El último martes, bajo un clima tórrido que amenazaba por momentos con un cielo encapotado y a punto de romperse, se filmó el corto final de los trece que integran la serie grabada bajo la consigna de lo que se llamó Maratón Audiovisual y de la que participó una buena cantidad de gente vinculada al quehacer audiovisual y artístico rosarino en una cruzada solidaria y generosa dando vida a relatos de gran diversidad temática.
Todo ocurrió en un set o estudio del departamento de producción audiovisual de la facultad de Ciencias Políticas; allí dos entusiastas escenógrafos armaron lo que haría las veces de livings, oficinas, comedores, cocinas, patios y todos aquellos espacios que los guiones de las historias requirieran como locaciones; mucha madera y mucho empeño hicieron que los directores de arte se dieran manija para ultimar detalles de todo tipo, no fuera a ser que la falta de un objeto preciso quitara verosimilitud a las mutaciones del espacio.
De este modo, los cortometrajes de ficción de doce minutos cada uno se fueron grabando tal y como indicaba el concepto de Maratón, es decir con un ritmo vertiginoso de seis horas, a razón de dos por día, por lo que los equipos de rodaje se iban aceitando con el propio sudor y cierto nerviosismo. Para alcanzar un equilibrio en la factura de cada trabajo, los grupos se fueron conformando con gente de experiencia variada, entre los “expertos” fogueados en las lides de rubros técnicos, y los principiantes, quienes pusieron todo el ardor de sus corazones jóvenes e iban y venían pidiendo pista para resolver todo aquello que podían. Al cabo de un par de días la maquinaria funcionaba y las piezas audiovisuales para televisión –que se exhibirán en enero por Canal 3– cobraban forma. Detrás de la escenografía gran cantidad de mobiliario y objetos de todo tipo y tamaño conformaban el detrás de escena y los utileros iban y venían acomodándolos según lo que los directores de arte –que también cargaron pesada utilería– necesitaban.
Los relatos fílmicos surgieron de guiones enviados a la convocatoria de la Maratón, de los que un Comité Organizador, seleccionó doce, que fueron trabajados junto a un asesor para darles la forma que el concepto fílmico ajustado a las consignas de la Maratón proponía; una vez alcanzados tales objetivos, los miembros que integraban los diferentes equipos ponían manos a la obra con reuniones e intentado cubrir todos los aspectos imprescindibles para que luego ese guión pudiera plasmarse en el tiempo “maratónico” de rodaje.
Directores, productores, directores de fotografía, directores de arte, sonidistas aprontaron ganas y experiencia para un trabajo que para la gran mayoría representaba un desafío: rodar en muy poco tiempo un cortometraje que tenga garantizada una calidad importante de producción e imagen. Esa había sido la premisa de la convocatoria lanzada por el Centro de Producción de la Facultad de Ciencia Política, sobre todo por su vicedecano Héctor Molina, y estaba en función de los objetivos que perseguía el emprendimiento: promover proyectos audiovisuales de calidad en el marco de la nueva ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y poner en consideración pública la posibilidad de que Rosario se convierta en un polo de producción audiovisual de peso de cara al futuro.
Esto también quedó claro para todas aquellas entidades que prestarían su colaboración solidaria y que se abocaron a poner todo lo que estuviese a su alcance para lograr el cometido y para que un hecho francamente inédito en la ciudad se pusiera de manifiesto. Esas instituciones fueron la Dirección de Comunicación Multimedial de la UNR; la Escuela Provincial de Cine y Televisión; el Centro Audiovisual Rosario (CAR); la carrera de licenciatura en Producción y Realización Audiovisual de la U.A.I. (Universidad Abierta Interamericana); el Sindicato Argentino de Televisión, el Sindicato de Prensa de Rosario y la Asociación Argentina de Actores.
Ya lanzado el desafío entonces, una suerte de frenesí por “llegar bien y a tiempo” se adueñó del set y, aun con las dificultades de imponderables varios, es decir inconvenientes técnicos –la refrigeración central dejó de funcionar en víspera de fin de semana y feriado, por lo que no pocos afectados al proyecto llegaban cargando desde sus casas ventiladores de todo tipo–; comprensibles “obsesiones” para mejorar las escenas; la puerta única del set que se abría o cerraba una vez declamada la “acción” de alguna escena; ruidosas y entretenidas conversaciones exteriores que atravesaban las tomas de sonido… arruinándolas; inquietos directores de arte con un “pará, pará” a flor de labios corriendo presurosos a corregir un detalle de la escenografía que tal vez sólo ellos advertían.
Inconvenientes todos que de algún modo marcaban el compás de un colectivo humano en movimiento y en una tarea común donde todos y cada uno medían sus potencialidades anunciándose y anunciando –tal el origen griego de maratón, un mensajero corriendo 42 kilómetros para dar la buena nueva la pueblo de una batalla ganada–, a quien quiera escucharlo, que Rosario cuenta con un óptimo nivel profesional y de estructura para la producción audiovisual. Los maratonistas lo demostraron, el set vibrará durante mucho tiempo con la resonancia del hecho consumado y los canales televisivos rosarinos pondrán los films a consideración de los espectadores. Una buena nueva.