Justo cuando las ciudades vuelven a ser centro de las miradas, es que se muestran más opacas para quienes pretenden descifrar su presente y planificar su futuro. Y no es que sean un caos sin más: es que “ya no sirven” los modelos clásicos para explicarlas y, menos, para gobernarlas, sostiene Francisco Jarauta. Español, filósofo, propone poner a descansar viejos paradigmas y teorías que ya sólo permiten ver desorden para acercarse a estos grandes centros urbanos como lo que siempre fueron y, hoy, son aún más: un “laboratorio”, el espacio donde se ensayan las identidades, los reconocimientos sociales, la convivencia –problemática– de diversidades culturales, económicas, de estrategias de vida de comunidades, grupos o individuos y de urbanismos múltiples. Es necesario regresar a ese material en bruto, continúa el catedrático de la Universidad de Murcia, para a partir del mismo, sin preconceptos, volver a construir herramientas de análisis que transparenten el paisaje en vez de velarlo. Y esto es deber urgente tanto de funcionarios como de investigadores porque, plantea, “la ciudad ha pasado a ser el espacio más real políticamente hablando”.
Que las ciudades se desarrollaron en toda época por rumbos en parte caóticos no es novedad. Lo inédito es que la explosión demográfica de las últimas décadas, además de sumarles habitantes y hectáreas, les abrió una caja de Pandora de conflictos y complejidades que a esta altura no admiten ser tratados como más de lo mismo: exigen un incómodo salto de escala. Porque con sus transformaciones, las urbes actuales hicieron estallar los paradigmas con los cuales se proponía –con aceptable eficacia hasta ahora– pensarlas, reencausar sus derroteros, contener sus heterogeneidades y conflictos y, en suma, gobernarlas. Jarauta aguijonea este escenario para plantear que “hay experiencias, pero ya no hay teorías que nos digan qué hay que hacer” con estos centros urbanos contemporáneos. Rosario bien puede ser hoy un ejemplo de esta encrucijada, y fue aquí donde este catedrático de filosofía recreó, entonces, su doble metáfora de la ciudad como laboratorio: porque a falta de faros confiables, toda explicación de la misma debe construirse casi en bruto a partir de la propia y radical base de las experiencias urbanas en lugar de pedirle nuevas respuestas a los viejos modelos. Y lo anterior es tanto más perentorio, advirtió, porque en tiempos de discursos políticos desterritorializados –desde los globalizadores hasta los que remiten a desdibujadas nacionalidades– la ciudad vuelve a ser, después de siglos, el terreno más firme de referencia –social antes que arquitectónico– en el que se moldea la ciudadanía, en el cual se construye el reconocimiento que permite hablar de una comunidad y donde se despliega, o se amenaza, el ejercicio de la democracia.
“Es algo real que existe un desfase entre la realidad y todo lo que ha sido la elaboración de teorías, de programas, de planificaciones, de los urbanismos desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del XX, que son absolutamente insuficientes para abordar la complejidad de la ciudad contemporánea. Esto hace necesario volver a plantear un tipo de observación, de análisis, y fijar la escala de una nueva complejidad urbana”, introduce Jarauta.
¿Por qué ocurrió esto? “Un hecho históricamente crucial, a lo largo del siglo XX, es que la población del planeta se multiplicó por 3,4. En 1900, el planeta tenía 1.300 millones de habitantes y hoy, a principios del siglo XXI, somos 7.350 millones. Esta aceleración demográfica no había ocurrido nunca en la historia de la humanidad, y sus consecuencias son imprevisibles”, recuerda Jarauta. Y completa: “El 67 por ciento vive en zonas urbanas o metaurbanas”. No es un escenario de cambios cuantitativos, avisa, sino que de él emerge “un nuevo fenómeno social que es la ciudad contemporánea” cuyas “complejidades serán todavía mayores”.
Complejidad activa
Con sus 70 años a cuestas, sus estudios sobre historia del arte y una amplia gama de intereses bajo la lupa, Jarauta insiste: “La ciudad es un homologador que integra comunidades diferentes, lenguas diversas, tiene una complejidad activa y conflictiva que es necesario pensar si tienes la responsabilidad de la gobernanza de ese territorio”.
Los discursos recurrentes a la globalización, los anteriores que fundaban en los Estados nacionales el núcleo de su interpretación, se alejaron tanto “del barrio” que ya lo perdieron de vista, puede ser una traducción de lo que el filósofo español diagnostica. Y hoy, contra esa miopía, “la ciudad ha pasado a ser el espacio más real políticamente hablando. Allí es donde se hace la experiencia de la democracia, de la comunicación, del amor, del conocimiento y de la edad. Es el único territorio fuerte de referencia, el lugar donde tomas un café, conversas, dices buen día, donde se produce el reconocimiento, donde se da la experiencia humana, la dimensión simbólica de lo que no podemos expresar. Es un verdadero laboratorio en esos términos”.
Un laboratorio que debe ser, también, ensayo de encuentros. “Hay una convergencia del conjunto de las ciencias sociales. Sobre la ciudad habla el sociólogo, el antropólogo, el geógrafo, el economista, el urbanista de nuevo cuño, etcétera, y el filósofo”, apunta para enfatizar la urgencia de conjugar esas miradas. Y ofrece un ejemplo sobre la pertinencia del llamado: “Si uno entra en una búsqueda de Google, ningún concepto como el de ciudad, town o city recibe tanta atención desde el campo de las ciencias sociales. Es el más visitado, más trabajado, analizado, en el que las preocupaciones políticas, sociales, culturales, económicas, se concentran”.
Se concentran y desorientan si las ópticas son las tradicionales, agrega, y a Rosario le cabe el sayo de tales complejidades: “Los conflictos sociales también se han modificado, porque una cosa es vivir en una sociedad tradicional, de referencias claras, de reconocimientos fáciles, de administración sencilla, y otra entrar en una dimensión de escalas diversas, que hay que administrar de una forma diferente. Es un tema que afecta a las políticas de la ciudad. Hay experiencias, pero no hay teorías que nos digan que hay que hacer así o de otra manera. Por eso lo de laboratorio”.
De El Greco a Podemos
Francisco Jarauta estuvo en Rosario el mes pasado invitado por el Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad Nacional de Rosario. En la sede de gobierno de la casa de estudios dictó la conferencia denominada “El laboratorio de la ciudad”.
Además, auspiciado por el Centro Cultural Parque España, habló sobre “El Greco y la pintura moderna” en la Bolsa de Comercio de Rosario. Es que el filósofo español conjuga una diversa gama de intereses sobre los que indaga de manera profunda. Y no escapa a ellos el de la política: es uno de los impulsores del círculo de Podemos en la Universidad de Murcia, y entusiasta de las potencialidades de ese espacio político que puso en alerta, en la península ibérica, al sistema tradicional de partidos. Y que demostró, hasta ahora, voluntad y lucidez para transformar la protesta pública en la construcción de una herramienta de gobernabilidad bajo otras lógicas políticas.