El reclamo de una mejor educación pública en Chile traspasó el ámbito estudiantil y se apoderó de una clase media que reeditó formas de protesta social como el “cacerolazo”, en una revolución cultural que genera fuerte presión sobre el gobierno de Sebastián Piñera, estiman analistas consultados por la agencia noticiosa AFP.
En la noche del martes, por segunda vez en menos de una semana, miles de personas en todo Chile volvieron a hacer sonar cacerolas y sartenes. Convocados por los líderes estudiantiles, se reunieron en patios, balcones y plazas tal como hace más de dos décadas en oposición a la dictadura de Augusto Pinochet.
Ahora, trascurridas más de dos décadas de democracia, se reúnen para abogar por el fortalecimiento de la educación pública en un país con una economía tan próspera que ha sido considerada el milagro latinoamericano, pero con un sistema educativo segregado por las reformas neoliberales aplicadas por esa dictadura.
En Santiago la protesta callejera del martes se extendió por más de dos horas y se sintió con fuerza en poblaciones pobres de la periferia, pero también en barrios acomodados del oriente de la capital, como Ñuñoa,La Reinay Providencia.
“Se está viviendo la revolución de la clase media; personas que tienen a sus hijos en la universidad pero que están muy acosadas por las deudas y que se han comenzado a cuestionar el sentido de la vida”, dijo ala AFPel sociólogo y ex asesor presidencial Eugenio Tironi.
“Es muy parecido a Mayo del 68, donde fueron los hijos de la burguesía los que salieron a las calles”, agregó Tironi en alusión a la serie de protestas sociales que se vivieron hace más de cuarenta años en Francia, iniciadas por estudiantes y a las que se sumaron otros grupos sociales y de obreros.
“Hay un proceso de gran reestructuración, porque hay una sociedad más activa, más reflexiva, educada, que se siente con el derecho a deliberar y cuestionar muchos asuntos que antes eran tabú, como el funcionamiento del sistema educativo”, agregó el sociólogo.
La efervescencia callejera ha permeado las redes sociales. Twitter y Facebook arden en discusiones sobre el movimiento estudiantil y las nuevas formas de protesta.
En ellas hay un apoyo a los pedidos estudiantiles y un unánime repudio al vandalismo en el que han derivado las masivas protestas de estudiantes en Santiago, aunque también condenan llamados extremos a atentar contra los líderes del movimiento estudiantil, como la carismática Camila Vallejo.
El extremismo en las posturas es lo que más preocupa a las autoridades.
“Cuando veo a algunos que hacen de la intransigencia una verdadera forma de vida, cuando creen que la violencia es el camino de las soluciones, me doy cuenta de que están tremendamente equivocados”, dijo ayer el presidente Sebastián Piñera.
La popularidad de Piñera se ha desplomado a 26 por ciento, el menor valor para un mandatario desde el retorno a la democracia en 1990, arrastrado por el conflicto estudiantil que hoy lo tiene en un callejón sin salida.
Ayer, por segunda vez en dos semanas y como prueba del nuevo clima social que vive Chile, se registró una nueva protesta espontánea de usuarios del transporte público. Hastiados por las continuas demoras, unas cien personas cortaron por más de una hora la ruta de los autobuses.
La semana pasada, en tanto, miles de taxistas bloquearon varias calles con sus vehículos en protesta por el aumento en los precios de los combustibles.
“El movimiento estudiantil tiene el respaldo de la sociedad, principalmente de la clase media; esta clase media está muy afectada y dispuesta a cualquier cosa”, comentó a la AFP el sociólogo y escritor Pablo Huneeus.
“Hay que tener cuidado con eso, porque hay extremismo de clase media y ese descontento es muy fácil que se transforme en un movimiento que puede ser reprimido”, agregó el sociólogo dela Universidadde Chile.