En La Paz, y sin quórum en la Asamblea Legislativa, la titular del Senado, la opositora Jeanine Áñez, asumió como presidenta de Bolivia tras el golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales.
Ante la ausencia de los parlamentarios del MAS, los legisladores sesionaron igual. «El presidente y vicepresidente han abandonado el territorio del Estado Plurinacional de Bolivia acogiéndose al asilo político otorgado por el Estado mexicano, lo que constituye un abandono material de sus funciones», comenzó su discurso.
Esta situación «obliga a activar la sucesión presidencial» para resguardar «la vida, la integridad física y psicológica de las bolivianas y bolivianos, garantizar el orden público y propiciar un clima de paz y seguridad social para garantizar la estabilidad del Estado, que se ve en riesgo».
La flamante presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, hasta hoy senadora nacional, se convirtió en la segunda mujer en asumir la jefatura del Estado, en una jugada que buscó zanjar la encrucijada constitucional derivada del golpe de Estado que dejó a Evo Morales fuera del poder.
La ilegal llegada de una mujer a la Presidencia tiene un único antecededente en Bolivia: en noviembre de 1979, a los 58 años, la cochabambina Lidia Gueiler asumió el mando, en el que estuvo apenas 244 días, porque en julio de 1980 fue derrocada por el general Luis García Meza.
Áñez tendrá a su cargo la transición hasta el llamado a nuevas elecciones.
Nacida en la ciudad de Trinidad, en el departamento de Beni, y de 52 años, Áñez es una abogada que fue constituyente de 2006 a 2008, cuando se redactó la nueva carta magna. Desde 2010 es senadora, primero por el partido del Plan Progreso para Bolivia-Convergencia Nacional (PPB–CN), y después, ya designada vice segunda de la cámara alta, como integrante de Unidad Demócrata (UD).
La llegada de Áñez a la jefatura gobierno es consecuencia directa de las renuncias forzadas de Morales, del vice Álvaro García Linera; del titular de Diputados, Víctor Borda y los números uno y dos del Senado, Adriana Salvatierra y Rubén Medicaneli, lo que vació la línea de sucesión prevista por la carta magna.
«Tengo que cumplir con el país; se trata de pacificarlo y llamar a elecciones; lo que quiere el país es tener un presidente y un vicepresidente legítimos, porque por ello se ha derramado sangre», remarcó por estos días, cuando se especulaba con su nombramiento.