Ricardo Sánchez Peña
La industria espacial argentina cuenta con una historia y una tradición que para la gran mayoría es desconocida. La carrera espacial nacional cubre un período de 60 años. Todo comenzó en 1960 con la creación de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) y el Instituto de Investigaciones Aeronáuticas y Espaciales (IIAE), a partir de allí se logró formar personal especializado y sentar las bases de este importante avance que fue incrementándose en distintas instituciones de investigación, universidades nacionales, así como empresas privadas.
Entre las primeras incursiones, la Argentina, realizó vuelos suborbitales con un ratón (Belisario) en 1967 y con un mono (Juan) en 1969, que fueron recuperados en paracaídas y resultó todo un suceso que además del hallazgo que significaron las pruebas, causó algarabía en la población de entonces. Se lanzaron también cohetes de sondeo desde la Antártida Argentina y se realizaron colaboraciones con la CNES, lanzamientos con el Instituto Max Planck de Alemania Federal y con la NASA desde la base de Wallops Island.
Diversos proyectos relacionados con el uso pacífico del espacio
Entre 1979 y 1984 la CNIE desarrolló diversos proyectos relacionados con el uso pacífico del espacio: lanzamiento de globos de observación, lucha antigranizo en la zona cuyana mediante cohetes que colisionaban con las nubes, teleobservación e interpretación de imágenes satelitales, incluso un proyecto de desarrollo de energía solar, entre otros. La CNIE tenía una nutrida cooperación internacional con varios países, entre ellos, Alemania, Francia, los Estados Unidos y Brasil.
A mediados de 1980 se creó la maestría en Tecnología Aeroespacial, que formó a gran parte de los ingenieros que luego desarrollaron, a partir de la década del 90, la actividad espacial en la Argentina. Adicionalmente, este personal contribuyó a la formación del personal de Invap en temas espaciales, que sería la contratista principal y encargada de la construcción de satélites dentro del plan nacional.
El primer satélite argentino de observación de la tierra
En 1991, la CNIE pasó a depender de Presidencia de la Nación, que llevó adelante el plan satelital argentino de estos últimos 30 años, comenzando con el SAC-B, lanzado en 1996. Fue un satélite de 190kg que sirvió para formar un equipo de profesionales de la Conae y de Invap que adquirieron la capacidad de diseñar, analizar y construir satélites nacionales. Lamentablemente, el cohete Pegasus XL no pudo desprender el satélite de su tercera etapa.
El SAC-A fue un satélite de 68 kilogramos donde se probaron diversos sistemas, entre ellos un GPS diferencial, con el cual se podía obtener la ubicación y la orientación de un cuerpo en el espacio. El SAC-C (2000), ya de casi media tonelada, fue el primero de observación de la Tierra y superó ampliamente su vida útil prevista, al permanecer en órbita durante 13 años. Sus imágenes de la Argentina fueron utilizadas por muchos proyectos nacionales y a pedido de la Nasa formó parte de la Constelación Matutina de satélites de observación terrestre.
Una batería de desarrollos nacionales
Finalmente, el SAC-D, un satélite de 1600 kilogramos, portaba –entre otros experimentos– el Aquarius de la Nasa, que midió la salinidad del mar para entender, en mayor profundidad, el fenómeno del cambio climático. Portaba también varios experimentos tecnológicos nacionales e internacionales.
Desarrollar un cohete completo es una tarea enorme que implica mucha financiación y mucha mano de obra calificada. Una parte fundamental reside en el subsistema de navegación, guiado y control. A tal fin, se desarrollaron en el país acelerómetros con el IUA (Córdoba), giróscopos de fibra óptica con el CIOP (UNLP-Conicet) y un GPS de uso espacial con el LEICI (UNLP). Estos desarrollos nacionales fueron probados en vuelo como cargas tecnológicas en la misión satelital SAC-D.
Satélites científicos: tecnología de punta argentina
A comienzos del nuevo milenio, desarrollamos como país un proyecto pico-satélite MSU-1. Este pesaba poco más de 1 kilogramo y debía ser puesto en órbita con el formato de los CUBESat. Tenía la particularidad que su control de orientación estaba basado solo en fuerzas naturales. Este proyecto nunca se pudo concretar, pero fue un precursor de este tipo de tecnologías ya que 12 años más tarde se lanzó el primer CUBESat argentino: el Capitán Beto.
Más allá de algunos altibajos, queda en evidencia que la continuidad de estos últimos 30 años ha permitido que nuestro personal más capacitado haya permanecido y desarrollado tecnología de punta en el país, como la serie de satélites científicos, de observación y de comunicaciones de las series SAC, SAOCOM y Arsat.
Hoy existe un proyecto nacional que encara seriamente el desarrollo de lanzadores de satélites y que nos permitiría independizarnos de tener que pagar lanzamientos a otros países. El futuro del área espacial no tendrá límites en la medida que esta continuidad se mantenga y el país siga invirtiendo en educación, investigación y desarrollo tecnológico.