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La decadencia del capitalismo narrada en series

Buena parte de las series de televisión configuran el lugar desde el que mejor se piensa hoy el declive imparable de una civilización occidental arrastrada por la barbarie del capitalismo neoliberal.

El fenómeno de las series de televisión surgido hace ya algunos años prometió (y en gran medida cumplió) una renovación de los modelos narrativos que, en sus manifestaciones cinematográficas, no hacían sino repetir viejos esquemas denotando ya un agotamiento que evidenciaba un desfasaje. Contra el vaciamiento de los géneros instaurado desde la esquematización espectacular de sus efectos fáciles, y contra la falsa ingenuidad de estructuras narrativas obstinadas en la simpleza espuria de un conflicto imperativo que no se corresponde ya con la complejidad del mundo moderno, el modelo serial televisivo abrió nuevos terrenos de exploración que postularon la supervivencia del cine en el despliegue de fantasías algo incorrectas abiertas a las contingencias de una mutación incesante. Pero en lo concreto, ¿qué queda hoy de toda esa algarabía y de esas expectativas en la renovación del modelo narrativo clásico y de los géneros cinematográficos? ¿Qué pasa ahora luego de finalizadas series ya míticas y fundamentales como The Wire, Los Sopranos, Mad Men, o Breaking Bad?

El espectro de las series es amplio, y el fenómeno de la renovación sigue su curso en propuestas que replantean aún las estructuras narrativas anquilosadas del cine y proponen a la vez una visión radical de lo político contemporáneo, especialmente desde la reinvención del género fantástico como alegoría del presente. Las series de televisión configuran el lugar en el que mejor se está pensando hoy el declive de una civilización occidental arrastrada por la barbarie del capitalismo neoliberal. Entre zombies, paranoia conspirativa, tecnología desatada, y hecatombes varias, algo de un final de época se trasluce en algunas historias que dan cuenta de la inminencia de un giro radical.

Violencia de un mundo extinto

La inquietante “Mr. Robot” se desarrolla sobre el eje de la paranoia conspirativa.
La inquietante “Mr. Robot” se desarrolla sobre el eje de la paranoia conspirativa.

Las recientes Mr. Robot (ya finalizada su segunda temporada) y Westworld (aún en curso en la primera) son ejemplos destacables que vienen a confirmar esa tendencia. Pero esto viene desarrollándose desde hace tiempo. The Walking Dead, sobreviviendo aún en su séptima temporada, continúa poniendo de relieve la imposibilidad de reconstituir un tejido social tras el apocalipsis zombie. Los sobrevivientes intentan infructuosamente constituir células sociales que son indefectiblemente arrastradas por una violencia anterior. Estos sobrevivientes son seres que navegan entre dos tiempos, el tiempo anterior del capitalismo y el tiempo posterior de un regreso a un estado de naturaleza. Pero es allí que no pueden sino permanecer en ese “entre” los tiempos, ya que no son otra cosa más que los últimos resabios de un mundo extinguido en el que la lucha salvaje por la propiedad era la norma. Pero no es que la violencia y la guerra se planteen como estado natural del hombre, sino que aquí son el resultado de operatorias propias de un mecanismo anterior que ya no cuaja en el presente de un mundo vuelto a su condición originaria. No es casual que las fallidas comunidades formadas en el transcurso de la serie se conformen en sitios como una cárcel, un hospital o una estación de trenes convertida en matadero. Los resabios del funcionamiento de las antiguas instituciones disciplinarias arrastran a los sobrevivientes de The Walking Dead a la violencia de un orden propio del mundo extinto.

Hecatombes nietszcheanas

Por su parte, en clave de cine Clase B, Wayward Pines propuso en dos temporadas una revisión algo paródica de muchos tópicos transitados por las series fantásticas hasta el momento. Jugando libremente con el despliegue exponencial del misterio, esta serie pone en escena a otro grupo de sobrevivientes del apocalipsis que, mediante un delirante mecanismo tecnológico criogénico, tratan de imponerse en el futuro de un mundo que ya no les pertenece.

Estos sobrevivientes son el último estertor de una civilización humana extinta milenos atrás, pero que, conforme a los nefastos valores que promulgaban, siguen insistiendo ridícula y tiránicamente en su condición de propietarios de la Tierra. En Outcast, serie de posesiones demoníacas que tuvo este año una perturbadora primera temporada, se perfila sobre el final otra hecatombe de alcances nietzscheanos: todos los valores sobre los que se edificaba la sociedad comienzan a revelarse como mentiras ostensibles. Lo considerado virtud es una imposición fatal, y lo considerado pecado es la liberación. La “transvaloración de todos los valores” viene a socavar los cimientos de una sociedad ya en ruinas. Pero el cambio, como lo anunció Nietszche, no ha de ser fácil, habrá que sobrellevar el terror abismal que supone tal derrumbe. Mr. Robot se desarrolla sobre un eje trabajado en otras series: la paranoia conspirativa. Esta estructura narrativa se plantea siempre sobre la conciencia de un vacío desestabilizador. Allí donde ya no hay Dios, donde no hay religión ni metafísica que otorguen un orden y un propósito a un mundo atroz, sólo queda el fantasma de una conspiración que no sería sino la necesidad de descubrir ese orden secreto que impulsa a las barbaries de una realidad insoportable. El protagonista de esta serie, un hacker sumido en la locura, tiene como objetivo salvar al mundo, es decir, hacer caer al sistema capitalista. El problema es que no se trata de paranoia, sino de una conspiración cuyas redes son inabarcables. Numerosas series destacables se han construido sobre esta estructura de la expansión conspirativa, como True Detective, Rubicon o Homeland, entre otras.

Tecnología y después

El despliegue de la tecnología es otro punto importante. Westworld y la negrísima Black Mirror, compuesta por tres temporadas de capítulos unitarios, son ejemplos de esa tendencia. En estas propuestas arraigadas en el género de ciencia ficción, el desarrollo de la tecnología se presenta como arrastrado por ese impulso ciego del capitalismo que deja los trazos dispersos de un mundo en ruinas. Realidad virtual, realidad aumentada (nefasto concepto), celulares, redes sociales, robótica, videojuegos; violentamente, el tejido social va siendo devastado por un nuevo orden que no es sino la proliferación de una narcotización funcional a la lógica de mercado.

Para profundizar, habrá que volver sobre cada caso y dimensionar sus implicancias. De todas formas, algo es seguro: antes de la violenta avanzada neoliberal en Latinoamerica, antes de (Mauricio) Macri, antes de (Donald) Trump, y agitadas desde la reorganización global post 11-S, las series venían dando cuenta de un fin de ciclo inexorable. Puede sonar extraño, pero el apocalipsis, que será tanto fin como comienzo, no sólo se anuncia en ese clamor, sino que desde hace tiempo ya está siendo televisado por entregas.

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