En Rosario habitan alrededor de 1.400.000 personas, y los efluentes cloacales de todas ellas terminan, sin ningún tratamiento de depuración, en el río Paraná. Eso es lo que pusieron en cuestión activistas ambientales que este martes se encadenaron a la planta potabilizadora de la estatal Aguas Santafesinas en Arroyito. Reclamaron precisiones sobre los proyectos de saneamiento de los líquidos domiciliarios que se mencionan desde hace varios años pero nunca se materializan. Desde la empresa admitieron que los paradigmas de la prestación del servicio han cambiado en dirección a consideraciones ecológicas, pero aclararon que el agua potable de red en la ciudad es segura.
De acuerdo a los ambientalistas, que se apostaron en la planta de Esteban Echeverría entre Juan José Paso y French, a la altura de bulevar Avellaneda al 600 bis, se vierten por día 345 millones de litros de líquidos cloacales al Paraná y ello afecta, además de al río, la calidad del agua potable de red. Señalaron que desde hace más de 20 años se esgrime la necesidad de un tratamiento de esos residuos para que no saturen la capacidad de degradación del propio curso de agua. Y pidieron explicaciones sobre la falta de concreción de un proyecto en ese sentido.
Quien respondió desde Assa fue el gerente de Relaciones Institucionales, Guillermo Lanfranco. Explicó que las descargas de efluentes cloacales están ubicadas aguas abajo de las tomas para potabilización. Las primeras en zona sur y las otras desde Arroyito al norte (una en Granadero Baigorria, sobre el límite con Rosario). Y que así es imposible que se produzca una afectación del suministro de red.
Salvo en el casco céntrico de la ciudad, donde hay cañerías combinadas de desagües pluviales y cloacales, en el resto de la ciudad se fueron instalando por separado, para permitir descargas independientes en el río. Sin embargo, las conexiones clandestinas de cloacas a los conductos pluviales obligaron hace unos años a interceptar los caños que llegaban hasta el Paraná a la altura del balneario La Florida e instalar una bomba elevadora (al lado de la entrada de la playa paga) para contrarrestar la contaminación de las playas.
Lanfranco insistió en que “hace 130 años” que los rosarinos consumen agua de red confiable por la disposición de los vertederos al sur y las tomas al norte. Sin embargo, admitió que los paradigmas del servicio respect a consideraciones ambientales son otros que los de principios del siglo XX, cuando se diseñaron en Rosario y todas las grandes ciudades los sistemas de servicios sanitarios.
El directivo señaló que hay tres proyectos en carpeta sobre una planta de tratamiento de líquidos cloacales. Una en la zona sur, otra en en el centro y una tercera en la ciudad de San Lorenzo, aunque en este caso es difícil que pueda incluir los residuos rosarinos. Lanfranco agregó que en todos los casos hay que cerrar los detalles técnicos –hay distintas tecnologías– y conseguir financiamiento, además de tener certezas sobre la disposición de los terrenos donde funcionarían.
“Esta es una acción pacífica, nos manifestamos porque la situación con el agua es insostenible, no sólo están terminando con la vida del planeta en medio de una catástrofe climática y ecológica, sino que están atentando directamente con la salud de la población”, señalaron los activistas este martes.
Reclamaron que Assa “diga la verdad” y comience con las obras que se anuncian desde hace dos décadas. “Para que no sigamos tomando agua con mierda”, graficó Tania, una de las convocadas en la planta de Arroyito.
Hace 12 años, El Ciudadano publicó uno de los proyectos que entonces parecía cercano a la concreción, pero como otros antes y después, quedaron en la nada.
El Paraná, que por segundo transporta en promedio 16.600 metros cúbicos de agua –o lo que es lo mismo, 16,6 millones de litros–, es el séptimo río más caudaloso del planeta. La gran masa de microfauna y microflora que lo habita le suma una segunda condición para dotarlo –hasta ahora– de una alta capacidad para autodepurarse y acotar la contaminación a niveles aceptables, pese a la enorme cantidad de deshechos químicos y orgánicos que el hombre le vuelca a lo largo y ancho de su cuenca.
La situación no habilita a encender tempranas alarmas, pero ofrece muestras concretas de que la calidad de vida de los rosarinos y la fauna ictícola de la región comienzan a ser acechadas.
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