Se preparan los utensilios y se seleccionan los ingredientes, varias manos contribuyen a pensar estratégicamente lo que se va a cocinar y, como esos guisos de abuela, una vez en el fuego se desprende un aroma que contagia las ganas de juntarse a ser parte. Durante la pandemia por Coronavirus, en la zona norte, desde abril a la actualidad, se construyeron 14 cocinas de adobe estilo Rocket y 4 hornos de adobe, por medio de la articulación entre el Distrito, la Dirección General de Acción Climática y Calidad Ambiental, y el Programa Nueva Oportunidad de la Municipalidad de Rosario. En toda la ciudad la cantidad de cocinas construidas durante la pandemia supera las 60.
Este proyecto contó con la participación de jóvenes mujeres y varones participantes de los diferentes espacios socioeducativos del Nueva Oportunidad, en comedores, ollas populares y huertas.
Teniendo en cuenta lo costoso que resulta acceder al gas en garrafa, la cocina de adobe resulta una excelente alternativa para cocinar al aire libre, de manera económica y amable con el medio ambiente.
“Fue importante para los y las jóvenes poder transitar por estos espacios en un año de crisis sanitaria y económica muy fuerte. Para las personas en situaciones de vulneración extrema haberse sentido acompañados y convocados para desarrollar una de las tareas esenciales, como la alimentación, fue tan necesario como los cuidados sanitarios de la pandemia”, explicó Luciana Binotti, coordinadora de Nueva Oportunidad del Distrito Norte.
Por su parte, Luciano Vigoni, director General del Nueva Oportunidad, sostuvo: “En este proyecto se ven representados muchos de los valores del Nueva Oportunidad. No sólo se convoca a los y las jóvenes para aprender un oficio sino que también son interpelados como sujetos que pueden transformar su comunidad, desde un proyecto colectivo, con el otro. Las cocinas se han realizado en organizaciones sociales y en espacios territoriales que sostienen al barrio en momentos de crisis y ahí estuvieron estos grupos, dando una mano junto a la comunidad y construyendo futuro”.
Centro de Convivencia Barrial (CCB) La Esperanza
Allí se construyó un horno de adobe con los jóvenes del Nueva Oportunidad. En el CCB durante el año funcionaron espacios de capacitación en grupos de trabajo de no más de 3 jóvenes cada uno, según el protocolo de prevención de Covid-19 que se elaboró con la Secretaría de Salud. Las y los participantes pudieron hacer panificación, confeccionar cubrebocas y cultivar verduras agroecológicas.
Tania tiene 25 años y hace dos que participa de las actividades del CCB, llegó a través de la recomendación de su psicólogo, quien la alentó a salir de su casa y buscar nuevos espacios de contención. Hasta ese momento, Tania estaba con muchos problemas personales y empezar distintos cursos en el CCB le permitió cambiar su mirada: “En este lugar todos son muy compañeros, somos parte de una familia. En pandemia empezamos en grupo reducidos para mantenernos juntos, seguir y poder ayudar a los nuevos. Hicimos huerta, panificación y construimos un horno. De esta manera las personas que no tenían trabajo pudieron producir y salir a vender. Sirvió mucho”.
Sebastián estuvo preso y debió cumplir trabajo comunitario. Al principio quedó en una lista de espera pero finalmente pudo acceder a los cursos y participar de la huerta y la construcción del horno: “Estuvo bueno hacerlo, fue fácil porque me dedico a la albañilería. Si bien no sabía cómo era el proceso, el profesor nos fue guiando. Nunca hice un horno de estas características y siento que estoy aprendiendo”.
Nico tiene 20 años y llegó al CCB por recomendación de su tía. Comenta que le gusta más trabajar en grupo y compartir porque las cosas no le salen bien si está solo. Tiene ganas de trabajar de albañil y la puesta en marcha del horno de adobe le sirvió como experiencia. En ese espacio dice que se siente tranquilo, libre y que lo gratifica ver contentos a los demás con el trabajo del cual es parte.
Huerta El Rabanito
Con varios años de trayectoria en el Programa Nueva Oportunidad, la Cooperativa La Travesía, que lleva adelante un comedor comunitario desde hace 20 años en el barrio del mismo nombre, durante la pandemia intensificó la capacitación y producción de verduras agroecológicas en la huerta que llaman El Rabanito.
Un grupo de jóvenes, varones y mujeres, se encarga de cultivar verduras y plantas aromáticas que luego sirven de insumo para el comedor. Allí, con la participación de las personas que asisten se puso en marcha un horno de adobe y ya cocinaron pizzas, tortas asadas y pan, entre otras elaboraciones.
Arian tiene 18 años y cuenta que al principio estaba incómodo porque no podía relacionarse bien con las personas pero con el paso del tiempo comenzó a soltarse y vincularse de manera positiva: “Conocí mucha gente con distintas historias. Me cambió la óptica y abrió las ideas porque al final estamos todos juntos para lo mismo. Me gusta venir acá (…) no siento una obligación, uno elige venir y es la mejor decisión que una persona puede tomar”.
Adrián es del barrio, cuenta que empezó haciendo panadería, luego carpintería y finalmente huerta. Durante la pandemia debieron organizarse para cuidar lo que habían construido. En simultáneo está terminando la escuela a través de clases virtuales pero también pone su tiempo en mantener la huerta limpia y cultivar lo plantado ya que eso les sirve de alimento para llevar a sus casas.
La ladrillera de Nuevo Alberdi
Ángela Escobar vive en el barrio con su familia. Pudo transformar su emprendimiento y ahora produce ladrillos de adobe que son utilizados para la bioconstrucción. Durante el transcurso de la propuesta fue acompañando con su experiencia y conocimiento las diferentes construcciones con la provisión de ladrillos, barro y paja.
Ella dice que la vida y su padre la formaron en este oficio y se manifiesta sorprendida con las nuevas posibilidades que se presentan.
“Lo lindo es que con esta iniciativa podés hacer cantidad de cosas, en especial los comedores que necesitan mucho el horno y no se necesita gas, solo algo de leña. La idea es trasmitir el conocimiento”, detalla Ángela, quien en esta pandemia pasó por varios estadios. Al principio en plena cuarentena, pensó que su negocio iba a quedar parado por completo pero luego comenzó a reactivarse y sus clientes fijos retomaron la actividad y muchos particulares apostaron a reformas domésticas que repuntaron las ventas.
Además, este año incorporó la producción de ladrillos de adobe para hornos a través de una propuesta del municipio: “En plena pandemia aprendimos cómo se hacían e intercambiamos experiencias. A partir de ahí quedamos en contacto. La primera cocina fue en un comedor comunitario, nos conocimos con barbijo y distanciamiento”.
Ángela pasó del ladrillo cocido al de adobe e incorporó un nuevo nicho de trabajo: la bioconstrucción. Lejos quedó el mito que impedía que una mujer construyera un horno de barro. No sólo lo superó con creces sino que es referente en su rubro.