Claudio Tomás / Eduardo Spiaggi
Dos investigadores analizan con mirada crítica la reciente COP 25 y se preguntan qué papel juega América latina en la tríada extractivismo/productivismo/consumismo entre los discursos grandilocuentes y el pobre compromiso de las potencias más contaminantes.
¿Qué tienen en común la bajante histórica del río Paraná, las recientes inundaciones en la capital de Entre Ríos y el cruce del océano Atlántico, por partida doble, de una joven de 16 años en un barco que no usa combustible fósil?
Podríamos conjeturar hipótesis múltiples, pero el sentido de la hora nos indica que la crisis climática es la que podría aglutinar a todas ellas: la dimensión ambiental deviene en el emergente más contundente de la crisis del orden civilizatorio. Los fenómenos climáticos extremos, aun concediendo a las posturas sobre cambio de estadio histórico determinado por el ciclo de vida del planeta, responden a la denominada era del hombre o antropoceno. El Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas, conformado por científicos de todos los países, así lo sostiene.
La COP 25 como significante vacío
El discurso entusiasta en la reciente Cumbre sobre Cambio Climático (COP 25) hablaba de tiempo de actuar, de ambición climática y demás recursos del idioma que pronto correrían el velo a una realidad mucho más austera. Austeridad como el menos deseado de los resultados necesitados, ya que a partir de 2020 se va a comenzar a implementar el Acuerdo de París, de cuyas medidas depende no aumentar más de 1,5° la temperatura global para no profundizar la crisis climática, cuestión que a esta altura parece altamente improbable. Como resultado, los países más contaminantes actuaron con displicencia: Estados Unidos, retirándose del Acuerdo (a pesar de la participación de la presidente de la Cámara de Representantes), China e India con propuestas de reducción casi minimalistas y la Unión Europea, cual anfitrión suplente, promoviendo un “Green New Deal” o Nuevo Tratado Verde y aupando las banderas de la neutralidad climática para 2050, para metabolizar, a partir de las energías limpias y los sumideros, todos los gases de efecto invernadero generados. Un buen intento, aunque todo el territorio europeo produce sólo el 20 por ciento y además fueron ellos quienes diseñaron el actual orden civilizatorio.
Los temas centrales, como los mercados de carbono o financiarización de la naturaleza, el destino planificado y efectivo de los 100 mil millones de dólares de los países más contaminantes y la premisa de la presión sobre la naturaleza para buscar una solución genuinamente sustentable, ya son parte de la historia.
¿Y América Latina?
Las cifradas esperanzas en un cambio de rumbo, en virtud de que inicialmente Chile sería el organizador de la Cumbre, derivaron en resultados no esperados. América latina como parte del Sur Global contiene los territorios con mayores reservas de recursos naturales que a esta altura deberían ya denominarse bienes comunes. La premisa basada en buscar soluciones a la presión insostenible sobre la naturaleza constituye el primer obstáculo a remover: como todo cuerpo vivo, el planeta se define por sus límites biofísicos y América Latina cuenta entre sus debe los recientes incendios desidiosos sobre la Amazonia y el golpe de Estado en Bolivia con remisión causal a sus recursos naturales. Todo ello, mientras subyace la matriz extractivista generadora de los más variados conflictos socioambientales de la mano de la megaminería, la sojización y la deforestación productivista, entre otros.
El belga Erik Swyngedouw, profesor de geografía en la Universidad de Manchester, sostiene que la naturaleza no existe y que la (no) sustentabilidad es un síntoma de una planificación despolitizada. Resulta entonces urgente preguntarse: ¿cuál es el margen que aún resta para que los países centrales y los recientemente emergentes, tanto como estados periféricos de perfil extractivista, asuman y actúen en consonancia con la hora urgente que nos convoca? Hasta que no se asuma que la tríada extractivismo/productivismo/consumismo constituye el núcleo duro del orden civilizatorio, difícilmente se pueda cambiar el rumbo. Y lo que está en juego es la condición de posibilidad de trascendencia que no se encarna en otros que no sean nuestros hijos.
Y trascendencia rima con urgencia: ¿hasta cuándo podrá resistir la casa común, los embates de su hijo pródigo?
Observatorio del Sur de la UNR