En Argentina, el 1º de mayo no solo es el Día del Trabajador, es también el Día de la Constitución, en recuerdo de aquel día de 1853 en que los constituyentes, reunidos en el Congreso de la ciudad de Santa Fe, juraron y firmaron el texto que habían terminado de aprobar la noche anterior.
Seguramente se encargarán los políticos y periodistas de recordar el día reafirmando el compromiso con la Carta Magna en vistas a lograr la efectiva protección de los derechos humanos. Asimismo, es a los amantes de la historia a quienes nos corresponde analizar las vicisitudes que desembocaron en dicho texto como ley fundamental de los argentinos. Repasándolas, nos encontramos con más de una paradoja o más bien zoncera, parafraseando al lúcido y mordaz Arturo Jauretche. Y en tiempos de auge del revisionismo histórico, nos parece una excelente oportunidad para hacer un repaso de aquellas zonceras.
¿En qué consistieron entonces las mismas? Para ello, nada mejor que recurrir a uno de los más grandes exponentes del revisionismo histórico argentino, José María Rosa. En su excelente obra titulada Nos, los representantes del Pueblo, nos brinda un claro panorama.
En primer lugar, la presencia de los llamados “alquilones”, diputados que fueron llegando al Congreso y que eran designados “a dedo” para representar a provincias que en su vida habían siquiera visitado. En efecto, ni Huergo ni Gondra conocían a la San Luis que representaban, ni Elías ni Alvear ubicaban a conciencia a La Rioja, ni Gutiérrez había pisado jamás Entre Ríos, ni Lahitte o Carril eran oriundos de Buenos Aires, ni Barros Pazos de Córdoba… En definitiva, como escribió Sarmiento desde Chile, “de dieciséis diputados, nueve habían salido como Eva de las costillas de Urquiza”.
Por otra parte, otra de las particularidades que llama la atención está dada por la asombrosa velocidad con la que trabajaron los convencionales, aprobando los 107 artículos del proyecto en lo que se conoció como “las diez noches históricas” (del 21 al 30 de abril). ¿A qué se debía semejante grado de apresuramiento? Pues a la necesidad y presión que imponía Justo José de Urquiza, quien buscaba pasar a la historia como la figura que le había otorgado una Constitución al pueblo argentino luego de los más de veinte años en los que el Tirano Rosas nos había privado de ella.
Ahora bien, podríamos estar tentados de pensar que la rapidez en el trabajo no fue un defecto sino una virtud de hombres muy laboriosos. Sin embargo, los errores cometidos fruto de ese apuro están íntimamente vinculados con la otra gran zoncera: el copiar casi íntegramente la Constitución de los Estados Unidos de América.
En efecto, un año antes de la aprobación de la Constitución, Juan Bautista Alberdi publicaba su famosa obra Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina (…), verdadera Biblia del pensamiento extranjerizante y denigrante de todo lo criollo y autóctono. El libro fue todo un éxito y, en su segunda edición, ante la sugerencia de su amigo Juan María Gutiérrez, incluyó un proyecto de Constitución. El problema era que los tiempos apremiaban porque Urquiza quería reunir el congreso en agosto y, por lo tanto, Alberdi optó por arreglarse con la constitución de los Estados Unidos como base y punto de partida, copiándola en la enorme mayoría de sus artículos. Además, el tucumano, que no sabía inglés, tomó una pésima traducción realizada por el venezolano Manuel García de Sena como apéndice para otra obra que estaba traduciendo.
Las consecuencias negativas fueron básicamente dos. Una, por el lado de la técnica legislativa: los errores de traducción llevaron a confusiones jurídicas como imponer la competencia de la Justicia Federal para los juicios entre una provincia y sus propios vecinos, o el transplantar una disposición para tolerar la trata de negros hacia otra para el fomento de la inmigración. La otra consecuencia fue más grave aún: el importar una constitución pensada y elaborada en base a realidades económicas, sociales y culturales de un país muy distinto al nuestro.
De esa manera, el andamiaje jurídico para el proyecto del Estado liberal argentino estaba listo; posteriormente, los Mitre, los Sarmiento, los Avellaneda y los Roca se encargarían de su fiel ejecución a través del libre comercio, el endeudamiento y el endiosamiento del modelo económico agroexportador.
En suma, habiendo repasado los hechos que condujeron al texto que aún hoy tenemos como Constitución Nacional (con algunas reformas y agregados, incluida la de 1994), quizás no venga mal recordar las palabras de Juan Manuel de Rosas, quien en 1873 desde su exilio en Southampton decía: “Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios: si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno”.
Por último, y para los amantes de la historia contrafáctica, vale la pena concluir preguntándonos junto a Leonardo Castellani (otro de los más lúcidos pensadores argentinos, aunque sin la misma suerte y prensa que Jauretche): “¿Cómo hubiera sido la Constitución argentina si en vez de ser copiada de otras –casi totalmente de los Estados Unidos, Estado de California– hubiese sido calcada, como querían Rosas, Colodrero y Leiva, sobre la realidad nacional?
Docente adscripto de Historia Constituacional Argentina en la Facultad de Derecho de la UNR