La casa donde se presume que nació Ludwig van Beethoven se encuentra en pleno centro histórico de Bonn. Unas 100.000 personas visitan anualmente el centro internacional más importante en lo que a documentación beethoveniana se refiere. “Es algo que cabe agradecer a tres regalos de la historia”, dice su director, Malte Boecker, con motivo de la inauguración de la exposición extraordinaria titulada “Una historia turbulenta y conmovedora. 125 años de la Casa-Beethoven de Bonn”.
“En primer lugar, al hecho de que el compositor naciera aquí –explica Boecker–. El segundo y más grande regalo es la fundación de una asociación ciudadana en 1889 para conservar el edificio original. Y, finalmente, puede considerarse un milagro que la casa no sufriera daños durante la Segunda Guerra Mundial”.
La trayectoria de la Casa Beethoven ha sido azarosa. En 1889, más de 60 personas vivían en los pisos superiores del edificio de la calle Bongasse número 20. En la planta baja había un mesón con un tradicional Biergarten, cuya principal atracción era una especie de cabaret en el que bailaban mujeres ligeras de ropa. El camarín se encontraba en la habitación misma donde nació Beethoven.
Eduard Hanslick, un influyente crítico vienés de la época, se indignó cuando en 1885 visitó Bonn y observó el triste estado en que se encontraba la casa natal del compositor. Hanslick atacó duramente el trato que la ciudad dispensaba al legado del ilustre músico. “¡Un tipo tan loco!”, reaccionó entonces Jacob Doetsch, alcalde de la ciudad, refiriéndose a Beethoven, “y tiene que dañar así la imagen de la ciudad tantos años después de su muerte”.
“La casa natal de Beethoven iba camino de convertirse en ruina”, dice el editor Hermann Neusser, bisnieto de uno de los salvadores del edificio. “El 24 de febrero de 1889 se reunieron doce amigos del compositor en la vivienda de mi bisabuelo para fundar una asociación que tuviera como fin hacer algo por la casa natal de Beethoven”, relata Neusser con orgullo. Decidieron adquirir la propiedad, sanearla y erigir un monumento conmemorativo. Pagaron 57.000 marcos de la época por la compra.
La actuación de Neusser y sus socios no sólo impidió el derrumbe de la casa, sino que consiguió además reunir fondos para comprar manuscritos, pinturas, bustos y otras reliquias de Beethoven que hoy conforman la base de la colección que se exhibe en la casa del compositor. Ya en 1890 pudieron admirarse unos 360 objetos en una primera gran exposición. A partir de entonces, el trabajo de la Asociación encontró el apoyo de importantes benefactores: Johannes Brahms, Clara Schumann, Giuseppe Verdi… El conocido violinista Joseph Joachim organizó aquel año un gran festival de música de cámara. La Casa fue inaugurada como museo abierto al público en 1893.
La exposición “Una historia turbulenta y conmovedora. 125 años de la Casa Beethoven” muestra numerosos documentos históricos, entre otros, grabaciones sonoras y cinematográficas, cartas y recortes de periódicos que hasta ahora no habían sido mostrados. Se trata de un recorrido por la Casa Beethoven desde los tiempos de su fundación hasta el siglo XXI.
El espacio dedicado a los años de la Segunda Guerra Mundial resulta conmovedor. La Casa Beethoven fue una de las pocas que sobrevivieron prácticamente sin daños a los bombardeos. El vigilante de la institución puso su vida en peligro para salvar el edificio de un ataque aéreo en octubre de 1944. Sin pensarlo dos veces, lanzó al jardín vecino las bombas incendiarias que cayeron sobre el tejado. En la exposición se pueden ver noticias y fotos publicadas en los periódicos de la época, así como una de esas bombas incendiarias.
La Séptima Sinfonía, un grito de júbilo por la derrota de Napoleón
Uno de sus más grandes triunfos artísticos Ludwig van Beethoven lo vivió el 8 de diciembre de 1813, en el salón de baile del Palacio Imperial vienés de Hofburg, cuando estrenó la sinfonía Nº 7 opus 92. Dos meses antes, el 19 de octubre, las tropas aliadas de Rusia, Austria y Suecia habían asestado en la Batalla de Leipzig un duro golpe al ejército francés de Napoleón, obligándolo a batirse en retirada. Incluso en Viena tenían claro que los días del déspota estaban contados.
Tras varios años de ocupación francesa, en la capital austríaca se respiraba el júbilo. Los vieneses salieron a las calles para celebrar la liberación de Europa de la tiranía napoleónica con un gran concierto en el que la Séptima de Beethoven estaba en programa. Los beneficios generados por la venta de entradas irían a parar a los soldados heridos en la Batalla de Leipzig. La gente más notable de la ciudad iba a acudir a un concierto musical en el que se anunciaba la presencia de grandes músicos como Antonio Salieri, Louis Spohr y Giacomo Meyerbeer.
Como solía ocurrir en el estreno de cada nueva sinfonía de Beethoven, los críticos reaccionaron al principio con cierta confusión. La ferocidad rítmica empleada en el primer y cuarto movimientos fue demasiado incluso para el conocedor más experto. Un crítico llegó a cuestionar la salud mental del compositor de Bonn: “¿Qué le ha pasado recientemente a este hombre? Su última sinfonía demuestra que padece algún tipo de demencia. La obra es una mezcla de ideas trágicas, cómicas, serias y triviales que confluyen en explosiones sonoras innecesarias y conducen al oyente a un abismo de barbarie”.
Sin embargo, la respuesta del público fue diferente. La exuberante sonoridad de la obra acertó de pleno en la diana del espíritu de la época. La audiencia interpretó la Séptima Sinfonía como la representación musical de la reciente victoria contra Napoleón y la alegría del pueblo por haber recobrado la libertad y la paz. Si se atienden a las palabras de Anton Schindler, el secretario personal de Beethoven, hubo ovaciones del público incluso antes de que la Sinfonía concluyera. “Las explosiones de júbilo durante la interpretación excedieron cualquier cosa que haya visto antes en una sala de conciertos”, relató Schindler. El segundo movimiento, con una rítmica que sugiere una marcha fúnebre, cautivó al público, que interpretó aquella música sublime como un lamento por los soldados caídos en la Batalla de Leipzig. Ya en el estreno, este fragmento hubo de repetirse varias veces y se ha convertido, sin duda, en uno de los más populares de toda la producción beethoveniana.
No solo los contemporáneos de Beethoven percibieron un aliento de liberación en la Séptima Sinfonía. Muchos expertos actuales creen que el propio compositor, revolucionario y humanista comprometido, expresó en esta obra su alegría por el fin de la tiranía de Napoleón. Algunos años antes, el músico quiso dedicar su Tercera Sinfonía “Heroica” al mandatario francés. Pero cuando Beethoven supo que éste se había coronado emperador, rompió la página con la dedicatoria. Se dice que cuando Napoleón avanzaba con sus tropas por Europa, Beethoven exclamó: “¡Es un lástima que no domine el arte de la guerra como domino el de la música! ¡Lo derrotaría!”.