La neuróloga e investigadora Silvia Kochen, coordinadora de la empresa científica Cannabis Conicet, y además documentalista, dio detalles sobre la atención de salud, el impacto de la pandemia y los sesgos de género en el ámbito científico y aseguró que «la ciencia nunca es una cosa objetiva; es una construcción social y cultural y económica».
Polifacética, hiperactiva, militante y comprometida, Silvia Sara Kochen es doctora en Medicina, especialista en Neurología, profesora de la UBA, investigadora del Conicet, referente internacional en Epilepsia, directora de la Unidad de Estudios en Neurociencia y Sistemas Complejos (ENyS) del Hospital El Cruce, cofundadora de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología; y además es madre, abuela, directora de cine y documentalista.
Nacida en el barrio de Mataderos, fue la primera de su familia en terminar el secundario e ir a la universidad. Y se anotó en dos carreras: sociología y medicina.
Finalmente se recibió de médica en La Plata, en los convulsionados años 70, entre libros, extensas guardias y una militancia que se hacía cada vez más riesgosa. Una beca le permitió viajar a París, donde se especializó en epilepsia, y regresó a la Argentina en 1984, con la vuelta de la democracia.
«Navegando a dos aguas», como ella misma lo describe, inició desde el servicio de Neurología del Hospital Ramos Mejía un modo de brindar atención médica y al mismo tiempo investigar, que hoy se llama Medicina Traslacional.
En el interín ingresó al Conicet, fue nombrada adjunta de la cátedra de Neurología en la UBA, nacieron sus dos hijos y cofundó la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología junto a Ana Franchi y Diana Maffia, en 1994.
Con la inauguración del Hospital El Cruce, en 2007, Kochen fue convocada para dirigir la ENyS, y actualmente también está a cargo de la flamante empresa científica Cannabis Conicet, desde donde impulsa la investigación, capacitación e industrialización del cannabis medicinal y el cáñamo.
En su oficina decorada con réplicas de cuadros de Van Gogh, contigua al laboratorio de Neurociencias de este hospital de referencia, uno de los más modernos del país, Kochen precisó su visión de la medicina, la atención de la salud y el quiebre que significó la pandemia (lo que reflejó en uno de sus documentales); los sesgos de género en Ciencia y sus próximos proyectos, que parecen surgidos de una cantera inagotable de ideas, energía y pasión
Sobre cómo llegó a las Neurociencias, Kochen explicó: «Promediando la carrera de medicina entré en crisis. Y descubrí la Neuropsicología, a partir de un libro que me regalaron, de (Alexander) Luria, el fundador de esta disciplina. Y empecé a trabajar con Juan Azcoaga, que fue uno de los neuropsicólogos pioneros en la Argentina. Lo habían echado de la universidad en 1966 y por entonces ya estábamos nuevamente en dictadura. Él me sugirió que hiciera una residencia en Neurología y la hice en el Hospital Castex, de San Martín. Yo tenía 23 años y con mis compañeros, la mayoría jóvenes, teníamos historias de militancia oculta, pero ahí nos sentíamos a salvo. A fines del 79 hicimos una manifestación porque querían cerrar camas, y el director del hospital, que era un almirante, nos echó a mí y a otro compañero. Ahí busqué irme del país. Me gané una beca y me fui a Paris, que era mi sueño dorado, como el de muchos de mi generación, durante dos años y medio. Ahí cambió mi eje de la neuropsicología (que nunca abandoné) para dedicarme a Epilepsia. Tenía ofertas para quedarme, pero en la Argentina volvía la democracia y quise volver.
Al llegar empecé a trabajar en el hospital Ramos Mejía, nació mi primer hijo y entré al Conicet, de la mano de Azcoaga. Y así empecé con mi doble tarea como médica asistencial e investigadora. Algo que en ese momento era raro y sigue siéndolo en alguna medida.
El Conicet sigue siendo una estructura elitista y jerárquica, de la que formo parte también, donde médicos y médicas no somos bien vistos. Recién ahora eso está empezando a cambiar».
Acerca de cómo llegaste a ser referente en Cannabis Medicinal, la investigadora apunta: «A fines de 2014, vino a verme al hospital un grupo de madres que habían visto que el aceite de cannabis era efectivo en epilepsia refractaria. Yo había leído algo, pero no estaba en tema. Les pedí que me dieran el verano, y les prometí que iba a estudiarlo, y eso hice. Me metí de lleno, y me pareció interesantísimo todo lo que iba leyendo. Así que a comienzos de 2015 hicimos el primer ensayo clínico observacional. Y mi nombre en ese trabajo arrastró a otros neurólogos. Empezamos a ver resultados increíblemente buenos. Tenías que ser muy necio para negarlos.
Ahí me involucré y armé la red (Racme) de Cannabis Medicinal. Es muy horizontal, como lo es el movimiento de mujeres: participan profesionales de la salud, mamás que cultivan, ONGs, profesionales de otras áreas e investigadores del Conicet.
Y hoy estoy a cargo de Cannabis Conicet, desde el Hospital El Cruce. Es una utopía trabajar acá. No sólo porque es un edificio hermoso sino que tiene un modelo de atención y de gestión de excelencia, donde además hacemos investigación de vanguardia en neurociencias».
Ser mujer puede hacer más costoso hacer una carrera. «A las mujeres siempre nos cuesta más. Es como que tenemos que demostrar mucho más que estamos a la altura. Me pasó cuando evaluaban mi CV. El machismo atravesó toda mi carrera. En la residencia, las mujeres éramos minoría. Yo usaba un guardapolvo 10 talles más grandes. Era una manera de invisibilizarme, para no sufrir acoso.
Y cuando concursé para ser adjunta de Neurología en la facultad de medicina, me tuve que bancar que un jurado de hombres mayores me pregunte si era casada y si tenía hijos, cosa que no le preguntaron a ninguno de los otros concursantes varones. No dije nada porque quería ganar ese concurso, pero aún hoy lo vivo como una humillación. Cuando me acuerdo me enojo», señala la neuróloga.
¿Cómo impactan entonces estos sesgos en la forma de hacer ciencia? Kochen dice: «La ciencia nunca es una cosa objetiva, es una construcción social y cultural y económica. En neurociencia se habla de neurosexismo. Se utilizan todos los prejuicios que hay contra las mujeres para, con un lenguaje científico, mostrar una supuesta inferioridad del género femenino. Es un fraude científico que justifica las barbaridades ideológicas que sostiene un grupo de la sociedad.
Para desmitificar un poco todo esto, organizamos desde hace varios años las jornadas Cerebro Y Mujer».
Y sobre cómo la pandemia cambió la forma de hacer ciencia y medicina, la médica grafica: «En ese momento el vínculo médico paciente cambió. Los trabajadores de salud (y no solo los médicos) eran el nexo entre pacientes y sus familiares. También quedó expuesta la vulnerabilidad del propio personal de la salud.
En el caso de la ciencia, un grupo de científicos/as salieron del laboratorio y de su línea de investigación, se pusieron a trabajar para resolver el tema del covid. Fue algo maravilloso que pasó acá y en el mundo».
*Red Argentina de Periodismo Científico