Laura Hintze.- “¡Carnaval de mi barrio! / donde todo es amor / cascabeles de risa / matizando el dolor / ¡carnaval de mi barrio! / pedacito de sol / con nostalgias de luna / y canción de farol”, dice el tango de Luis Rubinstein, de allá, por 1938, que ahora vuelve a salir de algunas bocas, tal vez por las nuevas versiones que han aparecido, tal vez porque la palabra “carnaval” empieza a tener un nuevo significado. Sucede que, después de casi 35 años, los festejos del carnaval volvieron a ser feriados. “¡Al fin legalizaron la alegría!”, se escuchó gritar hace poco en un asado. “¡Podemos festejar y al otro día no madrugar!”, celebró Daniela Gómez, directora del Tríptico de la Infancia y vocera de Los Bailes de Carnaval de la Isla de los Inventos, uno de los grandes espacios de la ciudad que desde hoy y hasta el martes se vestirá de alegría. Así, durante estos días, tanto el espacio público que abre la Municipalidad en la Isla de los Inventos, como diferentes clubes y centros culturales de todos los barrios de la ciudad, buscarán recuperar el buffet, la pista al aire libre, los disfraces, los banderines, el agua, “la guerra del todos con y contra todos”.
“Es importante que regrese el carnaval”, bregaba, ya en el año 2000, la banda Bersuit Vergarabat. Tanto se pidió, y se consiguió: el fin de semana que arranca hoy no es un fin de semana cualquiera, sino que son los primeros días, después de tantos años, que se reconoce el festejo de la alegría. Claro, nada impedía que antes se celebrara, pero la vuelta al calendario de estas fechas no deja de ser un dato menor. Tal como dijo Daniela Gómez, estas jornadas son “el festejo de lo público por excelencia”, son los días en que la ciudadanía toma lo público y elimina las jerarquías, las diferencias sociales, económicas, étnicas, etcétera. ¿Cómo no van a ser reconocidas las más plenas manifestaciones de la felicidad? Muchos recordarán entrar a la casa del vecino, a cualquier casa, y llenar baldes y globitos de agua, mojar a quien sea, correr por la calle para escapar o para atacar a alguien; y las grandes mesas en las calles del barrio, o en el club más cercano, donde todos bailaban y se divertían.
Lamentablemente, este vínculo social generado por nada más y nada menos que la diversión y la alegría era, para algunos pocos y con mucho poder, peligroso. Fue por eso, porque las personas eran, aunque sea por unos días, libres e iguales, que una de las primeras medidas de la última dictadura militar fue eliminar los feriados de carnaval del calendario nacional.
En junio de 1976 se impuso la ley 21.329, que prohibía que los días lunes y martes de carnaval sean feriados, como sucedía hasta ese entonces. Recién en noviembre de 2010 esos días fueron recuperados para nada más y nada menos que celebrar la alegría. “Estamos felices por recuperar el carnaval; hace dos años que hacemos esta fiesta, pero al otro teníamos que madrugar. Ahora recuperamos y aprovechamos este feriado: festejamos la alegría, el espacio público; recuperamos nuestro legado cultural”, celebró Gómez. Y si bien ya hace tiempo que en la Isla de los Inventos se festeja como antes, ahora es diferente, porque ahora se puede y todos podrán ir. Valga la redundancia: “¡Legalizaron la alegría!”, dijo un chico en un asado.
Sin que resulte anacrónico, es interesante destacar el análisis del lingüista ruso Mijail Bajtin (quien nació en 1895 y murió en 1975) sobre el carnaval y las fiestas populares durante la Edad Media y el Renacimiento. La descripción que él hace no es muy diferente del legado cultural que Rosario, y la Nación, pretenden recuperar. Muchos lo saben porque lo vivieron, otros, como a quien le tocó escribir esta nota, por lejanos recuerdos de la infancia o relatos de algunos familiares. Así y todo, los testimonios recogidos por la revuelta que causó está vuelta: son la expresión del deseo de que todo sea como antes, como aquellos recuerdos, y también como lo cuenta Bajtin.
El lingüista explica que “el carnaval está situado en las fronteras del arte y la vida”, siendo así que sus mismísimos espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven: ante todo, está hecho por y para el pueblo entero. “Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval; en el curso de la fiesta sólo puede vivirse de acuerdo a las leyes de la libertad”, manifiesta el teórico.
¿Qué significaría que el carnaval sea más bien una forma de la vida? Que durante estas fechas, “es la vida misma la que juega e interpreta, sin escenario, sin tablado, sin actores ni espectadores, su propio renacimiento y renovación sobre la base de mejores principios. El pueblo temporalmente entra en el mundo utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia”. Todo a diferencia de las fiestas oficiales, que contribuían a consagrar, sancionar y fortificar el régimen vigente.
El carnaval era, y ahora quiere volver a ser, el triunfo de una especie de liberación transitoria, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes: “El individuo parecía dotado de una segunda vida que le permitía establecer nuevas relaciones, verdaderamente humanas, con sus semejantes. Se elaboraban formas especiales del lenguaje, francas y sin constricciones, que abolían toda distancia entre los individuos en comunicación, liberados de las normas corrientes de la etiqueta y las reglas de conducta”.