“Más allá de la crisis y la lluvia, la Crack Bang Boom (CBB) anda sobre ruedas”, explica David Alabarcez minutos antes del cierre de la décima edición de la convención de historietas más importante de Sudamérica. En el acumulado de los cuatro días del encuentro hubo más de 40 mil personas. Alabarcez, histórico organizador, reconoce que son épocas difíciles para realizadores, editoriales e incluso fans para poder hacerse de una ficción que permite entender o tolerar la realidad.
Una de las claves es el socio de la CBB: el Estado. Desde 2009 la Municipalidad de Rosario y la provincia ponen a disposición tiempo, esfuerzo y personal para ayudar a la vida de la historieta nacional. Mientras que la marca internacional Comicon en Buenos Aires buscó vender entradas con la posibilidad de sacarse una foto con Robert Englund, el actor de Freddy Krueger, la CBB mantuvo lo que hace desde el principio: dar talleres, clínicas y charlas para realizadores, y lograr que consigan laburo. Desde el 2009 la convención rosarina trae a cazatalentos de distintas revistas y editoriales a la ciudad para que guionistas y dibujantes les presenten entre 100 y 300 carpetas para lograr un contrato. Este año fue Ricardo Llarena de la revista estadounidense Heavy Metal.
La cantera
Con el tiempo la CBB supo pensar a futuro. Afuera del Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC), epicentro de la CBB, más de 200 mesas conviven cada año para reunir a realizadores que no logran –o no quieren– estar con las editoriales. Son la carpa de fanzines, donde resisten frío, calor o lluvia desde temprano y hasta el final de cada jornada. Para quienes organizar la convención ideada por Eduardo Risso, son las divisiones inferiores que aprovechan las capacitaciones que se dan por las mañanas durante los días de la CBB.
El respiro
La CBB se volvió una fecha ansiada en el calendario de distribuidoras y comiquerías de todo el país. En los últimos cuatro años muchas apuestan a repuntar ventas que, en general, van en baja. Mariano Abrach del Colectivo Editorial BS y referente de Multiversal Ediciones reconoce que las expectativas antes de montar los stands eran bajas por el contexto de crisis, pero que la CBB funcionó. “No quedó otro encuentro dedicado a la historieta en el país, donde nos aseguramos una base de ventas. Es fundamental sostenerlo cada año y con el mismo nivel de público”, dice a El Ciudadano. El formato de convención de la CBB hace que personas con distintos gustos puedan cruzarse con géneros que no consumen. “Ese cruce de públicos y la idea de que todos estemos en la misma posibilidad de competir y complementarnos nos ayuda”, explica Abrach.
Color
Si bien el conteo de entradas este domingo decía que unas 11 mil personas habían pasado por la CBB, el número de quienes la disfrutaron fue mucho mayor en el acumulado. Como es habitual, quienes gustan de hacer cosplay –donde se visten y actúan como sus personajes preferidos– aprovecharon las jornadas y el río Paraná de fondo para divertirse. Desde el principio, y cada vez más producidos, vienen de todas partes del país y gastan tiempo y dinero –como lo haría un fanático de fútbol o de TC– para disfrutar de su pasión. Incluso esperan en una cada vez más larga fila en la explanada del CEC su turno de desfilar por una pasarela ante miles de personas. No es extraño ver familias enteras trajeadas que concursan. Para Eduardo Santillán Marcus, unos de los jurados del desfile de cosplay, hay una explicación: la CBB es familia. Y hay futuro.