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La cuarentena por la pandemia también da una buena chance para viajar usando la máquina del tiempo

El aislamiento social para cuidarnos individual y colectivamente hace que cada día sea parecido a ayer y no muy diferente de mañana. Esta etapa nos enseña la posibilidad de invertir las energías de nuestro cerebro para la memoria y la imaginación, por ejemplo sobre viajes que hicimos y otros futuros

Ricardo Haye (*)

Para conocimiento de algunos desavisados: la máquina del tiempo existe y no es de ahora. Disponemos de ese formidable artilugio desde hace muchísimo ídem.

Tiene dos modelos: uno que nos permite regresar al pasado y otro que nos lleva al futuro. El que nos permite retroceder, un ratito o muchos años, es la memoria. Y el que nos hace viajar al futuro, es la imaginación.

Memoria e imaginación son nuestras máquinas del tiempo. Y no requieren de sofisticación tecnológica, porque les basta con ser artefactos prodigiosos de nuestra propia humanidad.

Esto de los viajes, para uno resulta un hábito refrescante, vivificante, que gratifica los sentidos, recarga energías, nutre la sensibilidad y enriquece los conocimientos.

Una vieja canción escrita en 1922 por los catalanes Félix Garzo y Juan Viladomat Masanas incluye unos versos, hoy políticamente incorrectos, que dicen: “Fumar es un placer, genial, sensual”. La forma de reconvertir esos renglones poéticos desacreditados es aplicarles una paráfrasis que los transforme en esta otra afirmación que sí resulta aceptable: “Viajar es un placer, genial, sensual”. Y eso resume los beneficios de los viajes: se disfrutan. Incluso desde antes de partir, porque ya estamos planificando, perfilando trayectorias, rutas, encuentros, que anticipan el goce futuro.

Quizás se podría decir que tras el regreso se siguen gozando los sabores, reviviendo los paisajes, pensando en los colores que vimos. La única contra, sobre todo para familiares, amigos y conocidos, es cuando queremos compartir todo eso con ellos y los fatigamos con relatos interminables que los abruman.

Nada de eso hoy es posible. Y, en cambio, todo se vuelve arduo, frustrante, cuando la posibilidad de las travesías está cancelada.

Pero siempre nos quedan la memoria y la imaginación para recrear destinos visitados y para fabular placeres futuros. Resulta imposible no pensar en estos asuntos ahora que los días se han igualado. Que se hacen indistinguibles, al punto de vivir un presente continuo en el que hoy se parece mucho a ayer y no será diferente de mañana.

Las marcas particulares de las jornadas han desaparecido. Ya no podemos decir: “El día ése que nos encontramos con Fulano”, o “La tarde aquella que fuimos al río”.

Incluso este aguafuerte carecerá de referencia específica de contexto. Sólo será “uno de los textos concebidos en ese periodo de jornadas idénticas”, sin disponer de las precisiones antiguas: “Mientras estuve en Paris”; “Cuando nos visitó Mengana”; “El día que…”.

La bruma que acompaña estos días semejantes vuelve imposibles las distinciones y torna angustiante vivir siempre lo mismo.

Suprimir la identidad de cada jornada nos arroja a un hoy permanente, inacabable, en el que no podemos decir qué hicimos la semana pasada o cuándo fue que pensamos estas cosas. No estamos hechos para uniformidades tan prolongadas.

Por eso, urge sobreponerse a uno mismo y a sus propias limitaciones humanas. Porque uno cree que, a pesar de lo duro que resulta, el confinamiento social está concebido para protegernos individual y comunitariamente.

Quizás la fuerza de voluntad necesaria para seguir adelante se encuentre en la reconstrucción mental de los viajes que hicimos y en el diseño de nuevos itinerarios futuros.

Las fantasías pueden comprender lugares remotos del mundo, pero también pueblos o incluso barrios cercanos a nuestro terruño, que nos esperan con experiencias nuevas a las que hasta hoy nunca nos asomamos.

Uno de los aprendizajes de esta época de aislamiento preventivo es acerca de la administración del tiempo y la conveniencia de invertir energías en probar coordinaciones sofisticadas en nuestro cerebro en materia de memoria y de imaginación. Se trata de poner en marcha miles de neuronas que operan en conjunto y activan un mecanismo básico de plasticidad sináptica que conecta y articula recuerdos, formas, imágenes, experiencias, ensoñaciones, deseos, ilusiones.

Cuando recuperemos movilidad, cuando nuestros desplazamientos no estén limitados como medida protectora de la salud, tal vez hayamos adquirido la sabiduría suficiente como para regalarnos las vivencias que solo entregan los viajes. Mientras tanto, nos quedan las dos máquinas del tiempo.

(*) Docente-Investigador de la Universidad Nacional del Comahue. De vaconfirma.com.ar

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