Mica entra a lo que fuera el Parque Olímpico de los Juegos Suramericanos Juveniles en Rosario y queda cautivada. “Qué belleza de lugar. Y de canchas. Quiero jugar ya”, dice mientras se apura para ponerse las zapas y lanzar los primeros tiros con la Europaris que brilla en sus manos. Nada la detiene. Ni siquiera una reciente lesión en su rodilla. Mientras entra a la rejuvenecida cancha principal, recién pintada, con aro y tablero profesionales, no puede evitar repasar de dónde viene y adonde llegó. Una historia que habla de una chica que recorrió un largo camino, desde aquella infancia en el conurbano y como parte de una familia de clase media-baja, jugando en un club de barrio y hasta su actualidad, como figura de la Liga Nacional femenina, pasando por su experiencia en 14 equipos distintos y en decenas de canchas callejeras. Hoy, a los 27 años, después de tocar fondo con una enfermedad que durante años la tuvo en jaque, la Negra González disfruta su mejor momento y no detiene su andar. Ni sus sueños. El de seguir haciendo lo que ama y, a la vez, convertirse en una influencer reconocida que le permita vivir de su pasión porque, claro, el básquet femenino aún no da certezas…
“Comencé a jugar casi de casualidad, gracias a que mi mejor amiga de hoy me invitó al club 17 de Agosto, en Villa Pueyrredón, donde siempre faltaban nenas. Mi hermano ya jugaba al básquet y yo tenía 9 años… Me gustó, sí, pero al principio era muy mala, sólo tenía mucha actitud. Recién con el correr de los años hice el click y sentí que esto podía ser una pasión para siempre”, cuenta la escolta de 1m64. A los 15 años dejó el club de barrio para ir a Vélez. Luego pasó por Centro Galicia, donde debutó en Mayores, incluso a nivel nacional. Luego estuvo en Italia, después volvió al país para jugar primero en Vélez y luego en Vecinal de Munro. La marcó mucho su etapa posterior en los Indios de Moreno (tres temporadas) y hasta pasó por Santiago del Estero y Neuquén.
Una verdadera trotamundos que se describe como una persona que ama las experiencias. “Tengo mucha facilidad para adaptarme a los equipos y soy cero conflictiva. Me gusta sobresalir dentro de los equipos, no voy a decir que no, pero siempre desde la humildad. Pasé por tantos clubes (14) seguramente porque me gusta arrancar de cero, que no me conozcan y luego me descubran. Me sientan bien esos desafíos, el rehacerme constantemente dentro de un grupo”, explica.
La rodilla le molesta, pero su pasión es más fuerte. Y cuando entra en calor, es imparable. Tira una y otra vez. “No conozco canchas así en el país. Muy pro en todo, en un parque hermoso y dentro de una zona céntrica de Rosario… Y, lo más importante, que es pública. Se pasaron al montar algo así y el poder mantenerlo hermoso durante dos años”, reconoce mientras disfruta de su lugar en el mundo, una cancha callejera.
Porque Mica es mucho más que una jugadora profesional. Su esencia es la calle, el improvisar, el compartir, el competir contra el que se ponga enfrente. “El street lo descubrí también con mi amiga. Y me cautivó. Hoy sigo yendo a distintas canchitas, siempre que puedo. No lo cambió por nada. El gustito del street no te lo da nada más. Te rozás con hombres, algunos toscos, duros, unos juegan bien y otros no tanto. Jugás con el que te toca y no podés menospreciar a nadie. Además, no es solo el jugar, el compartir momentos distintos. Se aprende mucho, también. Los códigos y valores de la calle. En el club te enseñan, en la calle aprendés”, relata mientras cuenta anécdotas de esa pasión desbordante. “He ido a jugar horas, de mañana y tarde, y luego a la noche a un partido oficial. Muchos técnicos y dirigentes, incluso familiares, me han dicho que no vaya, por las lesiones, pero con el tiempo me fueron aceptando como soy. Y yo, claro, también me he adaptado, yendo un poco menos”, agrega, entre risas.
Las diferencias del 3×3 callejero, comparado con el 5×5 profesional, son muchas, aunque Mica se adapta. “En el street no se piensa tanto, reaccionás y creas. Me sirve para probar cosas nuevas. En el 5×5 te conocen todos, tus tendencias, en la calle ponés en práctica cosas no tan convencionales. Fluís más”, compara y pone algunos ejemplos de situaciones. “A veces lanzo un triple a la carrera, uno contra tres, y me retan. Yo entiendo. Y me he ido adaptando. Pero también esa esencia te ayuda en momentos y, por suerte, algunas me acompañan en esa locura”, completa mientras se le escapa otra risa a medida que se cambia de camiseta para la foto.
Mica deja la de Ferro que le dio el título nacional a fin de año y ahora la tiene como puntera absoluta del misma Liga Femenina ( con marca de 18-1), y se pone la de los Bucks de la NBA, ahora que ella es la imagen de NBA Latam en redes sociales, para hacer distintos tutoriales. “Son dos facetas de la misma persona, por un lado la jugadora y por otro lado, si querés, la influencer, un costado necesario si quiero seguir haciendo lo que amo, porque con el básquet sólo, por cómo está el Femenino en el país, es muy difícil. Pero los llevo bien, a ambos”, comenta.
Su actualidad es de puro goce, pese a su reciente lesión de rodilla. Está en el mejor equipo del país, disfrutando de un club tan hermoso como tradicional (Ferro) y jugando en la Catedral del básquet. “Entrar al Etchart ya es especial. Se respira otra cosa… Y está (León) Najnudel mirándote desde un costado. Es fuerte, no sé si todas toman conciencia de eso. El club es una locura, ya lo adopté como mi nueva casa, el entrenador Carlitos de Negri me da la oportunidad de ser yo y el equipo fue madurando hasta ser lo que es hoy”, analiza mientras se detiene en los logros, los campeonatos con Ferro (Liga Femenina, Metropolitano y Macabeadas), el MVP del último juego y el haber estado en el Juego de las Estrellas argentino.
Pero, claro, no siempre el camino fue de rosas. “Cuando fui el último corte de la Selección U19, para ir al Mundial de Rusia, en 2015, me estalló la cabeza. Y el corazón. Me mató emocionalmente porque la desafectación fue injusta. Yo había hecho todo bien, adaptándome al equipo. Ni así alcanzó… Ahí me di cuenta que yo no era una jugadora normal, ni el estereotipo buscado. Y me costó…. Dejé de funcionar. Empecé a comer poco o demasiado. Y, al principio, no lo vi como una enfermedad. Me liberaba, me hacía bien. Comía y expulsaba. La bulimia y la anorexia me llevaron al límite. Pasaba de pesar 49 a 70. Pero nunca dejé de entrenar y jugar. Pero, cuando volví de Italia, con 70 kilos, mi familia se asustó. Yo nunca abrí la boca y empezaron a hacerme estudios de todo tipo. Tuve desmayos, síncopes, derrames en los ojos, arritmias cardíacas. Pensaban que era por mucha actividad física, hasta que se dieron cuenta por las pistas que yo fui dejando. Me costó cuatro años pero salí. Fue clave el básquet y mi familia. Es loco, porque el básquet me hundió y, a la vez, me rescató. Y el entender, por supuesto, que mi vida iba más allá del básquet, aunque fuera mi gran pasión”, admite mientras cuenta que se sincera para dejar un mensaje y para ayudar, algo que hace cuando ve en otras lo mismo que ella misma padeció.
Cuando habla del básquet como tabla de salvación no ahorra elogios para la herramienta de transformación de su vida. “Tuve muchas etapas con la pelota. Hubo un tiempo que salía a correr con una y la gente, en la calle, me miraba como si estuviera loca. También he dormido con la pelota. Mi futuro esposo sabe que es mi segundo amor (se ríe). Tuvo, también, desamores, momentos de odio, de dolor, hasta que me volví a encontrar, para siempre”, revela.
En su resurgimiento fue importante el deporte universitario. Mientras cursaba Nutrición y Periodismo Deportivo se dio el lujo de estar en selecciones y viajar a muchos lugares, desde Brasil a China, para Sudamericanos, Panamericanos y hasta Mundiales, especialmente con la UNLAM. Fueron ocho años de experiencias top hasta que se le pasó la edad, el año pasado. “Lo que no hice con selecciones menores, me lo dio el básquet universitario. Fue mi motorcito para entender que podía jugar a otro nivel. Me dio la confianza y oportunidades que en seleccionados o clubes no tuve”, dice quien en 2022 llegó a ganar el Olimpia de Plata al deporte universitario.
Hoy sus sueños no se detienen. “La Selección sigue ahí, como un objetivo. Yo aposté a quedarme en el país, en nuestra competencia, para potenciarla y crecer desde este lugar. Ya demostré que puedo jugar y adaptarme. Algún día llegará, como nuestro básquet femenino llegará a un Juego Olímpico. Es cuestión de tiempo”. Lo dice Mica mientras disfruta del Parque Olímpico. Justo en un año olímpico. Y, siempre, fiel a su esencia.