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La ciudad de las postales vacías

Por Alexis Louhau. Los lugares de mayor concurrencia de gente durante los fines de semana mostraron un clima desértico por el encuentro que protagonizaron Central y Newell's, ideal para aquellos quienes buscaban algo de serenidad.

Desolación. Pocas veces al año puede hacerse un recorrido a pie por las calles rosarinas oyendo, a lo largo de todo el trayecto, el viento pasando entre los árboles. Iconos de la ciudad como peatonal Córdoba, el Parque España o el Monumento lucieron su versión más calma y sólo recibieron la cálida visita de aquellos que buscaban algo de tranquilidad. Es que el clásico entre Central y Newell’s tiene múltiples facetas distintivas.

El centro fue total armonía. La ambientación estuvo a cargo de las radios lejanas de los vecinos y los casi imperceptibles cánticos de los simpatizantes que vibraban con el partido más importante del año. Ojo, hay que ser realistas. Obviamente estuvieron presentes aquellas madres que celebraban su día circulando con la bocina trabada (no dejaba de sonar en ningún momento), con una expresión como extraída de filmes de Tarantino y cantando alguna canción de su club. La enfermedad por el fútbol no discrimina por sexo. Pero, en líneas generales, la calma reinaba en Rosario. Aquellos con buen oído podían incluso escuchar las bolsas que cuelgan de las ventanas de las casas para ahuyentar a las palomas siendo azotadas con fiereza por la brisa.

Apenas llegaron los goles, los que no tenían la posibilidad de seguir en vivo el cotejo, en su mayoría por contar, paradójicamente, con teléfonos celulares súper modernos sin radio en la era de las comunicaciones, levantaban la mirada en busca de un bar que transmitiera el partido. Sabían que éste sería el tema de la semana.

Los más pequeños, ávidas mentes que aún no fueron contaminadas por lo maravilloso de este deporte, fueron los que más anduvieron en las plazas, avenidas y bulevares. Sus padres, algo rezagados, disfrutaban de uno de esos días de temperatura ideal para un domingo. Una jornada perfecta para los turistas, que pudieron tomarse todo el tiempo del mundo, y hasta pararse en el medio de una calle, para tomar fotos de lo desértico, lo puro, lo que consideraban bello. Era uno de esos momentos en los que puede encontrarse algo poético en un hombre de avanzada edad fumando un cigarrillo en la puerta de su casa.

Algunos optaron por un plan más apacible: se sentaban en los bancos públicos a tomar alguna bebida -mate por excelencia-, mientras oían la voz del comentarista salir desde la puerta entreabierta del auto. Los minutos pasaban y ahí se quedaban, absortos, con la mirada clavada en el suelo como si ello les permitiera transportarse hacia Arroyito para acompañar a su equipo.

El clima del derby rosarino es algo único. No es de extrañar que gente de otros países tenga que viajar y presenciar en carne propia este fenomenal acontecimiento para poder comprender lo que significa. Casi dos millones de personas desaparecen un instante y luego salen a celebrar la victoria de su equipo con sus amigos, familia y hasta desconocidos. Cuando juegan Central y Newell’s, Rosario deja de ser la metrópolis en constante crecimiento, que en horas pico se satura de gente, autos y ruido, para convertirse en un fiel retrato de la mejor cara de la tranquilidad, en la ciudad de las postales vacías.

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