veces solo quiera no tocar más el tema, que solicite medidas protectorias y las incumpla, que falte repetidamente a los encuentros…

El proceso que permite a una mujer superar la violencia de género es mucho más complejo de lo que socialmente se supone y se espera.

La mayor apuesta es el fortalecimiento de la mujer; la mujer y su subjetividad. Si perdemos de vista ello, la mujer se desdibuja en trámites, medidas y su paso por el sistema judicial, los juzgados de familia y las defensorías.

Capítulo aparte seria mencionar el accionar de la justicia, escueto, pobre, tardío (con algunas buenas y pocas excepciones) del cual todos exigimos revisión urgente, porque no hay más violento para una mujer que atraviesa estas situaciones que ser violentada, expuesta, revictimizada, por las instancias que deben trabajar para el cumplimiento efectivo de su derecho de acceso a la justicia.

La violencia de género como campo de intervención requiere de una presentación harto extensa pero en esta oportunidad quería detenerme en el proceso de escucha y acompañamiento de la mujer que la padece y vivencia y en todo lo que implica, porque es clave para ella y su proyecto de vida a futuro. Es el primer momento del abordaje, luego viene todo lo demás.

Tener presente esto a la hora de intervenir nos dispondrá al acompañamiento de la situación de una mejor manera, aprenderemos con las mujeres, junto con ellas y en ocasiones evitaremos angustias y frustraciones profesionales cuando lo que esperamos para el porvenir de las mujeres no se da, no resulta o queda trunco.

Juntas acompañémonos desde la empatía, nuestro tiempo es ahora.

 

 

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