Como un soplo necesario, no sin simbolismo pero muy documentado y fundamentado desde un hondo análisis y una prosa envidiable, Juan Álvarez irrumpió como un ordenador coherente de hechos y situaciones del ayer de la ciudad. Con la publicación del libro Historia de Rosario, un inédito estudio sistemático de los orígenes y la evolución de la ciudad con un enfoque social, económico, urbano, cultural y político, al supuesto origen fundacional del mito de Francisco de Godoy y los calchaquíes contrapuso la hipótesis de una Rosario que se hizo a sí misma, sin ayuda de nadie.
ESCRIBE: Joaquín D. Castellanos
HISTORIADOR INVITADO: Mario Glück, investigador UNR
ILUSTRACIÓN: Facundo Vitiello
Juan Álvarez mira desde la solapa de un libro. Mira a una cámara fotográfica pero a la vez ve más allá de ese momento, observa o intenta ver el futuro. Acaso por trabajar con el tiempo como materia, habituado a desandar e interpretar el ayer para poder explicarlo, Juan Álvarez parece estar mirando desde sus días directo a los ojos de los rosarinos de la posteridad, con los suyos cansinos, compuesto y elegante, con su bigotito recortado de cambio de época y ese aire refinado de intelectual que contempla y está pensando.
Hasta él, la historia de Rosario era una. Después de Juan Álvarez –intelectual, juez, ensayista e historiador, político, funcionario público y gestor cultural–, después de su mirada, pensar la ciudad de antes, incluso la de sus orígenes, empezará a ser otra: una distinta en cuanto a la manera de abordarla y contarla; una que además, con justicia, lo inmortalizará como el Padre de la Historia rosarina, consagrado a partir de Historia de Rosario (1689-1939), libro publicado en el año 1943 y desde entonces fuente casi insoslayable de consulta de varias generaciones de estudiosos e investigadores: en el interactúan la geografía, la economía y la política, en cierto modo como un hito fundacional en el ámbito, introduciendo el concepto de la ciudad como un sujeto de estudio y dando comienzo a la identidad local sin forzar referencias a lo nacional ni a ningún otro factor ajeno a la urbe.
Su tesis aborda las relaciones asimétricas entre su ciudad adoptiva, Rosario -Álvarez había nacido en Gualeguaychú, Entre Ríos, en 1878- y la ciudad de Santa Fe. El ensayo histórico de más de 500 páginas opone el dinamismo de aquélla al carácter formal de la capital provincial (debido a un pasado colonial, su clase aristocrática y las tradiciones burocráticas), y expone una idea general de que Rosario se hizo a sí misma, un concepto que todavía hoy es señalado como válida y continúa vigente en el discurso popular e intelectual.
UN LIBRO BISAGRA
Álvarez funda un modo nuevo de abordar y entender la memoria vernácula y, a su vez, profesar una criteriosa construcción de identidad.
“Quien relata sucesos históricos no está inhibido para interpretarlos y deducir enseñanzas. ¿Por qué habría de prohibirse a sí mismo aquello que está procurando lleven a cabo sus lectores? Ciertamente, hay algo de personal y subjetivo al discernir la importancia o el efecto de determinados acontecimientos; más de ahí no deriva que el narrador deba ser mero coleccionista de materiales para uso de otros. Por ello, partiendo de la hipótesis de que Rosario tuvo y tiene cierta función nacional a llenar, mi Historia ensaya poner de relieve cómo esa tarea fue facilitada o entorpecida por los hombres, o los acontecimientos; y también, cuáles pudieran ser las normas de acción más aconsejables para un futuro próximo”, señala Álvarez en un pasaje liminar que es casi una advertencia. Esas palabras prologan una obra sobresaliente en especial por la huella que dejará en la forma de relacionarse con el ayer rosarino, a través de una fluidez distinta, mérito literario ajustado a su ilustración y talla de pensador, pero también con un elemento adicional hasta entonces casi inédito: el interés por la inclusión de los avatares de la vida cotidiana y el análisis pormenorizado de aquellos antiguos acontecimientos más allá de la sola mención y la disposición de una especie de apilamiento enciclopédico.
Una palabra autorizada al respecto es la del historiador, docente e investigador rosarino Mario Glück, autor de Juan Álvarez (1878-1954). Elementos para una biografía intelectual; Juan Álvarez y la consagración hisoriográfica de un mito de orígenes para Rosario; y La nación imaginada desde una ciudad, basado en la misma figura y su rosarinismo de proyección nacional.
“Se puede decir que por lo menos ese gran libro de Álvarez, Historia Rosario, viene a acomodar un poco los tantos… Es un libro muy político que habla mucho de economía pero está escrito con nostalgia de una ciudad que él ve caer. La ciudad, desde que se proclamó como ciudad, creció a partir del puerto. Estamos en la década del 1930: cuando él escribe, el puerto cae muchísimo y no es el único que está preocupado por eso, porque se va a conformar toda una identidad alrededor del puerto, sobre una identidad comercial, la cosa fenicia. Y él dice esto se está terminando entonces hace la historia de la ciudad a partir de ahí, y es una manera bastante particular para la época porque normalmente las historias de pueblo o de ciudades hablaban sólo o básicamente de quienes habían sido los prohombres del lugar. Historia de Rosario, en definitiva, hace un ordenamiento de la historia de la ciudad y sigue una consigna que que es una forma de crear, si se quiere, un mito fundacional que es Rosario como hija de su propio esfuerzo”.
HECHOS A SÍ MISMOS
Sin perder de vista su formación y oficio de jurisconsulto y que además era un intelectual casi sin par en su tiempo en la ciudad, con la premisa de la autosuficiencia de Rosario a lo largo de la historia, Juan Álvarez va transformando a lo largo de su obra el postulado de una hipótesis en un magistral alegato de solvencia extrema casi irrefutable. Parte de su éxito en el planeo es un espejo tácito que encuentra en una población emprendedora y liberal, esencialmente encarnada en los que él llama pioneers, anclados en aquel pasado remoto en cuestión, que “se dedicaban a la agricultura intensiva ya en la época colonial, a los que señala como héroes del relato épico que lucharon permanentemente a lo largo de la historia contra las limitaciones que les imponían el Estado y los caprichos de la política”, resalta la contratapa de la reedición más reciente, de 2024, de Historia de Rosario, bajo el doble sello de UNR Editora y Editorial Municipal de Rosario, en un extracto del prólogo de Mario Glück.
Y de ese reflejo puede advertirse también un nuevo destello más cercano al tiempo en el que se apoya la escritura de Historia de Rosario con cierta remembranza idealista: la figura de la elite emergente a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX caracterizada por un rasgo sumamente familiar a esta teoría: los empresario que llegaron a la ciudad como inmigrantes pobres e hicieron fortuna en Rosario, una perfecta versión vernácula del mito del self-made man estadounidense. Un relato que se repetirá en la historiografía local casi como leyenda calcada en las biografías de las figuras rosarinas más exitosas en lo comercial que empezaron sin nada, empleados como dependientes de almacén.
“También es una cosa propagandística porque muchos de ellos venían con plata, no venían tan pobres. Es que gente como los Pinasco o los Castagnino no eran muy pobres. O el caso de uno de los inmigrantes más pintorescos que tuvo la ciudad, Daniel J. Infante que incluso llegó a ser intendente, no era un hombre de gran fortuna originalmente pero vino traído por Carlos Casado –uno de los ricos más ricos de su tiempo, también español inmigrante–, fue su abogado e hizo fortuna desde ese lugar”, apunta Glück.
Más allá de eso, hay en Álvarez una evidente encarnadura enfocada en esa elite rosarina que no es la de Calixto Lassaga y Antonio F, Cafferata, los impulsores del Bicentenario de Rosario en 1925, detrás del mito del español Francisco de Godoy y sus indios amigos.
A partir de esa pléyade de hombres hechos a sí mismos, asoma una construcción de identidad deseada que es la de la construcción de los palacios rosarinos y de la imagen de la ciudad promisoria que en tiempos del libro Rosario ya no es.
Con esa necesidad, Álvarez cuenta el pasado mirando para adelante, legitimando esa especie de contramito con muchas más herramientas que Pedro Tuella al invocar a Godoy pero no muy alejado de una intención publicitaria similar.
LAS CIUDADES DE ROSARIO
Dentro de esa preocupación de Álvarez de proyectar en sus escritos una posibilidad de regreso al pasado pujante de Rosario en el que el puerto era el motor de la región, aparecen otras voces que tienen la misma sensación de nostalgia por aquel tiempo y temor por el presente: Glück menciona la impresión devastadora de Ángel Guido en su novela La ciudad del puerto petrificado y la pintoresca pero no por eso menos angustiada obra La ciudad cambió la voz, de Mateo Booz, en la que se detiene para dar un detalle significativo: “aunque sea su peor libro, trata de novelar la historia de la ciudad a partir de, como diría el historiador Oscar Videla, una especie de tipo ideal de burgués, que mezcla muchos personajes reales y es un tipo que viene inmigrante con una mano tras otra adelante, que trabaja como empleado y después se convierte en millonario”.
En otro puente entre aquella burguesía de entre siglos y el intento por restablecer signos de ese pasado alabado, tanto Álvarez como Mateo Booz mencionan el término “extramuro” como esa antiguo concepto de la ciudad más allá de los bulevares donde están los sectores populares y hay pobreza.
En paralelo, es dable decir que todo esto ocurre en un contexto económico y social singular que además encuentra a Juan Álvarez grande y con una mirada política muy alejada de sus inicios extremadamente liberales. Glück habla de tres etapas, según su biografía intelectual: no ya en el momento de su consagración en todos los ámbitos (1917-1931) si no en la culminación de su carrera judicial e intelectual y su caída como hombre público”
Al momento de la aparición de Historia de Rosario, Álvarez era Procurador General de la Nación, cargo para el que había sido designado en 1935 bajo el gobierno de Agustín P. Justo. También, en el ámbito local, había integrado anteriormente la Liga Patriótica Argentina. Aspectos cuanto menos llamativos por estar en las antípodas de los ideales que enarbolara en sus inicios como gestor cultural desde sus acciones como la de convocar mediante afiches a los obreros para acceder a la consulta gratuita de libros en la flamante Biblioteca Argentina que él había fundado.
“La evolución de sus ideas políticas, del liberalismo al conservadurismo, es un recorrido que podría darnos una aproximación a los cambios ideológicos que se produjeron entre los intelectuales que fueron testigos de la crisis del régimen oligárquico, de los gobiernos radicales, el conservadurismo y los cambios de los ‘30, y el surgimiento del peronismo”, señala Glück.
EL PASADO CONSTRUYE FUTURO
Si bien se lo puede señalar a Juan Álvarez y a su Historia de Rosario como responsables de silenciar de la memoria local el efusivo Bicentenario de 1925, hay en los albores de aquella mentada celebración un punto que lo muestra tan noble como coherente con su prédica como historiador.
Cuenta Mario Glück que Álvarez no estuvo ajeno a los hechos en tiempos en que se fraguaban argumentos y preparativos para aquella celebración de la ciudad.
“Entre 1924 y 1925, Álvarez dice algo muy interesante: en su momento consulta toda la historia y le plantean esto de la fundación de Rosario por Godoy: sabe que es algo que no existió, que no hay prueba pero les dice (a los organizadores) a ver, ¿ustedes quieren festejar algo? Pongan por decreto una fecha, no esperen que los historiadores se las den”. Una decisión política que, está claro, nada tiene que ver con lo historiográfico ni con nada más. Sólo como cierto resguardo de la figura de Álvarez hay que decir que su esencia y proceder no eran los de Lassaga quien, al decir de Glück, “se dedicó toda la vida a buscar hitos y nombres para construir una suerte de narrativa, un relato sin otra preocupación en el fondo; no hizo grandes trabajos historiográficos, ni mucho menos, ni tampoco lo pretendía. Era de esas personas que dicen siempre que fulano de tal era muy querido por los vecinos aunque sea algo absolutamente incomprobable. Él construyó, por ejemplo, la narrativa sobre el abanderado Grandoli”.
Lejos está Álvarez de necesitar ninguna defensa que no sea su propia obra y figura: basta con abrir Historia de Rosario en cualquier página y leer: “los estilos de las casas no han variado mucho, porque casi no hay arquitectos ni costumbre de utilizarlos, prefiriéndose recurrir como antaño, a constructores italianos o españoles, a quienes la Municipalidad tolera ejercer esa profesión mediante examen tan somero, que el respectivo programa constituye simple anexo del Reglamento de edificación. Verdad que los servicios de aguas corrientes y cloacas permiten modificar la disposición interior, y ahora el cuarto de bao está inmediato al dormitorio, facilitando la toma de sendas ducha diarias”.
“Desde el Pago de los Arroyos de la época virreinal, pasando por la Villa ´ilustre y fiel´ posterior a la independencia y El Rosario de Santa Fe durante la organización nacional, hasta la pujante y populosa ciudad-puerto de las primeras décadas del siglo XX, la prosa narrativa de Álvarez, indaga en los distintos períodos históricos las claves para comprender el presente”, indica Gluck.
Juan Álvarez continúa impertérrito, compuesto y elegante, con su bigotito recortado de cambio de época, atento a los conciudadanos de la posteridad, viéndolos celebrar el Tricentenario de Rosario.



